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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Basura dirigida

La recogida selectiva de basura, puerta a puerta, que Bildu quiere implantar en los municipios guipuzcoanos en los que gobierna está generando oposiciones y preocupaciones que tienen, a mi juicio, fundamento y son dignas de consideración. Están las cuestiones de precio (se trata de un sistema caro) y de aprovechamiento y/o coherencia del modelo en las circunstancias actuales: en la medida en que no contamos con plantas capaces de tratar toda la materia orgánica que ya se genera, aumentar el ritmo y el volumen de esa recogida parece temerario, una manera de empezar la casa de los residuos por el tejado, con un obvio peligro de derrumbe; un remedio peor que la enfermedad ya de por sí grave de las basuras. El sistema resulta además profundamente antiestético: un paisaje de cubos y bolsas colgados a la vista choca sin duda con cualquier ideal, por original que sea, de belleza urbana. Y presumiblemente peor que antihigiénico: un insalubre imán para bacterias y bichos poco recomendables.

Pero está también la cuestión, que considero central, de la presión que el sistema puerta a puerta ejerce sobre el ciudadano, obligado de repente a convivir largos días con sus desechos (cuando al contenedor puede ir en cualquier momento o a las horas establecidas) y a organizarse privada, íntimamente, de acuerdo con ritmos y criterios decididos desde lo público; todo bajo la amenaza de sanción en caso de incumplimiento —se han dado casos ya de rastreo en las basuras para identificar mediante alguna señal a los infractores—. Creo que el asunto da para preocuparse a dos niveles. Por un lado, por la injerencia de lo público en lo privado que supone: una versión más del granhermanismo que nos invade, del derrumbe de las nociones y defensas de lo íntimo. Precisamente ahora que estamos fichados y localizados y filmados casi todo el tiempo, a través de nuestras tarjetas de crédito, los códigos de barras de nuestra ropa, los GPS de nuestros móviles, las cámaras de seguridad multiplicadas en calles, edificios, medios de transporte… defender algún espacio de estricta intimidad parece un artículo de primera necesidad ciudadana. Por otro lado, por lo que el sistema puerta a puerta tiene de coactivo, de apoyado sobre la base del control y la sanción. Lo que es, en mi opinión, otra manera de recortarle espacio a lo privado, a la decisión personal, y, en ese sentido, una mala orientación y una pésima inversión en un terreno que, como este de las basuras, tanto depende de la conciencia cívica, de que los ciudadanos asumamos lúcida, meticulosamente, una parte de la carga y del remedio.

Insistir en el control y la multa no es incentivar la responsabilidad individual; es achicarla con o reemplazarla por la simple obediencia o el temor. No es hacer ciudadanía, sino inhibirla. Porque la ciudadanía es actividad asumida desde dentro, y este sistema entiendo que alienta pasividades, inercias pautadas y dirigidas desde fuera.

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