Hacia el poder absoluto
Lo que estaba por encima de nuestras posibilidades no eran los derechos, sino las ganancias de los bancos, los negocios protegidos, los eventos carísimos y los aeropuertos vacíos
Pese al disimulo que aún imponen de las elecciones andaluzas, empezamos a verle la intención al gobierno de Rajoy. Y la intención no es halagüeña. Si el ataque furibundo a los derechos sociales fuera sólo una consecuencia de la crisis, no vendría acompañado de la insistencia en que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Esto no es más que una forma de culpar al inocente. Lo que estaba por encima no eran los derechos, sino las ganancias de los bancos, los negocios protegidos, los eventos carísimos y los aeropuertos vacíos. Lo que se está buscando es igualar a la baja el bienestar y la semiesclavitud. La derecha de este país, la verdadera y racial derecha de siempre, no le tiene apego al Estado del Bienestar, porque cuando éste se construía trabajosamente en el gran pacto europeo entre socialdemócratas y democristianos, ellos estaban bajo la protección del dictador y ni se les ocurría.
La falta de reacción de la socialdemocracia ante la crisis ha allanado el camino a quienes, aprovechando el Pisuerga, esperan desmontar el incipiente Estado del Bienestar y, de paso, restringir unos cuantos derechos democráticos. La mayoría absoluta, sin embargo no es suficiente para ese proyecto de involución, de ahí que incrementen la ofensiva en todos los frentes. Primero las autonomías: sólo nos faltan dos y media, se dicen. Aguantemos el disimulo un poco más y tendremos el mapa completo. ¡Nunca un partido llegó a tanto haciendo tan poco! Luego el poder judicial: tras aquella suerte de golpismo light que logró mantener el control conservador del Constitucional, bloqueando su renovación, ahora lo ocuparán legalmente y sin oposición. Después, que los jueces se escojan entre ellos, sin soberanía popular. Y por fin la comunicación: tras el insidioso ataque a la única televisión pública que ha hecho sus deberes de neutralidad política y compromiso informativo, vendrá ahora su desmantelamiento y sujeción al designio gubernamental, como las autonómicas. El resto de las TV ya están bien encarriladas, tras la absorción de la Cuarta y la Sexta por el mundo conservador. Otro tanto cabe decir de los periódicos, tras la desaparición de Público, ya no hay quien les tosa. ¡No hay mejor modo de que la gente entienda que los recortes son siempre culpa de otro!
La verdadera y racial derecha
Pero hay otros frentes, no se crean. El ataque de la RAE al lenguaje no sexista y el de Gallardón contra el derecho de las mujeres a decidir sobre su embarazo, pueden leerse en los mismos términos. La contrarreforma no se detiene ante nada: igualdad, aborto, matrimonio homosexual, y pronto la muerte digna, el divorcio y hasta el derecho de huelga, acabarán pasando por la piedra. Algo así como esa alcaldía de Palma que acaba de prohibir que se use la calle para actividades cívico-políticas, tales como recogida de firmas o mesas informativas. Estamos a un paso de volver a aquel mantra policial del franquismo, “¡no me formen grupos, oiga, no me formen grupos!”. Fraga estaría encantado.
Quienes habían perdido tanta vista antes del 20-N que no eran capaces de distinguir entre izquierda y derecha, quizá acierten ahora a ver con más detalle, si no se entretienen demasiado con aquello del bipartidismo. La izquierda sindical ya lo hace y enfrenta una ofensiva de tal calibre que sólo puede compararse a aquella de Thacher que acabó con los sindicatos mineros por más de una década. Hasta hace cuatro días se negociaban programas de igualdad, salud laboral y medioambiente en los convenios y ahora, de pronto, tienen que aprender a sobrevivir. Y han de hacerlo con cuidado y midiendo sus tiempos para no quemar las naves y darse el batacazo. Ellos saben que las condiciones para una huelga general tienen más que ver con una indignación de fondo que con los gritos de una manifestación.
La contrarreforma no se detiene ante nada: igualdad, aborto, matrimonio homosexual, y pronto la muerte digna, divorcio y derecho de huelga
La izquierda política es otra cosa. Mientras el PSOE termina de encontrar su alma intentando no perder el cuerpo, podría empezar por reconocer su parte en el naufragio y enmendar inconsistencias y renuncias culpables de otro tiempo. En los congresos que aún le quedan por delante, como el del PSPV, más vale que acierten con un liderazgo que no se defina en clave interna y de aparatos, sino de ciudadanía y de izquierda plural. Y eso, hoy por hoy, se llama mucho más Manolo Mata que Alarte o Puig.
En cuanto a los grupos que quedan más a la izquierda, parecen no haber comprendido la magnitud del cambio que transcurre ante sus ojos. Absortos en el fantasma del bipartidismo, tardarán en darse cuenta de que el chaparrón monopartidista ya está aquí. La mayoría absoluta da paso al poder absoluto, el político, el judicial, el mediático, en fin, el simbólico que es el que importa. Si ellos y el 15-M no aprenden pronto a distinguir a sus enemigos de sus adversarios, pasarán a la historia como la orquesta del Titanic.
Pepe Reig y Fran Sanz son militantes socialistas.
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