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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los harapos del prestigio

"Desde Torrevieja hasta Castellón el mapa y crónica de la truhanería andante delata no solo su febril laboriosidad, sino también la desvergüenza con que ha procedido"

Tan extendida e incluso variada ha sido por estos pagos valencianos la corrupción que no es fácil elegir el episodio más llamativo o escandaloso de cuantos han aflorado. Desde Torrevieja hasta Castellón el mapa y crónica de la truhanería andante delata no solo su febril laboriosidad, sino también la desvergüenza con que ha procedido, acaso animada por el clima de aparente impunidad que durante lustros ha prevalecido en el país. Se multiplicaron así los enriquecimientos súbitos e insólitos que por su frecuencia dejaron de ser noticia, o lo fueron únicamente por la rareza de haberse producido de manera industriosa y honrada, al margen de la connivencia política y del partido gobernante como colaborador necesario del eventual desmán y crisol en el que se han condensado innumerables trapacerías.

El lector está sobradamente ilustrado acerca de los sucesos y personajes principales que animan esta mortificante historia que tanta expectación e irrisión ha suscitado por esos mundos donde la llamada “ladronera valenciana” encandila debido a su desmadre. Que si El Bigotes y sus hazañas, o los ropajes del molt honorable y la chusca absolución del jurado que lo juzgó, o el hedor a perversidad municipal que expenden las basuras de La Vega Baja, o la planificación urbanística de Alicante resuelta en beneficio familiar o mistoso, o el panal de rica miel que para algunos supuso la visita del Papa, o las trapisondas con los fondos destinados al tercer mundo, o los sobrecostes y despilfarros monumentales de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias, o ese monumento a la chulería, depredación económica e ineficiencia judicial que representa el cacique castellonense Carlos Fabra y etcétera.

Pero de todos estos enredos que nos legó en buena parte el presidente Francisco Camps, ninguno alcanza en nuestra opinión la desfachatez del llamado saqueo de Emarsa, la empresa depuradora de Pinedo, víctima del prolongado, cuantioso y apenas cauto pirateo llevado a cabo por individuos elegidos y hasta amparados por el grupo municipal mayoritario. O sea, el popular. Sin embargo, con una treintena de encartados y quizá otros tantos millones de euros estafados resulta asombroso que nadie asuma la responsabilidad política, siendo así que el Ayuntamiento de Valencia es el socio hegemónico de esa entidad metropolitana y le incumbe como tal la presidencia de ese reducto de manguis. Que no haya percibido la malversación o haya mirado hacia otra parte no le exime de las consecuencias. En el marco de una democracia más evolucionada, la alcaldesa Rita Barberá ya habría dimitido, como ha pregonado estos días en las Cortes la diputada de Compromís, Mónica Oltra.

No es justa ni se sostiene la descalificación global de la derecha política y económica valenciana, reputada como estulta e ignorante por el estamento progresista. Es una exageración, sin duda. En el seno de esta derecha hubo en tiempos no tan lejanos auténticas vetas liberales y personalidades de muy alta talla ética. Ahora mismo, podríamos mencionar a conservadores e incluso miembros notables del partido gobernante abochornados por la deriva inmoral de sus correligionarios. No obstante, lo que hoy no puede negar nadie que no esté ofuscado por el fanatismo es el descrédito colectivo al que nos ha abocado la corrupción de los últimos años. Del prestigio que un día tuvimos, por historia, laboriosidad e inventiva u otros tópicos, solo conservamos los harapos. Y es que damos risa y también pena.

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