El furor del ritmo caribeño
Los Van Van, dirigidos ahora por Samuel Formell, consiguen un lleno generoso en la Sala Arena
Cuba es otra cosa. Lo nunca visto: el público aprovechaba anoche la música de sala para ejercitar sus mejores pasos de baile. Si esos eran los prolegómenos, resulta sencillo imaginar lo que sucedió en cuanto comparecieron las huestes de Samuel Formell. Aunque hubiera que lidiar con los límites infranqueables de la física: la Sala Arena terminó con un lleno generoso, insólito en fechas vacacionales, y los más duchos en materia danzarina apenas disponían de margen para guapeo y guaguancó. Así que los virtuosos apenas pudieron presumir lo que la ocasión —y sus partenaires— merecían.
La inelasticidad del espacio también constituía un problema engorroso para los músicos: 16 efectivos (cuatro cantantes, tres metales, tres percusionistas...) hacinados en el exiguo escenario, con los dos violinistas sufriendo para no acabar a codazos. Pero las estrecheces son sinónimo de calor, y a este respecto Los Van Van acumulan 42 años de magisterio. Tocaba festejar y arrimarse, aunque el calendario recomiende contrición.
Estos cubanos son bullangueros y sabrosos sin buscarle las cosquillas a nadie. Con ellos no procede preguntarse por la salud del régimen (ni del Comandante); solo dejarse arrastrar por el furor del ritmo. Ha habido mucha renovación generacional en la banda, empezando por el líder, Juan Formell, que delega en su hijo Samuel, agazapado tras la batería. Por lo demás, la salsa clásica sigue constituyendo la espina dorsal de un repertorio diseminado por 20 álbumes; el último, La maquinaria, lo bastante reciente como para avalar que aún hay cuerda para rato.
Los temas de extenso desarrollo (La mantengo), solo aptos para caderas fulgurantes, prolongaron la algarabía. Nada habría sido igual, claro, sin la abundante colonia caribeña: mujeres de curvas contrarias a las normas de circulación, muchachos fibrosos, la voluptuosidad a flor de piel. Canela, preferentemente.
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