Sobre la lista de ‘Babelia’: el teatro también se lee
En el reciente listado de ‘Los 50 mejores libros del último medio siglo’ descubrimos con estupor e indignación la ausencia total de libros de teatro. ¿Por qué?

¿Quién pone en duda la existencia de la literatura dramática como género literario? Más allá de modas, opiniones sesgadas o simple desconocimiento, seguramente nadie. El Ministerio de Cultura otorga desde hace 27 años el Premio Nacional de Literatura Dramática, mediante su Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura; y en 1984 recuperó un premio creado en 1950, el Calderón de la Barca para autores noveles, convocado por el INAEM. Con su colaboración, la de Fundación SGAE y las ayudas de Cedro, Comunidad de Madrid y la Dirección General del Libro, la Asociación Autoras y Autores de Teatro abrió este año —y van 26 ediciones— las puertas del Salón Internacional del Libro Teatral (SILT), donde mostraron sus publicaciones 27 editoriales especializadas en teatro de toda España; y donde volvimos a constatar que los traductores que acuden a su encuentro anual con creadores hablan del momento actual como una nueva Edad de Plata de la autoría teatral española: cuatro generaciones escribiendo, estrenando y, sí, también publicando simultáneamente, con temáticas y estéticas de lo más diverso. Estos mismos traductores ven la apuesta por la edición de libros teatrales en España como una valiosa singularidad que nos distingue de otros países de nuestro entorno, que orientan los textos fundamentalmente a la escena.
El reconocimiento de nuestra literatura dramática y su enseñanza reglada se hallan implícitos, además, en la existencia de la especialidad de Dramaturgia en las Escuelas Superiores de Arte Dramático, así como en la inclusión del teatro en el currículo de enseñanza secundaria, donde, probablemente, muchos jóvenes leen por primera vez Luces de bohemia o La casa de Bernarda Alba, como hicimos muchos de nosotros. Porque, en nuestro entorno cultural, la lectura como recurso inmediato de conocimiento del texto dramático viene de lejos. Es tradición. Y de las buenas. Merece ser protegida. En ese cuidado nos implicamos instituciones, editores, autores y organismos como la Fundación SGAE. Nosotros, en el ejercicio de nuestra profesión y a través de alguna de las siete asociaciones de autores y autoras teatrales constituidas en nuestro país, que agrupan a profesionales que escriben, publican y estrenan en nuestras distintas lenguas.
Se habla del momento actual como una nueva Edad de Plata de la autoría teatral española: cuatro generaciones escribiendo, estrenando y, sí, también publicando simultáneamente
Sin embargo, de tanto en tanto se publican artículos como ‘Los 50 mejores libros españoles del último medio siglo’ (Babelia, 15-11-25) y descubrimos con estupor la ausencia total de libros de teatro en el listado. Claro que la novela domina en gustos y consumo lector, pero resulta que sí se incluyen libros de ensayo, poesía y cómic. En menor medida, pero ahí están. Y… ¿el teatro? Cero. Un investigador que, llevado por su interés en el tema y el prestigio del medio que lo publica, consultara ese artículo dentro de un tiempo llegaría a la conclusión de que entre 1975 y 2025 no se publicó en España ni un solo libro de teatro que mereciera la pena. Nos produce estupor e indignación, porque no hablamos de quién aparece o no en el listado: en selecciones como estas siempre hay cierta subjetividad y hay que tomárselo con humor, y en lo que a nombres respecta, siempre quedan fuera unos que habrían merecido estar y están otros discutibles. Pero no es eso. Es que no hay nada: se ningunea todo un género y a sus autores y editores. ¿Por qué?
Es cierto que el teatro ha perdido en los medios la atención de la que gozó durante mucho tiempo (otra buena tradición, pero esta, perdida) y que entre las muchísimas reseñas de libros que aparecen en los suplementos literarios la presencia del libro teatral es prácticamente nula. No desearíamos que así fuese —seguro que muchos lectores tampoco—, pero así están las cosas. Pero la situación no invalida la pregunta: ¿por qué no se tiene en cuenta el teatro cuando se elaboran listados que valoran la calidad de las obras literarias y que —esto es lo importante, más que reconocimientos concretos— normalizan la inclusión de un género, sus creadores y editores entre quienes leen y, en definitiva, en el entorno cultural que pretenden reflejar?
No tenemos respuesta, solo conjeturas. Si el olvido de la literatura dramática y el libro teatral es deliberado, lo honesto sería decirlo en el planteamiento de este tipo de selecciones y, más honesto aún, explicar por qué los demás géneros sí, pero el teatro no. Y si no se trata de ninguneo, sino de desconocimiento, la solución sería tan fácil como incluir entre los profesionales que elaboran los listados un grupo proporcionalmente adecuado de personas que tuvieran un conocimiento amplio y autorizado de la literatura dramática. Así al menos sabríamos que el trabajo de los dramaturgos ha sido valorado en igualdad de condiciones y, si ya no aparece ningún libro teatral, entonces sí, nos lo tomaríamos con humor. Esos especialistas podrían tener en cuenta, por ejemplo, que en el año 1975, fecha en que se inicia la valoración del artículo, los teatros nacionales con sede en Madrid estrenaron tres obras originales de autores españoles entonces vivos; en 2025, fecha de cierre, 40 autores españoles vivos han mostrado al público sus textos en los teatros oficiales de la ciudad, obras que, en muchísimos casos, han publicado también. Y esto en Madrid, a título de ejemplo.
Se escribe, se estrena y se publica mucho teatro, los jóvenes lo leen con interés cuando se les descubre, los espectadores, también. Asumamos, por favor, que el teatro, nacido mucho antes que la narrativa, hoy, como ayer, también se lee.
Ignacio del Moral es presidente de la Asociación de Autoras y Autores de Teatro.
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