Ulises en Amio
Si las corrientes del BNG no hallaron soluciones integradoras antes de aplicar la aritmética es un fracaso de toda la organización
“Todo é opinable, todo merece ser analizado... mais non esquezamos que é a casa deles. No tute: os de fóra miran, calan e dan tabaco!”. Así resumió en Twitter el escritor Xabier Puente Docampo la A(mio)samblea del BNG. Todos los colectivos llevan mal que los de fuera critiquen lo que pasa dentro (aunque esto reza más bien para las opiniones desfavorables). Y a los que critican desde dentro les suelen sugerir o exigir aquello que Os Diplomáticos de Monte Alto cantaban en Castiburón: “As cousas do mar non se contan na terra” (o lo que Santiago Segura dice a Adam Sandler en Jack y su gemela: “Lo que pasa en Mallorca, queda en Mallorca”).
Así, lo que discutieron y decidieron durante dos días los miles de afiliados del BNG es cosa suya. Y de hecho todo lo que debatieron, excepto los nombres de elegidos para encabezar públicamente la organización, fue de uso interno. Los que se concentraron en Amio lo hicieron con todo el derecho del mundo a debatir en privado si son nacionalistas y/o galleguistas y/o tienen días. Si analizaron sobre cómo apear al PP, sobre los problemas de la sociedad gallega o sobre los suyos, o sobre todos y el orden de preferencia. O si a las reuniones van todos o uno por casa, como en las labores agrícolas comunales y en los entierros y cabodanos, y si en ellas debe ser obligado votar presencialmente y no valen representaciones electrónicas o postales de quien no puede desplazarse (pese a que tradicionalmente y con razón el BNG ha demandado mecanismos de voto para casos como el de los marineros embarcados). El cómo, con quién y para qué se sitúan en el campo político es cosa suya, y la ciudadanía ya manifestará su opinión al respecto. Y lo que decidieron en Amio lo hicieron con una escrupulosidad democrática no muy habitual en los partidos españoles, tal y como reiteraron en discursos y declaraciones ganadores o perdedores.
Sin embargo, y más si lo dice Xabier Docampo, todo merece ser analizado. (Además, yo nunca he jugado al tute, ni estoy ya en disposición de dar tabaco). Volviendo a las decisiones, también en el Parlamento gallego hay una mayoría democrática, igual de exigua, y nadie cuestiona la validez de sus acuerdos, pero pocos ven razonable que esas decisiones no recojan sugerencias o aportaciones de los que son minoría por poco. En Amio escuché a bastantes, de todas las tendencias, decir que a Francisco Jorquera (del que a nadie oí hablar mal, y no porque el ambiente fuese franciscano) le vendría mejor, en general y en particular, el papel de coordinador y recomponedor que el de candidato. Destino éste para el que no verían mal a Carlos Aymerich incluso algunos de los que no lo votaron. Sin embargo, el resultado es que Jorquera asume el mandato con más disciplina que entusiasmo y Aymerich ni siquiera puede ser ya portavoz del grupo parlamentario nacionalista, salvo que renuncie a ser el líder de Máis Galiza, en virtud de uno de eses acuerdos internos adoptados democráticamente que prohíbe compaginar los dos puestos. Es la última incorporación (de momento) al club de los determinados a jubilarse del BNG antes de los 50.
Si las corrientes que integran el frente nacionalista no se han puesto de acuerdo para encontrar soluciones más integradoras, antes de aplicar la aritmética, posiblemente es más culpa de unos que de otros —aspecto en el no entro porque desconozco los detalles, tanto de los preliminares como de la Amiosamblea— pero el fracaso político es de toda la organización. Y aquí me acojo al comodín Docampo de opinar. Por una parte, que hagan lo que consideren adecuado, pero la situación del país no es precisamente la mejor para que uno de sus pilares políticos —y además el que tiene a la sociedad gallega como único referente— empiece a autozancadillearse y a confundir su pulso con el de la sociedad. Como decía ayer aquí Anxo Guerreiro, “el compromiso con unos valores no garantiza, por sí solo, que la estrategia elegida sea la acertada. Ésta es por definición discutible, está permanentemente sujeta a revisión y, por tanto, jamás puede ser elevada a categoría moral”.
O dicho a lo bruto, el esfuerzo y la entrega son imprescindibles para lograr cualquier objetivo, como dicen las teorías educativas conservadoras (“estoy harto de pegar carteles”, escuché, no como lamento sino como argumento político, en más de una ocasión), pero además de productividad y firmeza para ganar dentro, los tiempos exigen imaginación a la hora de plantear alternativas y capacidad de implicar a cuanta más gente posible en ellas. Hasta la llamada Transición, el PCE era la organización que nucleaba el mayor y más profundo pensamiento democrático en España, el “intelectual orgánico” al que aludía Gramsci. Todo eso se esfumó en parte porque situaciones nuevas requieren herramientas nuevas (o adaptables), porque a muchos les hicieron una oferta que no quisieron rechazar y porque bastantes otros no aguantaron el sectarismo rampante que siempre había estado ahí, pero se reprodujo cuando empezaron a venir mal dadas.
Ulises, para poder llegar a Ítaca, tuvo que sortear peligros, luchar contra propios y extraños, y contra sí mismo. Incluso al acercarse a la Isla de las Sirenas, para no hacer caso de sus cantos, que perdían a los navegantes, mandó que lo atasen. Pero no que le tapasen los oídos.
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