Ronco de andar descalzo
Un libro recoge la peripecia vital y artística del cantaor Rancapino
A Alonso Núñez Rancapino (Chiclana de la Frontera, Cádiz, 1945) siempre lo ha definido el eco de su voz, esa garganta rozá que tantos adjetivos ha sugerido para su cante. Sin embargo, a los rasgos de su timbre el cantaor les otorga una explicación tan sencilla como trágica: afirma estar "ronco de andar descalzo de chiquillo". Es algo que se le viene oyendo desde hace años y que ha impuesto como título para su biografía: Rancapino. Ronco de andar descalzo, Bellaterra Edicions (Barcelona, 2011).
El autor de la misma, el también chiclanero Pedro A. Quiñones, ha empleado más de dos años en recoger un testimonio largo y plagado de peripecias vitales, las de un hombre gitano y cantaor flamenco que resume en su trayectoria una historia quizás ya irrepetible, la de las fatiguitas de toda una generación de artistas que se tuvo que buscar la vida en unos tiempos difíciles, tiempos que en casos como el suyo parece que nunca terminan de hacerse fáciles. Porque Rancapino sigue a día de hoy luchando para sobrevivir con su arte como única herramienta, "y sin representante", indica su biógrafo mientras el cantaor, al teléfono, cierra personalmente una actuación.
Durante el tiempo de elaboración del libro, autor y artista han estrechado unos lazos que venían de antiguo y que ahora se han visto enriquecidos por las vivencias compartidas. Entre ellas, el fallecimiento de Juana, la mujer del cantaor, quien también ha padecido en carne propia serios problemas de salud que, por fortuna, no le imposibilitan seguir en la lucha. No obstante, Quiñones, consciente de sus dificultades, ha cedido todos los derechos de la biografía al protagonista de la misma, y se preocupa de que las presentaciones que se están haciendo de la obra vayan acompañadas de actuaciones del artista.
Pedro A. Quiñones ha empleado dos años en escribir la biografía
De su experiencia dice haber aprendido mucho y cuenta, además, que durante todo el tiempo de recopilación intuía que Rancapino guardaba mucho más de lo que decía: "Es una persona muy lista y evita hablar de cualquier cosa que pueda ser delicada. Es parte de su elegancia natural. Ha contado muchas cosas para alabar a la gente que quiere y para contar cómo es él, pero nunca ha hablado mal de nadie. Para todo el mundo tiene un halago, una alabanza, un piropo", destaca.
Añade Quiñones que la experiencia de la biografía le ha devuelto la imagen de un paisano cuya figura alcanza límites insospechados por el aprecio que su arte recibe en otros lugares y de otros artistas, expertos y aficionados. Es lo que experimentó, por ejemplo, en la presentación del libro en La Casa Encendida de Madrid el pasado febrero, con una actuación para la que se acabaron las entradas en una hora. La propia edición es una prueba más de lo mismo.
Curro Romero, Miquel Barceló y Tito Díaz colaboran en la obra
El libro ha sido artística y lujosamente diseñado por Pere Selma, amigo del cantaor, y en él se incluye una cariñosa dedicatoria del diestro Curro Romero, otra del escultor Tito Díaz con fotografía de su obra Tributo a Rancapino, y las pruebas que Miquel Barceló, otro de los amigos, realizó para la confección de la carátula del disco del cantaor de 1995, una grabación que Alonso califica de redonda y que —enriquecida con una fiesta por bulerías registrada el pasado verano— se encuentra también incluida en la publicación.
El cantaor ha recibido esta biografía como un gran regalo en una carrera que se niega a concluir, aunque afirme que hay que dar paso a los jóvenes (de hecho su hijo Alonso le acompaña en muchas de sus actuaciones). "El cante es mi vida", declara, "y además es bueno para el flamenco que cantaores como yo estemos ahí, con el recuerdo de Caracol, Aurelio Sellé, La Perla, Fernando Terremoto, Manolito de María o Juan Talega". Porque Alonso es artista que gusta de reconocer sus magisterios, muchos de ellos ganados a pulso con su picaresca o por su propio arte. Siempre de chiquillo alrededor de la isleña Venta de Vargas con su amigo Camarón, metiéndose en las fiestas de Aurelio o Caracol y ganándoselos a fuerza de calcarles los cantes. Y no solo en esas fiestas, sino en toda la que se pusiera a tiro para así ganar unos cuartos que, en ocasiones, los señoritos le regateaban: "Bueno, ya os veré", cuenta que una vez le dijo uno al despedirse. "¿Es que no me está viendo ya?", le respondió el cantaor.
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