De combustión lenta
Ebullición de la cantante Sharon Jones en el Circo Price
Los conciertos de Sharon Jones arrancan con suspense. Durante los primeros diez minutos, los ocho músicos de sus Dap Kings calientan motores con pasajes instrumentales, antes de que las dos coristas disfruten de su momento de gloria con sendas (y fantásticas) interpretaciones solistas. Tal vez por ello, cuando por fin contemplamos las lentejuelas rojas y grises de nuestra protagonista, se advierte una mezcla de hambre y agotamiento en la pista del Circo Price, repleta como en las grandes ocasiones.
Jones es una alborotadora nata, una mujer bajita, fibrosa y algo regordeta que canta con voz majestuosa y sacude todo su cuerpo con una pulsión frenética, como si no hubiera mañana. Su actitud es la intersección perfecta entre la Tina Turner de sus años mozos, junto a Ike, y aquel James Brown capaz de prenderle fuego con su garganta al Teatro Apollo. Añadamos el ascendente de Gladys Knight, de la que recreó Giving up, y disponemos de un cóctel explosivo.
Con todo a favor, sin embargo, la gran dama de Georgia tardó en entrar en ebullición. Sharon desgranaba New shoes o Without a heart con solvencia, pero sin apuntarnos al estómago. Los metales no entraron en incandescencia hasta She ain't a child no more y durante toda la primera hora los mayores vítores se los llevó un espontáneo, Pablo, al que la cantante invitó a bailar sobre el escenario.
Fue una rara noche de combustión lenta, tal vez por el cansancio de unos músicos que finalizaban su gira y esta mañana parten de regreso a Nueva York. El orgullo negro de la Jones, su efervescencia de volcán islandés, no emergió hasta los homenajes en los bises a las añoradas Amy Winehouse, Etta James y Whitney Houston. Y ese delicioso torpedo contra las temidas suegras que es Mama don't like my man.
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