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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camps y el otro veredicto

Pese a ser declarado no culpable, el expresidente sigue siendo un referente incómodo para el Partido Popular

Miquel Alberola

El ajustado veredicto sobre la no culpabilidad del expresidente del Consell, Francisco Camps, ha disparado la adrenalina no solo en el principal afectado sino, como es lógico, también en aquellos que han quedado desubicados en la estructura de poder que él levantó y que el nuevo inquilino del Palau de la Generalitat, Alberto Fabra, está adaptando a su interés. Camps ha recuperado el verbo, incluso su chispeante desinhibición, y espera una satisfacción de quienes le exigieron que se inmolara para no poner en riesgo la mayoría absoluta del PP en España. Pero no solo eso: también le gustaría, por lo que ha explicado a los medios de lo que él denomina “la España limpia”, que aquellos que dudaron de su honorabilidad hincaran la cerviz.

Está exultante, como dicen que ya lo estuvo la noche anterior al veredicto quienes lo vieron entrar en la sede del Consejo Jurídico Consultivo. Sin embargo, a Camps le sobran los motivos para no estarlo tanto, pese a que ha superado el trámite administrativo para eludir una multa por cohecho pasivo impropio. La calle tiene otro veredicto, y no precisamente porque se haya producido el abominable juicio paralelo, sino porque el ejercicio aritmético del jurado popular, sin que ello suponga faltar al respeto de la justicia, no ha servido para disipar las sombras de sospecha que se ciernen sobre el expresidente.

Este fallo, pese a la explosión de júbilo de la sala, no devuelve a Camps (no ya a la presidencia de la Generalitat) ni siquiera a la posición anterior al escándalo. Su consideración, por mucho futuro que le augure su entorno, ha quedado deteriorada de forma irreparable. El tufo que le han impregnado las conversaciones con Álvaro Pérez, El Bigotes, con quien según la mayoría del jurado mantenía una “relación comercial”, no lo ahoga ni el agua de todos los trasvases que ensoñó en sus días de jefe del Consell. Lo mismo que la connotación indumentaria de su apellido no la desincrusta ya ni la Real Academia Española. Es tinta china.

Camps sigue siendo un referente incómodo para el PP incluso como no culpable. El “ya veremos” de Mariano Rajoy es la confirmación del otro veredicto, que viene agravado por otros valores añadidos. En sus días de gobernante floreció el amplio espectro de casos de corrupción que han puesto a la Comunidad Valenciana en el mapa (Gürtel, Brugal, Emarsa, Fabra...), cuyas deflagraciones todavía están por llegar y levantan gran inquietud en la calle Génova por el impacto de su onda expansiva. Sobre todo, por la causa que investiga la financiación del PP valenciano, donde el nombre del expresidente aún podría estropearse más si cabe. Aparte, el foco de la crisis ha convertido a Camps en el paradigma del despilfarro en España, y su desastrosa gestión está llevando de cabeza al sucesor que eligió el propio Rajoy sin contar con los barones locales. Y algo no menos desdeñable: el PP necesita ofrecer muestras de su regeneración apartando a aquellos que empañan la imagen de rectitud y austeridad que pretende transmitir.

De lo contrario, más allá de la retórica de circunstancias, el partido le habría dado calor. Incluso Rita Barberá se habría ahorrado la metáfora fluvial (“el agua de los ríos nunca vuelve para atrás”) y no se habría escondido la tarde del veredicto. Ni Juan Cotino le habría recomendado que se tomara un año sabático. Por cierto, ¿se puede tomar un diputado, como lo es Camps, un año sabático? ¿Lo permite el reglamento? Es más: ¿puede sugerirlo el propio presidente de las Cortes Valencianas? ¿O es que en realidad le estaba pidiendo que dejara de una vez el escaño?

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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