La crueldad necesaria
José Ovejero gana el 40º Anagrama de ensayo reivindicando un tipo de dureza artística para zarandear éticamente la sociedad
La sociedad es tan insensible que quizá la única manera de zarandearla es a partir de una cierta crueldad que le haga darse de bruces con sus miserias y su conformismo. A ese tipo de crueldad, justa y necesaria al parecer, es a la que el escritor José Ovejero fija su mirada en La ética de la crueldad, con la que acaba de obtener el 40 premio Anagrama de ensayo (y los 8.000 euros de dotación). El libro, que aparecerá publicado a mediados de mayo, ha dejado como finalista a Atlas portátil de América Latina, de la argentina Graciela Speranza, documentadísimo repaso a la globalización del arte en esa área, que Anagrama publicará en septiembre.
La que es la segunda incursión en el ensayo (tras Escritores delincuentes) y el quinto premio de este polifacético escritor arrancó de una conferencia que impartió él mismo en la Universidad de Pensilvania sobre el exceso de la crueldad expresiva en la obra de arte, de la que el propio autor había dejado rastros en novelas como Un mal año para Miki y La comedia salvaje. “Me interesa esa crueldad que nos hace dudar, que rompe con el zapear de nuestra vida, el que nos saca de la insensibilidad y nos lleva a mirar de otra manera la vida”, dice el ganador, que califica ese tipo de crueldad de “necesaria, de las que contribuyen a nuestro aprendizaje”.
Si bien Ovejero (Madrid, 1958) aborda ese aspecto en ámbitos como el cine y el teatro (como la obra de Peter Handke Insultos al público), es el peso de esa crueldad en la literatura donde disecciona con mayor profundidad. Para ello, escoge siete novelas que serían a su entender paradigmáticas de esa crueldad necesaria, como son El astillero (Juan carlos Onetti), Meridiano de sangre (Cormac McCarthy), Auto de fe (Elías Canetti), Historia del ojo (Georges Bataille), Tiempo de silencio (Luis Martín Santos) y dos obras de la Nobel Elfriede Jelinek: Deseo y La pianista.
¿Dónde está la crueldad de estas obras? “Son diferentes; está la de la sexualidad oscura de Bataille a la del relato sangriento de McCarthy, de esas horas de hombres de frontera que dan una nueva mirada sobre la historia de EEUU; o la crueldad más psicológica de Onetti y que demuestra que la literatura cruel no tiene por qué ser sangrienta sino que puede despojarnos de la fe y esperanza que nos hemos construido para creernos felices; Onetti desengaña al lector y lo confronta, como Jelinek desguaza la sociedad austríaca y sus mentiras”.
Ovejero prefiere esta crueldad que nos enfrenta con esas decepciones vitales (“la literatura generalmente es decepción, no está tan claro que siempre de consuelo”) a la de “las novelas crueles que no dicen nada, que están vacías” y que en su ensayo coloca bajo el epígrafe de “crueldad no ética”. Ésta la divide entre las que ofrecen crueldad como puro entretenimiento, “tipo Tarantino, que no suelen nunca cuestionar la realidad o, en el fondo, el orden establecido”, y la crueldad moralizante, “tipo infierno renacentista, donde te dicen que si no te sometes a los valores dominantes, te pasará eso: violaciones, infiernos, demonios.. eso sí es gore puro”.
De esa última barbarie, Ovejero cree que en España hay mucha. “Si me interesa la crueldad es porque soy español: es omnipresente en nuestra cultura y literatura: está en Goya, la novela picaresca, Valle-Inclán, en Cela…, en los toros y en todo tipo de fiestas populares; junto con Japón y China, estamos en el podio; en otros países, como Francia, se dan también casos, pero siempre quedan en la marginalidad, como Sade”.
Ha de ser muy insensible la sociedad para que necesite un tipo de crueldad, aunque sea buena, para removerla moralmente. “Lo que nos hace más insensibles es la repetición constante de imágenes crueles que no te exigen una acción, una respuesta”, mantiene Ovejero, que vincula en parte ese discurso a la situación de crisis económica y social de hoy: “Los parados ya estaban ahí; lo que ocurre es que hay más y los tenemos más cerca, ahora tenemos miedo porque podemos ser nosotros y también somos más conscientes de esa crueldad que se oculta normalmente y que suele tener nuestro beneplácito si los gobiernos no nos hacen partícipes de esas prácticas”.
Piensa el autor del poemario Biografía del explorador (premio Ciudad de Irún, 1993), del libro de viajes China para hipocondríacos (premio Grandes viajeros, 1998) y de la novela La comedia salvaje (premio Ramon Gómez de la Serna, 2010) que “hoy existe una mayor aceptación de la crueldad; lo que antes ofendía hoy casi se busca, pero sigue habiendo temas tabú, como el de la pederastia; no sé cuántos editores españoles publicarían hoy Lolita”, dice el galardonado, apostillado por su editor Jorge Herralde: “Y más en estos tiempos de clara contrarreforma”. Crueldades.
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