El bucle independentista de Convergència
El partido de Jordi Pujol y Artur Mas pierde su confianza en la utilidad del Estado español para Cataluña
“Ya era hora, es como salir del armario”. Esta frase de un delegado del 16 Congreso de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) celebrado en Reus celebrado en Reus el pasado fin de semana es probablemente una buena definición del paso que acaba de dar el partido de Jordi Pujol. Después de marear la perdiz durante décadas, Convergència ha terminado por proclamarse independentista. Al hacerlo ha dado la razón a quienes consideran que un nacionalista consecuente tiene que ser independentista.
La habilidad dialéctica y política del fundador del partido, Jordi Pujol, habían logrado rehuir la espinosa cuestión hasta ahora, refugiandose en una suerte de accidentalismo muy parecido al practicado por la Lliga Regionalista de Francesc Cambó en el primer tercio del siglo XX. A la disyuntiva entre monarquía y república, Cambó respondía “¡Cataluña”. A la alternativa entre autonomía y federalismo o independencia, Pujol respondía hasta hace poco “¡Cataluña!”.
Después de marear la perdiz durante décadas, Convergència ha terminado por proclamarse independentista
Pero este recurso ha dejado de funcionar. El parteaguas que ha llevado a Convergència a abandonar el accidentalismo es sin duda alguna el desguace de la reforma del Estatuto de Autonomía por el Tribunal Constitucional, en 2010. Aquella sentencia destrozó la ya de por sí muy escasa confianza de un partido nacionalista como el de Pujol en la ecuanimidad de las instituciones centrales del Estado español, confirmando su percepción de que están controladas por una burocracia de Estado de raiz castellana empeñada en tratar a Cataluña como una mera provincia desprovista de entidad nacional propia.
La reacción del nacionalismo catalán posibilista representado por Convergència ante esta deriva de la situación relativa de Cataluña dentro de España no se ha limitado a la decepción entre quienes creyeron que podían mejorarla, como el propio Pujol. No, lo que junto a la frustración se ha producido en Convergència y su universo social próximo en estos últimos años es un proceso de desapego respecto a la idea del Estado español como entidad política útil para Cataluña. Es uno de los aspectos de la desafección política de la que en su día advirtió el presidente José Montilla. En Cataluña, el Estado español como aparato politico-administrativo siempre fue considerado como algo bastante ajeno, que actúa basándose en intereses a los que califica como superiores pero que resultan ser a menudo distintos a los propiamente catalanes, cuando no directamente contrarios o perjudiciales. Esta idea, presente desde siglos en la sociedad catalana, gana espacio cada día desde la sentencia del Tribunal Constitucional.
El bucle consiste en que el Gobierno del PP no tiene por qué hacerle caso cuando le habla de independencia, porque puede creer que en realidad le está presionando para obtener dinero
Sin embargo, y a pesar de todo esto, cuesta mucho creer que la opción de Convergència por la independencia de Cataluña sea una apuesta seria. Sobre todo porque, en coherencia con la tradición más arraigada del pujolismo, llega unida a una propuesta de negociación fiscal que aspira a alcanzar una situación como la de Euskadi y Navarra, y, está superpuesta, además, a una angustiosa crisis de tesorería en el Gobierno de Artur Mas. ¿Qué significa esa afirmación repetida una y otra vez por los dirigentes de Convergència según la cual si no hay pacto fiscal al alza, a Cataluña no le quedará otra salida que la independencia? Pues muy sencillo, significa que si hay dinero el partido volverá al autonomismo. Entonces, ¿cómo no tomar la apelación a la independencia como mero tacticismo?
El tacticismo en nombre de Cataluña forma parte del acervo práctico acumulado desde 1980 por el pujolismo, está en el ADN de Convergència. Su despliegue a lo largo de décadas ha tenido efectos devastadores para la imagen de Cataluña en el resto de España. Pero a estas alturas, tanto el PSOE como el PP saben por experiencia que una cosa es lo que CiU proclama de cara a su clientela electoral y otra lo que está dispuesta a aceptar en los despachos del poder, en Madrid.
El bucle en el que ahora se ha metido Convergència consiste en que el Gobierno del PP no tiene por qué hacerle caso cuando le habla de independencia, porque puede creer que en realidad le está presionando para obtener dinero. Pero tampoco cuando le habla de dinero con la amenaza de una independencia, a la que de todas formas asegura que no piensa renunciar como horizonte a medio plazo. Porque cualquier Gobierno puede pensar entonces que mejor sería gastárselo en proyectos que no pasen por Cataluña, como por ejemplo cualquier destino para el AVE de Madrid o el enlace ferroviario de Madrid a Francia por el Pirineo aragonés.
Esta es la lógica en la que se está metiendo Convergència.
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