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La lección antidrogas de los presos

Reclusos de Teixeiro y alumnos de institutos intercambian visitas para un taller preventivo contra el consumo adolescente de estupefacientes

Alumnos de Maristas asisten a una representación teatral realizada por presos de Teixeiro.
Alumnos de Maristas asisten a una representación teatral realizada por presos de Teixeiro.GABRIEL TIZÓN

Con voz pausada, Raúl desgrana el descarrile de su vida. Tiene 30 años. Pasó la mitad preso de las drogas y más de un tercio en una cárcel. “Era un chico normal como vosotros, también iba a un colegio de curas”. En el salón de actos del Colegio de los Maristas en A Coruña, repleto con 121 alumnos de cuarto de la ESO y varios profesores, el silencio es total mientras una decena de reclusos de la prisión provincial de Teixeiro (Curtis) relatan desde el estrado sus trayectorias de drogadicción, violencia y privación de libertad. Hablan y responden a las múltiples preguntas de su joven público con franqueza, sin estridencias, con un discurso bien elaborado. Evitan detalles sórdidos. No especifican porque fueron condenados. Tampoco nadie se lo pregunta. Se muestran exquisitamente respetuosos en su papel de educadores para estas clases, incluidas en el horario lectivo —salvo para siete escolares que no lograron permiso de sus padres.

Es la primera parte del taller en dos sesiones Dí-K-Non. Una experiencia pionera que, capitaneada por la Fundación Barrié, consiste en llevar las cárceles a los institutos, y viceversa, para prevenir el consumo de estupefacientes en adolescentes. Una decena de centros públicos o privados de A Coruña y Lugo se apuntaron este curso al proyecto. Ya supera las expectativas. Por ambas partes. Funciona “con éxito”, corroboran profesores, escolares, presos educadores.

Sobre el papel, se trata de un sencillo intercambio. Presos de la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) del penal de Teixeiro, un módulo libre de drogas y con estrictas normas de respeto integrado por 54 internos que voluntariamente deciden desengañarse y cambiar el rumbo de sus vidas antes de reinsertarse, visitan institutos para relatar sus experiencias. A la semana siguiente, los internos reciben a los alumnos en la prisión para que experimenten unas horas la vida entre las rejas. Sin horizonte que ver ni los olores habituales del exterior. No huele ni a lluvia, apunta un chico, pese a ser persistente en esa mañana fría en la que 32 adolescentes, elegidos por sorteo —todos querían ir pero hay límite de plazas— descubren los patios de Teixeiro.

Para la primera sesión, en el confort del colegio, había ya mucha expectativa. Risitas y codazos suscitaban entre los adolescentes de 15 y 16 años “ver a los drogadictos”. Divertida también resultó para los chicos la pequeña escena teatral con la que los reclusos abren el taller: miman a un joven de 16 años que, tras “ponerse hasta arriba, con copas, porritos y un tirito”, se mata con su moto al saltarse un stop.

32 alumnos devolvieron la visita a los presos en la cárcel de Teixeiro

Pero “al pasar del guión a la vida de verdad”, con sus historias reales, los presos despiertan máximo interés entre los alumnos. Relatan “sus ganas de vivir a toda pastilla hasta perderlo todo”. Todos o casi empezaron “con tonterías, robando una chocolatina" o 50 céntimos en la cartera de la madre. Y probando un porro para “fardar con los colegas” siendo críos. Historias típicas, con apenas variantes, del engranaje infernal de drogas y violencia que les llevó a dar con los huesos en la cárcel. “Y tocar fondo”. Hasta la especie de “resurrección” que la UTE de Teixeiro les brindó para “ser persona, aprender normas y disciplina para crecer”.

Contados en primera persona, los relatos de los presos calan entre los adolescentes. Su curiosidad se centra en saber cómo “es la vida de jodida” entre rejas. ¿Y las relaciones con la familia? ¿Cómo funcionan los vis-a-vis? ¿Entra droga en la cárcel? ¿Es difícil desengañarse? Los internos responden intercalando sus experiencias con mensajes. “Pasar de los supuestos amigos que os incitan a consumir drogas, no nacimos delincuentes, estamos en la cárcel por hacer caso del que dirán”. “Dejaros aconsejar por los mayores”.

Los chavales muestran curiosidad por la “vida jodida” en prisión

Con maestría dirige el intercambio Luis Fernández Roca, educador de la UTE de Teixeiro y coordinador del taller. Interviene para desmontar cualquier estereotipo televisivo sobre la cárcel. Muchos se caen a la semana siguiente cuando los chicos y chicas, uniformados para sorpresa de los presos, le devuelven su visita en la prisión. Entre rejas, unos y otros se confiesan. “Te hacen sentir inferior si no tomas” una copa o una calada en los botellones, relata una adolescente. “La marihuana no debería llamarse terapéutica, siempre vas a pedir más, yo no supe parar”, replica Sergio. Anécdotas hay decenas en las casi seis horas que dura el taller completo. Y buen rollo. Las sesiones terminan en un ambiente de fervor espiritual, correando todos juntos 16 añitos de Dani Martin y No dudaría de Rosendo. Pero antes presos y alumnos dieron máxima puntuación a la experiencia.

La técnica del ‘marketing’-heroína

Dolor. Soledad. Impotencia. Agobio. Y muchísimo frío. Se repiten los cinco adjetivos que cada escolar debe apuntar durante los diez minutos que permanece en una celda de verdad. Ninguno de los 32 alumnos de los Maristas de A Coruña que hicieron la segunda parte del taller Dí-K-Non en la prisión de Teixeiro habló de miedo. Y eso que la cárcel da miedo. “Te hace tener muy presente cómo cualquiera puede acabar aquí”, reflexiona Carlota (los nombres de los menores son ficticios). Entre alumnos y anfitriones, internos reconvertidos en educadores contra el consumo de drogas, se establece cierta confianza.

Los reclusos desintoxicados no paran de agradecer “la oportunidad” de poder aleccionar a adolescentes que tiene la edad con la que ellos sucumbieron. Y los alumnos se sinceran y confirman las estadísticas sobre consumo de drogas en adolescentes. Sí, las hay en los colegios. Se fuman porros en los Maristas. “En los botellones se ofrece de todo”, afirma Antonio. “Vi tomar pastillas a amigos que no les vale con beber”, corrobora María. Dos chicas rompen a llorar. Luis, el coordinador, relata que una chavala de 16 años de otro instituto dijo que llevaba dos sin salir de noche. “Estaba de vuelta de todo” tras tomar múltiples drogas antes de cumplir 14. Otra contó intercambios de sexo por alucinógenos. Cuando un preso relata cómo se hizo adicto, con dosis gratuitas que luego pagaba llevando alijos, el director de la Fundación Barrié, Javier López, revela que se llama “marketing-heroína”. “Dejas probar gratis un programa informático hasta que el cliente se engancha, y luego le cobras”.

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