A la busca de un discurso
"Si los nuevos dirigentes no entienden que no es imagen sino valores lo que se espera de los socialistas, habrán fracasado antes de empezar"
Tiempo extraño éste para quienes vimos convertirse en condiciones normales de vida, reivindicaciones de antaño: trabajo estable, acceso a la sanidad, educación para los hijos, jubilación asegurada… y advertimos hoy cómo tras los ajustes presupuestarios que exige la necesaria consolidación fiscal, apenas se camufla el ataque a ese modelo social. Lo deja claro el programa de FAES Por un Estado autonómico racional y viable, cuya síntesis sería: menos protección social y menos autogobierno. Lo peor, con todo, no deriva de constatar tal riesgo, sino del escaso protagonismo de la socialdemocracia en ese proceso.
Cierto que lo tiene difícil. Su edad de oro se basó en circunstancias hoy inexistentes: un sistema productivo industrial-fordista donde la clase obrera pactaba paz social a cambio de políticas expansivas implementadas en el marco del Estado-Nación. Una economía mixta entre capitalismo desregulado y planificación soviética, que floreció en un contexto de guerra fría. De hecho, la crítica provino de los comunistas que veían en ella el sostén del capitalismo. Hoy nada es igual. La globalización y el paradigma postfordista diseñan un espacio donde las políticas keynesianas favorecen al competidor y donde los obreros industriales sindicados no son mayoría e incluso son vistos como privilegiados por los trabajadores precarizados. Y donde las clases medias se ven amenazadas unas, corporativas, por la quiebra de valores sobre los que basaban sus expectativas y otras, asalariadas, por una presión fiscal que sienten excesiva. Ello en una Europa desnortada donde es casi imposible articular políticas socialistas si el marco normativo no cambia.
Una problemática global que paradójicamente revaloriza el espacio regional. Es en éste donde se articula la provisión de servicios del Estado del bienestar, donde se pueden redirigir procesos de reconversión del modelo productivo y donde recomponer el maltrecho prestigio de nuestra Comunidad. Ahí se abre una ventana de oportunidad para el PSPV. Sí, ya sé de su estado: endogámico, separado de la sociedad civil e incapacitado para integrar líderes sociales; con militancia y electorado decrecientes, casi sin poder institucional, vacío de ideología e identidad, sin liderazgos solventes… Pese a todo la historia le reclama. La solidez de su marca y su ubicación política lo hacen necesario. Hay objetivos transversales que requieren consensos básicos y no es fácil que puedan tejerse desde un PPCV causante directo del desprestigio de la Comunidad, ni desde EUPV, cuya sobrevenida defensa del Estado del bienestar deja escaso espacio a su reforma, o desde Compromís, cuyo recorrido está aún limitado por aristas organizativas, identitarias e ideológicas.
Por eso al PSPV se le exige bastante más que acompañar en la calle a quienes se manifiesten contra la deriva conservadora
Por eso al PSPV se le exige bastante más que acompañar en la calle a quienes se manifiesten contra la deriva conservadora. Debe dar respuestas a cuestiones básicas para la sociedad del mañana, aunque suponga hacerse preguntas incómodas. Sobre el Estado del bienestar, tanto en lo referente al gasto (¿todo gasto público es redistributivo? ¿hay que identificar universalidad con gratuidad indiscriminada?) como al ingreso (¿deben soportar las nóminas el grueso de la recaudación tributaria mientras rentas altas se camuflan en sociedades de privilegiado tratamiento fiscal?). O respecto del modelo económico (¿no es progresista compaginar flexibilidad y seguridad laboral o productividad y salarios, aunque haya de remover intereses corporativos?). Incluso del sistema democrático (¿cabe ampliar su transparencia y representatividad e impulsar el empoderamiento de las clases populares frente al poder del mercado?). Y claro, hay que elaborar un relato integrador de la sociedad valenciana. En los ochenta, con Lerma al frente, lo hicimos y fue un éxito pese a lecturas que sólo hablan de cesiones en lo que fue lo más parecido a un proyecto colectivo realista e ilusionante que los valencianos hemos tenido.
El PSPV no volverá a tener mayorías absolutas, tal vez nunca. Pero insisto, reeditar otro proyecto que compatibilice cohesión social y competitividad con el orgullo de pertenencia a una colectividad, sólo puede ser nucleado por la socialdemocracia. Tal vez sea mucho esperar de un congreso cuando hace falta casi un big bang, pero sí que la elección de dirigentes rompa inercias tribales y salgan quienes sepan dar contenido al Nosotros el pueblo… con que se definían los padres de la Constitución norteamericana. Hoy no es así. Ciudadanos progresistas, socialistas sin partido y muchos jóvenes no perciben esa identificación y asisten, asistimos, perplejos cuando no indignados, a luchas por el cargo, a discursos sin contenido y al triunfo de la fidelidad mediocre. Más allá de esa unidad ficticia con que suele venderse el reparto de cuotas en las ejecutivas triunfantes, está la credibilidad. La que se gana a partir de la coherencia de los principios con el discurso programático y con la ejemplaridad en los comportamientos. Si los nuevos dirigentes no entienden que no es imagen sino valores lo que se espera de los socialistas, habrán fracasado antes de empezar.
Joaquín Azagra es profesor de Historia Económica de la Universitat de València.
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