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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aquel frío

Ahora los chavales que acaban una carrera salen licenciados en la oficina de paro, que es como heredar un país en mitad de la nada

El invierno sólo fue de verdad cuando éramos críos. Jersey de lana, botas de goma y a correr. El frío se quitaba corriendo. No teníamos conciencia de la temperatura exterior hasta llegar a casa, cuando por haberte olvidado el abrigo y la bufanda en el cole, ardía Troya. Los abuelos de la posguerra no se andaban con chiquitas. En otros asuntos, como llegar tarde a clase o fallar en los afluentes del Tajo, podían hacer la vista gorda. Pero por aparecer en casa sin abrigo te jugabas dormir en un reformatorio. El frío era una obsesión de país pobre, como acabarse todo lo que tenías en el plato o ahorrar para el día de mañana.

Los abuelos de antes sabían lo que valía una isobara. Por eso al parte meteorológico de Mariano Medina no le ganaba en audiencia ni el discurso del Rey.

Una vez me paré en un bar de carretera mientras el hombre del tiempo explicaba en la tele con un entusiasmo loco la cantidad de nieve que se esperaba en la estación de esquí de Mora de Rubielos, recién estrenada la temporada invernal. El tipo no cabía en sí de euforia. Y un labrador curtido en cosechas perdidas por la helada, murmuró desesperado en la barra.

— ¿Però serà precís que esquiem?

El invierno de este año se parece cada vez más a los de la posguerra. En muchos colegios los chavales estudian el mapa de España envueltos en una manta como exploradores árticos. A un abuelo de los de antes le dicen que su nieto pasa frío en la escuela y arde entera toda la provincia de Castellón. El frío en este país siempre fue más una cuestión moral que climatológica. Es descubrir el frío y de pronto a una le entran ganas de asaltar el palacio de invierno.

Antes, en las casas de los pobres se vendía una yegua para pagarle los estudios al nieto y no había Dios que torciera esa transacción democrática
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Antes, en las casas de los pobres se vendía una yegua para pagarle los estudios al nieto y no había Dios que torciera esa transacción democrática. Así acabamos yendo todos derechitos a la Universidad, unos a estudiar Historia y otros a intentar cambiarla. Ahora los chavales que acaban una carrera salen licenciados en la oficina de paro, que es como heredar un país en mitad de la nada. La crisis es como volver un poco a la posguerra, y claro, una se hace republicana de golpe.

Me despierta un amigo para avisarme de que la economía es una fantasía salvaje. Aquí sólo había dos formas de hacerse rico, el ladrillo o el atraco a mano armada. Ahora ya no hay nada que atracar. Y España empieza a parecerse a un país que ni siquiera ha superado el franquismo, donde un juez como Garzón va a ser inhabilitado por tratar de investigar los crímenes de la dictadura mientras el instructor de la causa adiestra a los malos y los culpables del caso Gürtel salen de monjes franciscanos. Santiguándose. Pongo la radio y me echo las manos a la cabeza: el paro y la deuda crecen despavoridos. Pienso: teníamos habitaciones de Ikea, agua caliente central y terrazas con estufas al aire libre como en Suecia y Dinamarca, pero de pronto se nos olvidó que veníamos de aquel frío.

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