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Los que se salvaron de morir en Olot

Un electricista y el propietario de un bar estaban en el punto de mira de Pere Puig

Marcelino Barris conocía a Joan Tubert desde hacía 30 años. Ambos desayunaban juntos todos los días en el bar la Cuina de l'Anna. Fue en el tanatorio, mientras velaba el cadáver de su amigo, cuando se enteró de que él también podía haber muerto el 15 de diciembre de 2010. Lo leyó en un periódico que le acercó su secretaria: Pere Puig, experimentado cazador con buena puntería, pensaba encontrarlo en el bar donde mató a Tubert –el jefe de la empresa en la que trabajaba– y al hijo de este mientras desayunaban. Barris debería haber estado en la Cuina de l'Anna. Se salvó porque ese día se fue a cazar. “Yo tuve suerte”, ha dicho esta tarde en el segundo día del juicio contra el pistolero de Olot.

Puig, que ha decidido no responder a más preguntas que las de su abogada, explicó durante la instrucción del caso que quería matar a Barris porque “le miraba mal”. El hombre todavía no se lo explica. “Cuando me enteré me quedé frito”, ha declarado el electricista, propietario en ese momento de una empresa a la que Construcciones Tubert subcontrataba servicios. “Creo que nunca le he hecho nada. ¿Cómo es mirar mal a alguien?” se ha preguntado Barris.

El acusado, que se enfrenta a una pena de 80 años de cárcel -20 por cada uno de los cuatro asesinatos perpetrados- pasa buena parte del juicio cabizbajo. Esta tarde ni se ha quitado la chaqueta, a pesar del calor que hacía en la sala. Ocho días antes de los crímenes Barris había cruzado unas palabras con él. “Dile a Tubert que ya estoy de vuelta en la obra”, le dijo Puig, que había estado unos días de baja.

Otro que se salvó por los pelos de morir ese día y que tampoco se explica las razones del pistolero es Guzmán Sánchez, propietario del bar La Cuina de l'Anna junto con su madre. Puig había sido cliente del bar hasta un año antes de los crímenes, cuando tuvo un percance con una camarera. El día fatídico estaba en el médico. “¿Por qué cree que el acusado quería matarle?”, le ha preguntado el fiscal del caso. “No encuentro motivos”, ha respondido Sánchez con sinceridad. “A lo mejor pensó que yo era muy amigo de Tubert”, se ha atrevido a aventurar. Sánchez ha descrito a Puig como un cliente “normal” que nunca había tenido problemas en el bar salvo el día en que le espetó a una camarera: “Te quiero como postre”. Ella le contestó con sorna: “La camarera no entra en el menú”. Después el pistolero no volvió más. Hasta el día de los crímenes.

El acusado, que se enfrenta a una pena de 80 años de cárcel, pasa buena parte del juicio cabizbajo

Un año después nadie, ni siquiera la familia de los Tubert, se explica las motivaciones del pistolero. La hija de Joan Tubert y hermana de Àngel, asesinado junto a su padre, ha asegurado esta mañana que ambos sentían cariño por el empleado. “Era un trabajador tímido, pero era del que mejor hablaban mi padre y mi hermano”, ha explicado la mujer, visiblemente afectada mientras contestaba a las preguntas del fiscal. Puig había compartido muchas comidas con la familia. El pistolero declaró ante el juez de instrucción que mató a los Tubert porque le debían dinero (dos pagas extras) y siempre le pagaban tarde. La mujer del constructor ha explicado en el juicio que la empresa iba mal y que se habían planteado cerrarla si las cosas no mejoraban, “aunque Joan quería continuar con el negocio”.

El director de la sucursal de la CAM en la que Pere Puig mató a dos empleados, Antonio Fierro, ha explicado que el pistolero les pedía que le guardasen la tarjeta de crédito que tenía con la entidad los viernes para no gastar demasiado dinero durante el fin de semana. Puig declaró que mató a los dos empleados de la CAM porque se sintió “estafado” cuando estos le informaron de que todavía le quedaba por pagar todo el crédito que había contraído (unos 5.000 euros), ya que solo había abonado los intereses. Fierro ha explicado, sin embargo, que el día que le informaron de su situación con el banco Puig no discutió ni se produjo ningún incidente en la sucursal. El pistolero cobraba 1.150 euros al mes y vivía con su padre en una casa propiedad de este. “A veces pagaba tarde, pero no era lo habitual”, ha declarado Fierro.

“De buena mañana estamos de guasa”, le contestó a Pere Puig una señora que entró en la entidad poco después de que el pistolero disparase contra los dos empleados. Puig le acababa de decir que si no se iba la mataría a ella también. “Me lo dijo de forma tan amable y tranquila que pensé que era una broma”, ha explicado en el juicio la mujer, que no tuvo tiempo de ver a Anna Puyol y a Rafael Turró muertos. “Voy en serio. Váyase si no quiere que la mate”, le repitió el pistolero. Poco después se entregaba a la policía.

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