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OPINIÓN

Galleguismo bajo el IV Reich

Más que la ideología, lo que mantiene a tanta distancia de la sociedad a la Unión do Povo Galego es una cuestión de antropología

Bruselas, la capital europea, se desvanece y emerge la masa de Berlín. Alemania ejecuta un calculado plan para crear una “Euromania”, ese nacionalismo remodela el continente hundiendo países enteros. Aunque, ante la precarización de la vida de tantas personas allí, atrapadas en trabajos basura, bien nos podemos preguntar de qué presumen sus dirigentes. Pero los problemas que tenemos los europeos no significan que España o Galicia tengan otro lugar que no sea Europa, no lo hay ni sería mejor. El antieuropeísmo, además de reaccionario, es una fuga imposible al país de los sueños; o de las pesadillas.

 La derecha sabe perfectamente hacia donde ir y por eso nos gobiernan los representantes del capital especulativo que previamente nos arruinó, basta saber quien es el ministro de economía. La izquierda, en cambio, está absolutamente desorientada, lo reflejaron sus congresos tras las pasadas elecciones. El PSOE consideró que Zapatero fue un breve interregno y se refugia en la casa añorada: los años ochenta. Pero quien recuerde cómo era el Partido Socialista en Galicia en aquellos años perderá toda esperanza: no existía como organización propia, eran una serie de Ayuntamientos sometidos a consignas que llegaban de Madrid y sin proyecto colectivo para Galicia. Ello solo benefició al alcalde de una única ciudad y a la derecha, que reinó aquí tranquilamente. Volver a eso es para no hablarles.

Y el BNG está estupefacto, ojalá su desconcierto sea tan grande que le obligue a replantearse todo. Difícil, si algo caracterizó a la UPG en 50 años de vida es su capacidad para negar la realidad social y refugiarse en una vida paralela. Un partido de literatos, pero donde no caben los ingenieros. La represión en Galicia y la guerra acabaron con todo rastro de la cultura republicana sin dejar memoria siquiera, cuando Piñeiro decide romper con el exilio también rompe con ello. Inicia así un proyecto nuevo que tiene como única referencia a aquella Galicia destruida. El galleguismo político que renace a principios de los sesenta con una nueva generación no recibe la memoria republicana, es un nacionalismo adánico y se levanta sobre la cultura política radical de aquella época: los movimientos de liberación de las colonias y el leninismo. Tras la muerte de Franco, la Constitución y la autonomía, el nacionalismo gallego se presenta dividido en dos corrientes, el Bloque Nacional Popular Galego y Unidade Galega. Eran dos interpretaciones de la historia y del país distintas, como consecuencia el BNPG consideraba la autonomía una imposición colonial de Madrid y los caciques y UG una oportunidad, aunque incompleta, para el autogobierno. El BNPG se reconfigura luego en el BNG y UG en el PSG-EG, hasta que Fraga modifica la ley electoral en una coyuntura desfavorable para el PSG-EG, trasvansándose el voto para el BNG. Pero en todo ese tiempo la UPG jamás corrigió sus análisis, en la práctica se adaptó a la situación existente pero manteniendo siempre una cláusula literaria: la realidad que se veían obligada a vivir no era la verdadera y en su fuero interno no la aceptaban. Realmente, más que la ideología, lo que mantiene a tanta distancia a la UPG del conjunto de la sociedad es la antropología: el núcleo duro de sus dirigentes piensan y viven como si fuesen de un país distinto.

Pero el BNG, la organización que diseñó la UPG tras el ensayo del BN-PG, es hoy por hoy la única organización política de dirección gallega, faltan cinco meses para las elecciones autonómicas y, aunque el futuro no está escrito, no es probable que nazca algo nuevo con posibilidades. Quien recuerde la experiencia de las últimas décadas sabe lo difícil que es alcanzar ese 5% electoral que fijó Fraga para entrar en nuestro Parlamento. Pero aunque el Bloque no se parta al medio, como lleva anunciando algún periódico, ésta es una crisis de realidad y si no la aprovecha ahora dejará de tener utilidad social. Sin entrar en casos concretos, en conjunto el problema que tienen los militantes que se van y también muchos de los que quedarán es simple, no soportan el comportamiento interno de la UPG. Es cierto que la pasada asamblea fue más democrática que las de otros partidos, pero el encono y las inquinas vienen en gran parte de una vida interna sometida a la vigilancia y los castigos de la UPG. Un análisis frío dice que lo políticamente sensato es quedarse en esa organización, donde se comprobó que hay un práctico equilibrio entre dos sectores. Pero cómo desconsiderar el enfado y las amarguras de personas que se sintieron una vez y otra humilladas, o tratadas como enemigos dentro de su propia organización. Si la UPG no es capaz de verse en el espejo que los demás le ponen delante y de revisar con humildad su cultura política, que divide a la sociedad e incluso a los galleguistas en “los nuestros” y “los enemigos”, el Bloque no será el partido que necesita Galicia. Pero quizá el problema sea en último término que precisamente temen cargar con la responsabilidad nacional, ser ese partido que precisa Galicia.

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