Metáforas
"El naufragio del Costa Concordia podría convertirse en la metáfora perfecta de una crisis económica"
El naufragio del crucero Costa Concordia en la isla italiana de Giglio podría convertirse en la metáfora perfecta de una crisis económica como la actual en la que se mezclan por igual generosas dosis de exceso de confianza, negligencia e incompetencia generalizada. Y además, como suele ocurrir siempre, el factor humano acaba siendo la causa principal de la catástrofe.
Por lo que sabemos hasta ahora, el capitán del barco, Francesco Schettino, quien al parecer se encontraba en el momento del incidente con Domnica Cermortan, una joven de origen moldavo, dio la orden de acercarse a la costa para “saludar” el pueblo de su jefe de camareros y de un excomandante del crucero que tenía allí su residencia. En un alarde de confianza digna de mejor causa, el propio Schettino ordenó una cena para dos a las 22.30, una hora después de producirse el incidente, según declaraciones del cocinero de la nave.
Un alarde de confianza similar al que mostraron los directivos de Lehman Brothers (y de muchos otros que participaron en el festín de las subprimes) antes de aquel fatídico 15 de septiembre de 2008. Por aquel entonces ya nadie se preocupaba siquiera de lo que pudiera haber dentro de los paquetes de hipotecas que se vendían como churros en las plazas financieras más importantes del mundo. Lo único relevante era conseguir nuevos paquetes para vender. También ellos se acercaban todos los días al abismo para saludar a Wall Street y a las complacientes agencias de riesgo que les obsequiaban con calificaciones triple A para vergüenza de la Humanidad toda.
Y cuando el barco encalló tras chocar con una roca que, según el capitán, nunca debió estar allí, éste huyó como una rata dejando tras de sí a más de 4.000 personas abandonadas a su suerte. Una cifra impresionante, aunque bastante modesta si la comparamos con los millones de ahorradores que se quedaron con lo puesto tras el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria (que según las previsiones de los expertos tampoco debía estar allí). Naturalmente, al igual que el capitán del Costa Concordia, los dirigentes de las entidades financieras implicadas en el gran fraude, cayeron, por esas cosas del azar, en un bote salvavidas, poniendo a buen recaudo, ellos sí, su vida y sus haciendas.
Las únicas diferencias entre ambos sucesos es que en el caso de la burbuja no hubo ningún comandante en tierra que instara a los banqueros a volver al puesto de mando y arreglar el desaguisado que ellos mismos habían provocado. Y que mientras el tal Schettino será juzgado por negligencia culposa y homicidio involuntario, y la compañía deberá, además, indemnizar a las víctimas del desastre, ningún dirigente del mundo financiero, de uno y otro lado del Atlántico, se sentará jamás en el banquillo por causas similares, ni devolverá un euro a los afectados por su irresponsable e ilimitada codicia.
O sea, que la metáfora existe pero no acaba siendo exacta del todo.
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