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crítica|pop

El talento guadianesco

Germán Coppini repasa temas de sus grupos Anónimos y Casquivanos junto al guitarrista Patacho Recio

Visera gris de aire parisino, sudadera y zapatillas que algún día fueron más blancas. Germán Coppini, genio y figura, comparecía anoche en Siroco como quien ha abandonado fugazmente el hogar para comprar pan y tabaco. "Lo difícil es sacarle de casa", corrobora su más fiel escudero de esta década, el guitarrista Patacho Recio (Glutamato Ye-Ye). Ambos han dado forma a Anónimos y Casquivanos, formaciones minoritarias (los que saben idiomas dicen underground) que aportan el grueso del repertorio. El cancionero de Anónimos es más afilado, con una catarata de esdrújulas (Invocación) a modo de conjuro inicial y otras piezas apreciables, como la noctívaga La ley de las tinieblas y la evocadora Frida Kalho, compartida en escena con Fernando Martín.

Las piezas de Casquivanos ahondan en la vena melódica (y melancólica) de este santanderino de 50 años. Tanto Solo son recuerdos como Planeando hurgan en pérdidas y fugacidades: la vida misma. Y Coppini las interpreta con su tesitura más aguda y emotiva. Algunos temieron que la voz se le quebrase, pero Germán, desde su guarida, se mantiene en forma.

Apenas medio centenar de acólitos asistieron a esta reaparición de un talento relegado, intermitente, indómito, seguramente desperdiciado. Guadianesco. Coppini jugueteó con varias versiones, de la tristísima Tan lejos (Décima Víctima) al rock callejero de Es mejor así (Mermelada) o el melodrama de Amor, amar (Camilo Sesto), pero no concedió ni una sola pieza de Golpes Bajos: sus diferencias con Teo Cardalda siguen siendo irreconciliables.

Los fieles acogieron con alborozo las incursiones en Siniestro Total: Bailaré sobre tu tumba y Ayatollah que, tres décadas después, aún suena irreverente. Por eso a Germán se le pone sonrisa pilla cuando concede al público el honor de concluir aquel estribillo mítico: "Ayatollah / no me toques la pirola... más". Puede que el mensaje siga en vigor.

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