‘Pródigo’: parábola de la familia narcisista
Eva Mir crea un collage sobre lo intrincado de las relaciones en el hogar inspirándose en una famosa fábula bíblica y en la experiencia de desencuentro paternofilial de uno de los intérpretes de esta función


En la Parábola del hijo pródigo, Jesús de Nazaret valida el punto de vista del padre, aunque le preste voz también a sus hijos. Contrariamente a lo que nos cuenta el Evangelio de Lucas, muchos hijos abandonan la casa paterna porque su familia los convirtió en chivos expiatorios. Y si un día regresan, vuelven a encontrarse con idéntico maltrato. Pródigo, comedia de Eva Mir estrenada el jueves en el Matadero, escenifica la historia de una familia narcisista. No se trata de un hogar disfuncional a lo Tolcachir, sino de uno cuyo progenitor ha labrado su éxito en los negocios a costa de convertir sus vínculos afectivos en un erial.
Esta contradicción entre bonanza financiera y colapso anímico es un buen punto de salida al que la autora podría haber sacado mayor partido extremando los perfiles, las contradicciones y los antagonismos de sus personajes, que mantienen siempre conflictos amables. Es más fácil despertar la compasión o la animadversión del público cuando los protagonistas tienen rasgos de personalidad extremos y pugnan vigorosamente. Esta cordialidad con la que Mir (Valencia, 1996) trata a sus personajes sin excepción puede deberse a que Pródigo se inspira en lo que Pablo Justo (intérprete del hijo que deja el hogar) llama “la historia del divorcio” entre él y su padre. Sea por respeto a la intimidad familiar que le sirvió de referencia o por lo que fuere, la autora no ha cargado las tintas sobre sus personajes: tampoco los ha coloreado vigorosamente.
En esta función, además, se produce una serie de interrupciones metateatrales que enfría la acción dramática antes de que se haya templado siquiera, como sucede en el primero de sus diálogos. Este recurso de estilo, compartido por numerosos autores contemporáneos, es útil cuando el intérprete dice o hace algo en contradicción flagrante con lo que sostiene su personaje. También sirve de vehículo para una situación dialéctica como la que la autora establece en la escena del regreso. En otros casos resta más de lo que aporta.
Mir escribe con una voluntad poética cuyo rastro se puede seguir en cada generación del teatro español del siglo XX: José Ramón Fernández, Gala, Casona… Pero su trazo dramatúrgico se asemeja más al de Sanchis Sinisterra, por lo conceptual. Al cabo, Pródigo se dispersa en muchos temas conducidos con ligereza: ni el conflicto entre hermanos ni el paternofilial encuentran desarrollo suficiente. El cúmulo de noticias, gacetillas y titulares que los personajes se dan unos a otros es un Selecciones del Reader’s Digest que le resta tiempo al desarrollo de cualquier enfrentamiento.
La representación transcurre en un espacio semivacío, que en el teatro contemporáneo ya no es una opción artística tanto como la resultante de una situación económica restrictiva. Sonia Almarcha e Íñigo Rodríguez-Claro, actores veteranos, confeccionan sus papeles con oficio, mientras que Laura Romero, Aurora García Agud y Pablo Justo, el trío joven, hacen su labor con la presteza de quien patina o de quien cabalga la ola en una tabla de surf. En segundo plano, Marcos Nadie teje en escena una envolvente sonora. Mientras recibían los aplausos, los intérpretes sacaron una bandera de Palestina, la extendieron delante de sí y la depositaron cariñosamente en la corbata del escenario, acción que incrementó todavía más el vigor con el que el público premió el trabajo colectivo. Cuando el último espectador salió, la enseña del país más bloqueado y bombardeado de nuestros días seguía allí, indicando que el matadero regentado por los protagonistas es una metáfora del mundo.
‘Pródigo’. Texto y dirección: Eva Mir. Nave 10 / Matadero. Madrid, del 9 al 19 de octubre.
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