Kaurismäki y el retorno de los mudos
La película ‘El Havre’revive con humor lacónico la Europa noble y clandestina
Terminé el año con la película de Aki Kaurismäki recién estrenada, El Havre, un regalo de desconcierto alegre que les recomiendo, aunque puede que no sea gusto de todos los ojos ni de todos los oídos. Para empezar, el protagonista se llama Marx, Marcel Marx. No se parece ni a Karl ni a Groucho, pero algo tiene de los dos. A quien más me recuerda a mí, desde el momento en que aparece como limpiabotas en la estación de tren de este gran puerto industrial francés, donde el pintor Monet dio origen al impresionismo con su minúscula visión del amanecer, hace ya un montón de años, me recuerda a Buster Keaton.
Aquí se habla poco y bien, con economía y dicción impecables. Con silencios, con los ojos, con el gesto, con la verdad escueta cuando hay que hablar. Parece que digan florituras en algunas ocasiones pero en realidad se limitan a usar el idioma y a hablar con los otros, incluso con uno mismo, con dignidad. Como Buster, que sólo dijo una frase en toda su trayectoria artística ("paso", en el juego de cartas de viejas glorias del cine en la mansión de Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses), aquí todos miden muy bien sus palabras y gestos.
Terminamos el año y empezamos el otro bien, pensé. Los dos presidentes de que gozamos habían dado sus campanadas fúnebres y fue un alivio tener como guía al actor francés André Wilms, a la finesa Katy Outinen (Arletty en el filme, al igual que la gran presencia del cine, la pintura y la canción, adorada por la clase obrera francesa de hace casi un siglo, muerta en 1992) y a los demás del filme, llenos de humor. Y de bondad, concepto y palabra difíciles de usar hoy. Qué atrevimiento del finés Kaurismäki, a quien no vi, borracho, en uno de los encuentros de cine que montaba Domènec Font desde la Universidad Pompeu Fabra en el CCCB. Rueda en Francia sin saber francés, lo que resulta decisivo para este retorno de los mudos. Por el cine mudo, del que El Havre es una preciosa elegía. Y por la cancha que da a personajes claves en la historia cultural europea, elaborando un renovado cuento de la estirpe Grimm: viejos, fumadores, lunáticos, suburbiales, civilizados, bebedores, migrantes.
Aquí se habla poco y bien, con economía y dicción impecables. Con silencios, con los ojos, con el gesto.
Y mudos, también, por contrarios a las corrientes más dogmáticamente cinéfilas que desde décadas se estilan en el continente. El delator es aquí Jean-Pierre Léaud, actor fetiche de Truffaut, el niño de Los cuatrocientos golpes que ha pasado su vida siendo el espejo de aquel personaje de cine. Por suerte lo entendió pronto y está dispuesto a seguir representando la parodia de sí mismo. Aquí es el único personaje con móvil, para llamar a la policía. Otros de los mudos que reviven en los planos desnudos de esta película son directores como Melville, Tati y sobre todo ese despreciado por la nouvelle vague Marcel Carné, de quien el personaje del inspector Monet (sí, como el pintor) es una más que simpática referencia.
No les cuento la trama para que, si no la han visto aún, disfruten a su modo. Lo pasé de lo lindo con la actuación de Little Bob, el grupo del rockero Roberto Piazza (no confundir con el modista argentino, sería muy feo), que aquí no conocemos para nada, uno de los pocos grupos franceses que han enganchado a los británicos. El hombre ya debe tener sus buenas seis décadas. Empezó a cantar, en inglés, hacia 1975 y su grupo ha compartido escenario con Clash, Sex Pistols y Motorhead. Para referirse a su mujer dice: “Ella es el manager de mi alma”. Se interpreta a sí mismo, canta con su grupo en memoria de su padre, migrante italiano, y, así, este filme lacónico y elocuente se pone a bailar, como pasa con el cine mudo en Cantando bajo la lluvia.
Con la que está cayendo, es más que un consuelo. El Havre no es sólo la ciudad portuaria que puede permitir el paso ilegal a Inglaterra de los clandestinos africanos que llegan en barcos asimismo ilegales, fugitivos de la nada aquí representados por Idrissa, a quien da vida un joven neófito actor estupendo, Blondin Miguel. Migrantes que suelen ser encerrados en Calais, en la jungla de Calais, como la llaman los medios franceses, una más de tantas junglas migratorias actuales que, bien mirado, son campos de concentración de la Europa de hoy. El Havre es también una de las ciudades de la cultura popular del continente. Hay mucha vida en ella, al menos de momento. Resiste a la ya prevista desaparición urbanística de estos suburbios en los docks portuarios, que Kaurismäki preserva para siempre. Lleve usted a los críos, oiga.
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