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crítica | teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El miedo que nos atenaza

Teatro Meridional celebra su 20 aniversario con una farsa del autor británico Steven Berkoff Sorprende que Salvatierra y Lavín hayan escogido una obra ajena para festejar una trayectoria tan personal

Javier Vallejo

Teatro Meridional tiene mucho que celebrar: en veinte años han estrenado otros tantos espectáculos, casi todos escritos por Julio Salvatierra, uno de sus fundadores, autor de versiones personalísimas de clásicos (un Cyrano para solo cuatro actores, un Romeo en el que no aparece Julieta), de textos narrativos (Qfwfq) y de biografías dramatizadas (Miguel Hernández, que se repone en Cuarta Pared la semana próxima). Sorprende, pues, que Salvatierra y Álvaro Lavín, director de la compañía, hayan escogido una farsa ajena como Kvetch, del británico judío Steven Berkoff, para festejar una trayectoria tan personal. Kvetch, Una comedia americana sobre la ansiedad (1986) habla del miedo al fracaso y al qué dirán que atenaza hasta la inacción a cinco estadounidenses con una imagen pésima de sí mismos, escasa empatía y nulas habilidades sociales.

Una comedia americana sobre la ansiedad (Kvetch)

Autor: Steven Berkoff. Versión: Julio Salvatierra. Intérpretes: Á. Lavin, Elvira Cuadrupani, Chani Martín, Resu Morales y Mariano Llorente. Sala Cuarta Pared. Del 14 al 31 de marzo.

Berkoff nos los presenta intentando ser complacientes con el otro mientras, aparte, dicen cosas horribles de él. Sus cómicos monólogos interiores son marca de la casa, y su lenguaje sucio, veteado de tacos, eructos y expresiones escatológicas, que en su día epató, hoy, después del advenimiento de la generación de Mark Ravenhill (Shopping and Fucking), suena ya oído demasiadas veces. Quizá por eso, Lavín acentúa los perfiles de la farsa; busca, como director, el atajo cómico y no se ahorra un gag, ni se corta un pelo: el público se lo premia todo con risas, pero Kvetch tendría más pegada si los intérpretes abordaran sus personajes desde dentro, montando la farsa sobre el drama de fondo, sin cargar las tintas cómicas, para que cada carcajada se nos helase en la garganta.

Caracterizados con pelucones, con los ojos como platos buscando con la mirada la complicidad del público, los protagonistas masculinos parecen, en sus apartes, personajes escapados de Avenue Q. A Lavín, intérprete de Frank, se le ha quedado impregnado el Groucho que hacía en La verdadera historia de los hermanos Marx: sus apartes nos resultan extrañamente familiares. Resultan más eficaces los momentos hechos más en seco: por ejemplo, ese abrupto final del largo chiste antisemita que Frank enfila después de mil interrupciones, dejando perplejos a sus interlocutores.

Dentro del tono caricatural dominante, las actrices ajustan más su trabajo a cierta verdad interior, especialmente Elvira Cuadrupani, que logra impregnar de ternura a su ama de casa al borde del ataque de nervios. Aunque lo disimule, Berkoff no solo pretende hacernos reír. Al final, de entre la farsa, emerge una intención moralizante cuando, libres ya de temores, sus neuróticas criaturas se atreven a hacer lo que quieren, les va mejor y otro horizonte se les abre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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