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“La SGAE es como los políticos: solo representa a los que más tienen”

La banda vasca Lisabö presenta su quinto disco en Pontevedra

Lisabö en su local de ensayo.
Lisabö en su local de ensayo.

Los discos de Lisabö se hacen casi a mano, como sus canciones. Las carpetas las serigrafían donde es debido —un vinilo tampoco se puede planchar en cualquier cocina—, pero el montaje es artesanal. Este sábado a las once de la noche presentan en la sala Karma, en Pontevedra, su celebradísimo Animalia Lotsatuen Putzua. Para algunos es la mejor producción estatal del año pasado. Para la asociación Desconcierto Cultural, la manera perfecta de celebrar su segundo aniversario. Si salen bien las cosas, dice Javier Manterola al otro lado del teléfono, se traerán de Euskadi algunos ejemplares para venderlos. Eso, si les da tiempo a armarlos de todo antes de tocar.

No hay contradicción entre los modos y maneras de los iruneses y su producto, o eso parece. Todo lo contrario. “No sé qué va primero y qué va después”, admite el músico, “pero una cosa es reflejo de la otra”. Empezaron en la autogestión en 1998 y ahí vuelven a estar tras la disolución de Esan Ozenki, la discográfica de Muguruza, y Metak, su secuela. La plataforma —no es sello, insisten— se llama Bidehuts. La comparten con bandas como Mursego o Ironen Ero Ni. Su próxima referencia ni siquiera suena. Mu es el primer libro de Borja Iglesias, guitarrista de Anari.

“La autogestión es más exigente, demanda tiempo y esfuerzo, pero no te obliga a rendirle cuentas a nadie. Hacemos las cosas con dedicación y sin ánimo de lucro, tratando de que sean accesibles a la gente sin dejar de ser sensatos y valorar nuestro trabajo”, explica. “De la SGAE no queremos saber nada. Es como los políticos: solo representa a los que más tienen. La gente que de verdad hace que las cosas avancen, los músicos de a pie, no está ahí. Yo tampoco quiero que me defiendan”.

“El ruido”, describe Manterola, “es la fuga de la olla a presión. Parece incontrolable, pero no”

Animalia Lotsatuen Putzua lo han grabado, además de Manterola y Martxel Mariskal, el autor de los textos —en euskera—, otros cuatro músicos: Karlos Osinaga (voz y guitarra), Iban Zabalegi (batería), Eneko Aranzasti (batería) y Xabi Zabala (bajo). En directo se suma otro bajista para completar el doble trío: Joseba Ponce. La formación es una garantía de contundencia. “Es un sueño hecho realidad, un gustazo”, dice el cantante y guitarrista. “Eso sí, aunque nosotros tocamos sin tapones, que no nos gustan, si alguien tiene el oído sensible es mejor que se los ponga”.

El quinto disco de Lisabö tampoco parece apto para cualquier oído. Llegó tarde, en diciembre, pero se coló en las listas, y en muchos casos de primero. Es un “milagro”, dice Manterola, que haya seducido así a buena parte de la crítica. “Es complicado, lo entiendo. Sé que no entra a la primera. Ni yo mismo me lo pongo en casa a menudo, hay que encontrar el momento. Por eso es tan gratificante que alguien lo considere un álbum para tener en cuenta. Tampoco nos habría importado que fuese de otra manera, la verdad. Ya nos habíamos quedado a gusto haciéndolo”.

Suelen decir, medio en serio, medio en broma, que sus discos dialogan con su local de ensayo, “un sitio lleno de aparatos de construcción que no sabes ni cómo se llaman, una escenografía de proceso permanente, todo colgando”. Sea como sea, el álbum te perfora. El pozo de los animales avergonzados, como se titularía si el idioma de Lisabö no fuese el euskera, está lleno de alaridos, silencios atronadores, guitarras abrasivas. “Espasmódico, crudo y descarnado, pero no violento”. Lírico y agotador, seis canciones en 45 minutos. Te aplasta y te levanta. “El ruido”, se despide Manterola, “es la fuga de la olla a presión. Parece incontrolable, pero no lo es”.

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