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TRIBUNA LIBRE
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Esa lengua que nunca tiene la culpa

Leo con estupefacción que la Academia rumana acaba de rechazar por segunda vez el ingreso de Mircea Cărtărescu

El poeta y narrador rumano Mircea Cărtărescu, en noviembre de 2022 en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara (México).
El poeta y narrador rumano Mircea Cărtărescu, en noviembre de 2022 en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara (México).Francisco Guasco (EFE)

Para los autores que escribimos en una lengua diferente a la que nos viene dada por nacimiento, ese aparente desajuste es un tema de reflexión recurrente. Desde hace un tiempo, tengo el convencimiento de que el impulso de alejarme del rumano y de adoptar el español como lengua de creación se dio en un momento concreto de mi biografía: la muerte de mi madre. ¡Como si la lengua tuviera la culpa! Pero los senderos que recorren nuestros cerebros son misteriosos. Cuento esto, pero en realidad más que de mi cambio de lengua de vida y de escritura, quiero hablar de un autor que ha ensanchado con su literatura las dimensiones de la lengua en la que nací. Se trata de Mircea Cărtărescu, el escritor que, no sería exagerado afirmar, ha situado Rumania en el mapa literario.

Leo con fruición la obra de Cărtărescu desde mi época universitaria, cuando aprendía español en unos seminarios de traducción con su libro Travesti (publicado en rumano en 1994 y traducido al español como Lulu en 2011). Sus libros siempre han sido un acontecimiento para mí como lectora. Devoré Solenoide hace unos 10 años, en original, y me fascinó esa mezcla de fantasía y realidad que nos invita a cuestionar la naturaleza de la percepción y de la verdad. Por esta razón, empezar a leer Theodoros en rumano, pero no conseguir entrar y sentirme en casa me causó desasosiego. Lo comencé y lo volví a comenzar. Sentía impotencia por no ser capaz de avanzar en la lectura de uno de los libros traducidos más celebrados en España (y no solo) en 2024. Decidí leerlo en la traducción de Marian Ochoa de Eribe y, para mi sorpresa, pude superar el primer capítulo y este nuevo Cărtărescu volvió a obrar en mí el milagro de la literatura, el de crear la ilusión de un texto que tenga vida por sí mismo. No es que conseguir leer una novela de más de 600 páginas sea un logro que haya que pregonar, pero el asunto me ha dado que pensar. La pregunta que me hago es por qué no podía leer Theodoros en rumano y sí me resulta fácil leerlo en español. La respuesta tiene que ver con lo que cuento al inicio, con ese cambio de lengua y de vida, pero no lo supe ver hasta que, los días pasados, leí con cierta estupefacción lo que está sucediendo en Rumania en relación con Mircea Cărtărescu.

Para contar las cosas tomando un atajo, la Academia Rumana acaba de rechazar por segunda vez la entrada del escritor en su seno. El rechazo se dio por un solo voto, pero parece ser que la mitad de la institución afina extremadamente bien, hasta el punto de que desafina del todo. La Academia es el foro más alto de ciencia y cultura y uno de sus propósitos es promover y desarrollar la lengua y la literatura rumanas. El rechazo de Cărtărescu, como era de esperar, ha generado gran controversia. Los argumentos que respaldan esta negativa son casi más preocupantes que el hecho en sí. Se le acusa de denigrar la memoria del poeta Mihai Eminescu o la de Emil Cioran, al haber aludido al antisemitismo del primero o a las simpatías que mostró el segundo en su juventud por la Guardia de Hierro, un grupo nacionalista y fascista rumano. Se trata de hechos más que probados, que ni siquiera han dañado las obras de sus autores, cuya grandeza estoy convencida de que Cărtărescu no ha puesto nunca en duda, pero que una parte de la Academia prefiere no mirar de cara o incluso negar. Tanto dentro de la Academia como fuera, han sido muchos los intelectuales que han salido en su defensa, entre ellos la misma Ana Blandiana, premio Princesa de Asturias de las Letras 2024, quien manifestó que el rechazo tiene que ver con la manipulación impulsada por “el odio, la envidia y la frustración”.

Pero volvamos a las defensas de Cărtărescu, que me parecen hermosas y necesarias y que dan cierta tranquilidad. Ha sido contundente el apoyo en las redes sociales también y, al conectarlo con mi dificultad de avanzar en Theodoros en rumano, caí en la cuenta de que lo que me sucede es que jamás he leído semejante declaración de amor hacia la lengua rumana. Y ese amor tan intenso me devuelve al mío por la lengua madre. Y me doy cuenta de que lo verdaderamente importante es que ese amor, que tantos otros también hemos vislumbrado un día, se haya hecho realidad. Porque la prosa de Cărtărescu nos demuestra que la lengua, además de instituciones que la hagan florecer, necesita del Amor con mayúsculas. Así que persistiré. Acabaré mi lectura de Theodoros en ese rumano maravilloso de Cărtărescu que siento como caricia y golpe a la vez. Me sumergiré en ese Amor que también está en mí, porque está en mi otro yo que no para de leer palabras, una tras otra, palabras que construyen novelas tan grandes que justifican una literatura entera, una lengua. Esa lengua que nunca tiene la culpa.

Corina Oproae es poeta, novelista y traductora. Ganó el Premio Tusquets 2024 con La casa limón.


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