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Las dos caras de la felicidad

San Mamés festeja con educación la 36ª final que disputará el Athletic

Los jugadores del Athletic hacen la plancha, festejando el pase a la final de la Copa del Rey.
Los jugadores del Athletic hacen la plancha, festejando el pase a la final de la Copa del Rey.SANTOS CIRILO

Cabían más. Muchos más. Un martes a las 10 de la noche cabían más en San Mamés. Más de Bilbao y más de Miranda de Ebro, a una hora de distancia entre ambas ciudades. Cabía más ilusión en ambas aficiones: el Athletic representando más de un siglo de historia y una pasión indudable por la Copa, y el Mirandés sabiendo que, en cierto modo, representaba al resto del mundo del fútbol, si se descuenta a los aficionados rojiblancos. El débil siempre concita el apoyo de los indiferentes. Y el Mirandés se ha ganado el halago general por la gesta conseguida. 627 entradas se vendieron en Miranda, aunque algunas más caerían en las taquillas de Bilbao para mirandeses que se buscaron la vida para estar en la histórica cita de San Mamés.

El Athletic no ha querido quedarse atrás en la valoración del acontecimiento, sobrepasando el hecho del resultado de ida (1-2) y la categoría del rival (2ªB) Por eso intentó revivir el espíritu de 2009 cuando los aficionados sorprendieron al propio equipo despidiéndole de forma masiva en su trayecto del hotel al estadio en la semifinal frente al Sevilla.

El Mirandés estrenó camiseta para la ocasión y marcó dos goles para la historia

Ayer no fue lo mismo, pero en algo se le pareció. No en el número de seguidores, pero sí en el ánimo de los que asistieron rodeando el autobús a la salida del hotel y a la llegada al campo. Había ganas de final en Bilbao, de vivir esa sensación que en este caso además tendrá un paréntesis demasiado largo, por cuanto se disputará el 20 ó 25 de mayo (en función de la Liga de Campeones, si el Barça llega a ser finalista de ambas competiciones).

El Mirandés se vistió para la ocasión, con humildad, pero con orgullo, y diseñó una camiseta verde que recuerde una gesta de las que se repiten con dificultad. Parece que el diseñador fue Carlos Pouso, por un amor al Borussia de Dortmund, del que se desconoce su origen. Cierto es que en Dortmund jugó su magnífica final europea el Alavés frente al Liverpool, otra escenificación de Goliat frente a David. Un embrujo, quizás, o vaya usted a saber qué, que las intimidades dejan de serlo cuando son públicas.

No hubo invasión de campo. El partido mantuvo el ritmo cardíaco trannquilo

Fue una fiesta. Desigual, pero una fiesta. Y a medida que caían los goles, el club intensificaba sus llamamientos al orden y a que el público se quedase sentadito en sus asientos al término del encuentro, en previsión de posibles multas o incluso cierre del campo. A partir del tercer gol, el problema era el final del partido. Acabar la trayectoria de una forma inmaculada antes de disputar en mayo las 36ª final de su historia.

Y el público, feliz, sin sobresaltos, respetó la indicación del club y se abstuvo de saltar al terreno de juego. Quizás vio la final tan cerca desde el principio que controló sístole y diástole o sencillamente se congeló con el frío castellano que se apoderó meteorológicamente de San Mamés.

Todo era un “qué sí”. Empezaron los mirandeses que con su grito de guerra “¡Sí se puede, sí se puede!” y acabaron los bilbaínos con el “¡Sí, sí, sí, nos vamos a Madrid!”. Aunque para eso habrá que esperar a mayo, al día y hora señaladas e incluso a la sede oficial, aún por determinar. De momento, los más madrugadores ya han reservado habitaciones en Madrid.

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