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MÚSICA | ROCK

Encantado de conocerse

Loquillo da un recital en el Arteria Coliseum que pretende ser una provocación pero que termina en autohomenaje

Loquillo, en un momento de la actuación.
Loquillo, en un momento de la actuación.CLAUDIO ÁLVAREZ

Se desvanecen las luces del teatro y, antes incluso de emerger los músicos, Charles Trenet y su vieja Lame des poetes se adueñan de la sala. Los viejos rockeros ya no son, definitivamente, lo que acostumbraban. Y José María Sanz se pretende reinventar como un crooner, siquiera en acepción barrial y chuleta. Ya no necesita camiones de elevado tonelaje en la busca de la felicidad, sino que reivindica la poesía contemporánea como vehículo para las emociones.

La sinceridad de tal metamorfosis se ponía a prueba anoche en un abarrotado Arteria Coliseum, donde Loquillo y sus seis músicos grababan un próximo CD y DVD para documentar la gira A solas. Puede que al Loco le haya dado por la lírica, pero su característica más preeminente sigue resultando bien prosaica: estar encantado de conocerse. Solo así se puede incurrir en esa jactancia infantil (“No sería quien soy si de vez en cuando no hiciera proyectos imposibles”) o responder con un “Tienes buen criterio” a quienes, contra toda evidencia, le gritaban “¡Guapo!” desde el patio de butacas.

La elevada autoestima acaso sirva para ahorrarse facturas con el psicoanalista, pero rebaja el listón de la exigencia. Sanz había traducido al rock grandes poemas de Mario Benedetti (“Obedecer a ciegas deja ciego”) o Bernardo Atxaga, aunque fuera con esa voz áspera, severa y sin atisbo de matices, como de regañina escolar. El Loco nos había familiarizado con el conmovedor No volveré a ser joven, de Jaime Gil de Biedma, aunque anoche lo maltratara con timbre desabrido. Pero en su lista de rapsodas incluye con creciente entusiasmo a Luis Alberto de Cuenca, a quien ya en 1993 rió la gracia de su rancia misoginia en Cuando pienso en los viejos amigos.

En aquella ocasión, don Luis Alberto lamentaba que sus colegas varones se achanten patéticamente bajo el yugo opresor de unas auténticas arpías. Las víctimas podrían decantarse por el celibato, el homoerotismo o la vida eremita, pero el bardo aporta en Nuestra vecina otra solución: “Un cuchillo afilado, y, si Dios no lo remedia, de la vecina haremos picadillo”. Aunque parezca mentira, el autor llegó a Secretario de Estado de Cultura en los años gloriosos del aznarismo. Aunque parezca inaudito, el espigado rockero repeinado no se abochorna de reproducir este eructo en su último disco. Y, tal y como vienen dadas las cosas, Nuestra vecina se convertirá en la banda sonora perfecta para esta España decimonónica que nos ha sobrevenido.

El rockero enamorado hasta de su sombra nos obsequia con otras revelaciones esclarecedoras: “El multiculturalismo es un nuevo fascismo, solo que más hortera”. Deducimos que su ideólogo de cabecera prefiere el fascio clásico, el pata negra. Loquillo cree traerse entre manos un espectáculo provocador, disidente. En realidad, es el retrato elocuente de un hombre que admira de Madrid “los paseos nocturnos por La Castellana” y presume de capa española. Y le auguramos, en efecto, un gran futuro.

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