Gerardo Núñez, sociedad ilimitada

Un paréntesis para la guitarra en el festival del baile y la ocasión para que Gerardo Núñez subiera a las tablas del Villamarta, algo que valora y motiva a un jerezano como él. El guitarrista, por encima de las variaciones entre los integrantes de su banda, mantiene una formación muy sólida y rodada, con un núcleo duro como es el trío que él mismo constituye junto a Cepillo y Martín, músicos de fuerte personalidad con años de andadura en común. Con incorporaciones de cante, baile y, en ocasiones, de otros instrumentos, el grupo siempre se muestra solidamente ensamblado y Núñez, dentro de la idea de combo abierto que persigue, establece ilimitadas asociaciones con sus miembros. El riesgo de la fórmula residiría en una cierta sensación de déjà vu que deja un repertorio y un modo de hacer que empiezan a ser conocidos. Frente a ello, la permanente puerta abierta a la improvisación y a las aportaciones personales que logran conducir al espectador a auténticas situaciones de clímax.

El concierto que nos ocupa ofreció un buen equilibrio de los tres elementos de este arte: cante, baile y toque. Sobre todo de este último, que para eso está ahí un líder que no se esconde y que, aunque solo tuvo un tema enteramente en solitario (el primero, casi como todos los guitarristas actuales), emergió a lo largo de la noche con prodigiosas intervenciones de esas en las que el virtuosismo no desfigura la emoción o la belleza. Arrancó la función con una rondeña que hilvanaría, haciendo gala de una técnica prodigiosa, con unas bulerías, y sin cambiar la afinación que creara Ramón Montoya. La entrada del combo al completo subió la tensión de una forma vertiginosa y se mantuvo durante una larga media hora recurriendo a una selección de temas con vocación de antología y que proceden principalmente de sus más recientes grabaciones -Calima, Andando el tiempo- con rescate de una de las primeras, Flamencos en Nueva York. Melodías que son la base para largos desarrollos en ruedas tomadas del jazz y que aquí son útiles para dar entrada a las aportaciones de uno o de otro.

El grupo crea una atmósfera envolvente por bulerías, alegrías, y bulerías por soleá. Las palmas y el cajón son un tapiz sin fisuras y, sobre él, se elevan las cuerdas, las de las guitarras o la del contrabajo de Martín, que combina arco con pizzicatto para subrayar o adornar la melodía. El propio Martín, junto con Cepillo, ofrecería la primera tregua a través de su peculiar y conocido duelo de instrumentos. Luego llegaría el momento del cante: timbres y estilos opuestos pero complementarios entre el jerezano Carpio y el utrerano Rafael. Martinetes introducidos magistralmente por otro solo de Gerardo, y una sesión de bulerías al golpe con los nudillos sobre una mesa de tabanco a la que se unió Cepillo. El baile llegaría con la soleá y levantaría a parte del patio de butacas, con sus acrobáticos –pero siempre ajustados- desplantes. Más nos gustó Losa cuando sus pies fueron un instrumento insertado dentro del grupo. Transición final hacia las bulerías: otras gotas de virtuosismo en melodías ligadas sin cesar. Tiempo para todos en un fin de fiesta que termina por arrasar en un patio de butacas con fuerte presencia foránea.