La buena factura
"Estamos, sin hipérbole alguna, ante la música más hermosa que jamás se haya escrito, ante una construcción perfecta desde la estructura básica hasta el detalle más nimio"
Cada año, por estas fechas, suele haber una cita con el Bach de La Pasión según San Mateo. Como es lógico, no tiene igual fortuna todas las veces: los intérpretes son parte importante en el resultado. Pero se acude siempre —o casi siempre— porque el riesgo de no oírla, siquiera una vez al año, es demasiado grande. Estamos, sin hipérbole alguna, ante la música más hermosa que jamás se haya escrito, ante una construcción perfecta desde la estructura básica hasta el detalle más nimio. Y no sólo es perfecta: se trata de una creación conmovedora que sacude con extraña intensidad el interior de cada oyente.
LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO
De J. S. Bach. Les Musiciens du Louvre Grenoble. Director: M. Minkowski. Solistas vocales: M. Brutscher, C. Immler, M. Sølberg, D. Galou, E. Warnier, M. Staveland, B. Arnould y O. Willett, entre otros. Palau de la Música. Valencia, 25 de marzo de 2012.
Cuando esa trágica Pasión se plantea, además, con la buena factura y la capacidad comunicativa del grupo de Minkowski, cuando no hay sombras que la empañen, parece lógico sentirse abrumado: hay demasiada belleza derramada graciosamente sobre los asistentes. En esta ocasión hubo voces más o menos bonitas, mejor o peor impostadas, pero todas, absolutamente todas, sirvieron a Bach con sus mejores armas. Hubiera gustado, sí, un instrumento con más cuerpo para el Erbarme dich, por ejemplo. O un Evangelista que no cruzara nunca esa frontera invisible entre lo expresivo y lo histriónico. A cambio, la voz luminosa y el talante dramático de Markus Brutscher causaron el delirio del público. Las dos sopranos gustaron por la frescura y belleza del timbre, y el Jesús de Christian Immler, con muy buena técnica canora, resultó sobrio y majestuoso. Los dos coros, compuestos por la suma de los propios solistas, lucieron empaste y ajuste modélicos. Sin embargo, lo más impresionante fueron los instrumentistas. Lejos de resignarse a un segundo plano, asumieron el decisivo papel que Bach les asigna aquí. Los responsables del continuo, firmes como una roca, defendieron con convicción las líneas graves de la polifonía, de forma que todo el mundo pudiera disfrutarlas. Los instrumentos marcados obbligato cantaron igual o mejor que las voces a las que acompañaban, aunque en Bach, realmente, no se sabe nunca quién acompaña a quién. Y, dirigiéndolo todo, Marc Minkowski: excelente paradigma para sumergirse en una partitura de este calibre.
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