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CRÍTICA | DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crisis global y ética del baile

Mucha codicia y pocos escrúpulos ante un ejemplo más del 'eurotrash' ballet; es decir, el ballet basura, en un apogeo de la mediocridad y del todo vale

Mucha codicia y pocos escrúpulos. Ese es el primer pensamiento que viene a la cabeza, y una cierta indignación más que justificada. Esta compañía pertenece a esa ínfima categoría que mi colega Clement Crisp del Financial Times ha catalogado muy bien en el mundo anglosajón: el eurotrash ballet; es decir, el ballet basura, de restos. Igual que tenemos comida basura, bonos basura y televisión basura, cómo iba a faltar el ballet a esa merienda, a ese apogeo de la mediocridad y del todo vale.

Y es que todo es engañoso en esta función espuria. Ni siquiera han descolgado las bambalinas de El rey León, con lo que se producía un hilarante resultado en el decorado de palacio gótico con cielos tribales africanos. Fue un despropósito tras otro y nada se corresponde con el programa de mano: donde aparecen 24 cisnes fotografiados, en el Gran Vía había 12 incluso con otro vestuario y algunas con orondo sobrepeso.

Russian Classical Ballet

Coreografía: Marius Petipa y Lev Ivanov; música: P. I. Chaicovsky; escenografía: Eugeni Gurenko; vestuario: Irina Ivanova. Russian Classical Ballet. Teatro Gran Vía. 9 de abril.

El príncipe Sigfrido (Andrei Besov) es uno de esos casos en que el traje se conserva mejor que el artista que lleva dentro; la princesa-cisne (Margarita Demjanoka) es un quiero y no puedo constante: frases trucadas, música obviada y dificultades pasadas por alto, además de un obtuso gesto de enfado o azoro, no se supo bien. Ella llevaba mal atadas sus zapatillas; él la dejó caer dos veces.

El teatro estaba a reventar y hasta hubo ingenuos aplausos de entusiasmo, una prueba más de que hay público para el ballet académico y que no se merece tal sainete. Probablemente ni público ni autoridad, ni entendidos ni la profesión, han sabido defender que exista un ballet clásico como debe ser o que vengan agrupaciones de primer orden. Si algún hueso queda de Petipa o de Ivanov, anoche se revolvieron. Apenas aparecía un respiro con la archifamosa Danza Rusa, esa paráfrasis donde el violín debe guiar a la bailarina, pero fue al final caricatura.

El sentimiento es que todo ha fallado y que en cualquier escenario, público o privado, puede ofenderse sin miramientos a una tradición que es sagrada, que es arte. En el aparatoso programa ni siquiera aparece un nombre responsable, un director, un maestro repetidor. Solo unas direcciones electrónicas, muy a tono con los tiempos de crisis que corren y con los vientos que azotan peligrosamente cosas que imaginábamos intocables.

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