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Una revolución lúdica

El grupo barcelonés La Casa Azul ha vendido todas las entradas para sus conciertos madrileños de hoy y mañana. Hay hambre de pop culto y suntuoso, que reacciona ante las miserias del tiempo presente

Diego A. Manrique
Guille Milkyway, de La Casa Azul.
Guille Milkyway, de La Casa Azul.LLUÍS DOMINGO

Una sala clásica (But, en los bajos del Pachá) para un grupo ya clásico del pop inteligente en castellano. No busquen entradas: las dos fechas de La Casa Azul -hoy viernes y mañana sábado- están sold out, todo el papel vendido, como corresponde al impulso de uno de los discos más luminosos del pasado año, La Polinesia Meridional (Elefant).

Somos afortunados de que su factótum, Guille Milkyway, no haya renunciado a las incertidumbres del pop, a funcionar en un mercado musical que se evapora de día en día. Guillem Villela (Barcelona, 1974) podía ganarse cómodamente la vida con su trabajo como ingenioso compositor de publicidad, sintonías de televisión y soundtracks para series de dibujos animados; tiene incluso un Goya por Yo, también, insólita canción principal de la película del mismo título. En realidad, Guille es un artesano que considera que hay tanta satisfacción en trabajar para Nesquik como en desarrollar temas memorables del calibre de La revolución sexual.

Recuerden, La revolución sexual, infalible propuesta para Eurovisión 2008…hasta que surgió Rodolfo Chikilicuatre y una parte del público televisivo decidió seguirle la broma. Hoy, Guille lo recuerda "entre divertido y devastador. Yo me imaginaba siendo France Gall en 1965 pero resulta que ni soy France Gall ni estábamos en 1965." Para la historia: la genuflexión de Guille ante Raffaella Carrá, presentadora de aquel infausto programa "democrático" de TVE, Salvemos Eurovisión.

Han pasado cosas aún más terribles desde entonces y La Polinesia Meridional refleja el estrechamiento de los horizontes vitales de una generación, de una cultura, de un continente entero. Contiene piezas como Europa Superstar, que constata "el final de la posibilidad de una Unión Europea humanista, que huía del radicalismo ultraliberal." Desde el principio, el disco golpea con la crudeza de Los chicos hoy saltarán a la pista: "ya no les queda nada/ les quitaron todo atisbo de color/ les robaron las palabras/ les hundieron bajo el agua/ destrozaron su talento arrollador." Inicialmente, puede sonar a la última noche en el Studio 54, carpe diem y mañana resaca, pero hay una voluntad de resistencia: "es una aportación chiquitina al 'no pasarán', un canto romántico a la urgencia de una revolución, lo más lúdico posible".

Las mil caras de Guille Milkyway

  • La Casa Azul no se prodiga, lo cuál solo es una de las razones que explican que sus directos resulten tan deseados. Para la actual minigira, Guille confirma que son "tres músicos sobre el escenario con un apoyo visual más presente que en el pasado, formado por 20 pantallas lcd."
  • Mientras tanto, están al caer dos novedades que revelan su inmensa curiosidad creativa. Retoma el nombre de Milkyway para un proyecto más sigiloso, un álbum donde recurre al inglés. Su sello, Elefant, siempre ha entendido el valor de las piezas para coleccionistas y también publica, en variadas versiones, las canciones que sirvieron para campañas de Nesquik en 2008 y 2012.
  • Que no se menosprecie la capacidad de Guille para mimetizarse con cualquier encargo. Fue el responsable del delicioso Amo a Laura, por encargo de MTV España, donde parodiaba a la sana juventud de, digamos, el PP.

Musicalmente, La Polinesia Meridional parece una producción de Philadelphia International Records: "hoy solo creo en Filadelfia, Norman Harris es mi dios", se oye en Colisión inminente. Intenten imaginar un disco de Gamble-Huff para las pistas del northern soul, sin las imposiciones fanáticas de aquella subcultura. "Tenía una idea clara", reflexiona Guille: "llevar al extremo la densidad sonora pero haciéndolo de la forma más natural posible. El hablar de referentes es complicado para mí. Si hay algo básico en La Casa Azul, diría que es la ausencia de prejuicios, de cualquier ortodoxia. Que las hay, tanto en la disco music como en el rock."

El resultado es un sonido opulento, donde no se sabe donde terminan los músicos de carne y hueso y donde comienzan las máquinas, cuanto hay de sampler y cuanto de inspiración o locura (el perfume de sitar del tema que da título al disco). "Ese es el secreto, mezclar y seguir mezclando cuando parece que has llegado al final".

Podemos hablar de clasicismo, de un autor cómodo con sus señas de identidad. Que incluye una aguda capacidad de observación, aunque no recurra a la coartada artística para posibles inmersiones en el hedonismo: "no considero que haya vivido nunca la dolce vita barcelonesa... ¡ya me hubiera gustado a mí! Sólo sé hablar de lo que he vivido pero tengo la suficiente imaginación". En realidad, Guille prefiere la existencia rural: " tiene más sentido si lo que uno busca es permanecer un poco al margen de la debacle global."

El hombre de La Casa Azul tiene suficiente cintura para ironizar sobre los que recurren a soluciones tópicas, como en La vida tranquila: "esa canción intentaba ser un retrato radicalmente costumbrista de como una supuesta vida tranquila puede conducir al desastre total. " Suena a argumento para una novela o una película del subgéneo pesadilla de yuppie, aunque Guille no quiere dar nombres de realizadores compatibles con su visión.

Sí demuestra una cultura pop superior en Terry, Peter y yo. El Terry de la canción es Terry Melcher, hijo de Doris Day y exquisito productor, marcado irremediablemente por el hecho de que quizás era el objetivo del escuadrón de zombis asesinos de Charles Manson; Peter es Peter Allen, infeliz marido de Liza Minnelli y luego estrella del cabaret gay. "son ese tipo de personajes que te fascinan por su inmenso talento y por su mala fortuna. Nunca llegaron realmente a trascender mientras todo su entorno sí lo hacía. Los dos tuvieron un desenlace fatal. Se trata de la peor pesadilla para un artista pop pero decidí fantasear con la posibilidad de identificarme con ellos. Puedo confesar que es la canción que más me ha costado hacer en toda mi carrera."

¿Y la Polinesia Meridional? Lo más cerca que ha estado Guille fue cuando La Casa Azul actuó por algunos países asiáticos. "Pero, si las cosas van bien, el estudio de grabación puede ser tan paradisíaco como cualquier isla perdida."

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