“La economía no puede soportar el exceso de universidades”
Desde hace 25 años defiende una universidad pública al servicio de los estudiantes Incide en que algo se ha hecho mal cuando no hay ningún científico español Nobel en 105 años
“El hecho de que España no haya conseguido ni un solo premio Nobel desde que Ramón y Cajal lo ganara en 1906 tendría que hacer meditar cuando las universidades hablan de excelencia académica”. Para José Adolfo de Azcárraga (Valencia, 1941), catedrático de Física Teórica en la Universitat de València, la mejor manera de corregir los aspectos menos nobles de la naturaleza humana consiste en conocerla. Con esa filosofía lleva 25 años defendiendo en foros públicos su tesis sobre lo que debiera ser la institución para la que ha trabajado más de 40 años: “Como servicio público, la universidad real debería concebirse al servicio de los estudiantes y la sociedad, no al servicio de los profesores y el personal administrativo, como suele ser el caso”.
Preocupado por una comunidad universitaria debilitada por el aumento del número de centros, la endogamia del profesorado, la legislación farragosa y la apatía de los órganos rectores, el pasado verano rubricó la tribuna publicada en El PAÍS sobre el manifiesto contra la aprobación del Borrador del Estatuto del Personal Docente e Investigador (PDI), que contó con el apoyo de más 2.600 profesores universitarios contrarios al proceso de burocratización universitaria. Formado en la época de las clases magistrales de los sumos catedráticos, este curso cierra su vida académica en la universidad de las comisiones de innovación educativa de cuño boloñés. Atrás deja una sola frustración: no haber sido vicerrector.
Pregunta. ¿En qué momento se encuentra la universidad española actual?
Respuesta. España tiene demasiadas universidades: 50 públicas, 29 privadas, y 236 campus universitarios. No hay economía que pueda soportarlo. El Estado de California, con mayor PIB, cuenta con diez universidades públicas. La filosofía de que toda comunidad autónoma tenga una universidad en cada pueblo ha sido perniciosa, porque la competencia entre universidades con iguales estudios supone un despilfarro innegable. La sociedad debería apreciar que es mucho mejor para sus jóvenes estudiar en una buena facultad que en una mediocre, por muy a la puerta de su casa que esté. Es mejor y menos costoso dar becas para desplazarse que crear universidades. En Estados Unidos, el 70% de los alumnos cambia de ciudad mientras estudia y en el Reino Unido el 55%, pero en España el 7%. Esa falta de movilidad produce una indeseable cantonalización del país, de manera que la mayoría de los jóvenes conoce más Londres o Florencia que cualquier otra región española.
Tenemos más jóvenes preparados que nunca, pero el nivel medio no es bueno
P. En medio de recortes y deudas, ¿el problema no es una cuestión de fondos?
R. La financiación es importante pero, siendo un gran problema, no es el problema. En 2010 el sector de I+D representó sólo el 1.39% del PIB, un 0.39% en la enseñanza superior. Las universidades y el CSIC llevan años recortando capital humano, especialmente joven. Lo peor que les sienta a las instituciones científicas es la “ducha escocesa”, pasar de periodos de bonanza a periodos de estrechez: en la bonanza no siempre seleccionan a los mejores y en la escasez pierden a los mejores. Pero las universidades no están exentas de culpa. Han contribuido a su difícil situación, porque durante la expansión económica crearon nuevos estudios innecesarios y acometieron gastos inconvenientes en muchos casos.
P. La creación de universidades también eleva el número de catedráticos.
R. Si digo que hay muchos catedráticos, se dirá que soy un catedrático viejo que quiere que haya pocos. Si digo que hay pocos, equivaldría a decir que todo profesor debería ser catedrático. El problema son los criterios para llegar a ser catedrático. Cuando Mercedes Cabrera era ministra de Educación se estableció el baremo para acreditar a los profesores universitarios que prima aspectos ajenos al conocimiento que tenga el profesor para enseñar, como la pertenencia a comisiones poco útiles o a cargos de gestión, en detrimento del mérito. Ese baremo no ha mejorado la calidad de las universidades públicas y, por tanto, perjudica a los estudiantes.
Es mejor y menos costoso dar becas para desplazarse que crear nuevos campus"
P. ¿Qué le ha perjudicado más a la universidad, el aumento de estudiantes o de cátedras?
R. El número de catedráticos no es un problema. Pero, el aumento del número de alumnos no es bueno. Se afirma que tenemos la juventud <CF></CF>mejor preparada de todos los tiempos<CF></CF>, pero es falso, porque es una cuestión de número: tenemos más jóvenes preparados que nunca, pero el nivel medio no es bueno. La población estudiantil universitaria supera el porcentaje recomendado por la Unión Europea. Sin embargo, España está 10 puntos por debajo de la recomendación europea en Formación Profesional. El número de estudiantes universitarios debería reducirse un 20% a favor de la FP.
P. ¿La endogamia y el caciquismo son puntos críticos de la cultura universitaria?
El número de universitarios debe reducirse un 20% en beneficio de la Formación Profesional"
R. La endogamia es tan evidente como perjudicial, con pocas excepciones. Si se coge una universidad al azar y se pregunta cuántos de sus profesores han estudiado y doctorado en ella, la endogamia en la universidad española supera el 90%. La existencia de cierto caciquismo es inevitable, pues quien tiene poder tiende a ejercerlo. Debe haber mecanismos compensatorios que eviten que ese poder se ejerza, pero en la universidad actual las instancias a las que se puede recurrir contra el caciquismo están a la misma altura del cacique. Por eso la posibilidad de combatirlo es más difícil.
P. Con esos trazos, ¿la universidad sigue siendo medieval?
R. En la universidad medieval los estudiantes podían escupir al mal profesor: de ahí la expresión “ponerlo como chupa de dómine”. A la universidad moderna no cabe juzgarla de medieval por su estructura jerárquica. Las autoridades académicas dependen demasiado de su cuerpo electoral. Y si éste se rige por la filosofía de “qué hay de lo mío”, tan característica de la universidad española, eso les pasará factura a los dirigentes. Desde esa perspectiva, es difícil que la universidad española lleve a cabo una política científica seria como la Universidad de Cambridge, en la que el Vice-Chancellor puede decirlo en el discurso de toma de posesión con absoluta claridad y sin ninguna timidez, porque la idea de la excelencia ha calado por osmosis hasta cualquier estrato de la universidad, y por tanto se defiende.
P. Cuesta ver en público a rectores críticos con la organización universitaria.
R. Los rectores son demasiado “prisioneros” de sus votantes, pero deberían serlo hasta cierto punto. Un rector debería estar dispuesto a dimitir si defiende una política científica rigurosa que cree se deba aplicar. En los últimos 35 años de universidad democrática no ha habido ningún rector dispuesto a jugarse el cargo por defender un determinado nivel de excelencia para su universidad si su claustro no aceptara. Pero la naturaleza humana es común a los políticos, los rectores y los profesores de universidad: todos somos un poco reos de lo que nos ha llevado a donde estamos. En el caso de los rectores, hoy tienen que pagar muchos peajes que coartan la libertad necesaria para mejorar la política científica de una universidad.
P. ¿Hacia dónde se dirige la universidad?
R. La universidad es en parte consecuencia de las enseñanzas medias y, por tanto, la actual reforma del Bachillerato y de la FP que los prolonga a tres cursos es muy acertada. La FP hay que dignificarla para que sea atractiva a muchos jóvenes que no quieren seguir la carrera universitaria. Respecto a las universidades españolas, hoy no hay ninguna entre las 200 primeras de mundo. Hay mucho que mejorar. El ministro Wert ha resaltado que en España hay muchas universidades. Por lo menos, reconocerlo públicamente ya es un avance.
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