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Manual de propaganda para una conspiración electoral

El ensayo de Renée DiResta es el libro perfecto para diseccionar cómo se legitima un golpe de Estado el próximo noviembre tras unas elecciones intoxicadas a base de convertir mentiras en realidad

Una puerta de acceso a la Rotonda del Capitolio con el cristal roto tras el asalto de los simpatizantes de Trump, en Washington el 6 de enero de 2021.
Una puerta de acceso a la Rotonda del Capitolio con el cristal roto tras el asalto de los simpatizantes de Trump, en Washington el 6 de enero de 2021.ERIN SCHAFF (New York Times / Contacto)
Marta Peirano

Cómo se instala la idea de que hay inmigrantes haitianos comiéndose los gatos y perros de Springfield, Ohio. Que el partido demócrata o quizá los judíos están provocando huracanes con máquinas de manipulación climática para que los ciudadanos de Florida no puedan votar. Que ­FEMA, la agencia federal de Estados Unidos responsable de coordinar la respuesta y recuperación de emergencias, abandona sistemáticamente a las víctimas republicanas. Que las máquinas de voto están amañadas, los comités son corruptos, los votos por correo manipulados y los inmigrantes ilegales están siendo habilitados ilegítimamente para votar. Que todo eso invalidará las elecciones, salvo que gane uno de los candidatos. Cómo se convence a un país de que, si gana uno de los candidatos, las elecciones han sido limpias. Pero, si gana el otro, la democracia habrá sido robada y recobrarla requerirá fuerza bruta. Pero no será un golpe de Estado, sino una revolución.

Propaganda, el ensayo de Edward Bernays publicado en 1928, inaugura el subgénero de ciencias sociales que estudia la manipulación ciudadana a través de los medios de comunicación. Para Bernays, sobrino de Sigmund Freud y responsable de que las sufragistas fumaran por la igualdad de género, la palabra tenía aún el significado que le había dado la Iglesia católica cuando creó la Congregatio de Propaganda Fide en 1622: propagar la fe. La Iglesia hacía propaganda para difundir el cristianismo en tierras no católicas. Para Bernays, la propaganda moderna es responsabilidad del Gobierno. Su objetivo era propagar la ideología del Estado, uniendo las diferentes comunidades e individuos en una sola identitaria gran nación.

Un siglo más tarde, la propaganda está más en la pomada que nunca. Todo el mundo lo hace: los Estados, los partidos, las empresas, las asociaciones de padres, el partido comunista, los usuarios de las redes sociales, los presidentes de Gobierno y los bots. La batalla política de nuestro tiempo es decir quién es propaganda y quién no. Pocas personas han estudiado mejor el mecanismo que Renée DiResta, hasta hace poco jefa de investigación del Observatorio de Internet de Stanford. Su reciente libro, Invisible Rulers. The People Who Turn Lies Into Reality (Gobernantes invisibles. Las personas que convierten las mentiras en realidad), es una iniciación al arte de la propaganda desde el punto de vista técnico, histórico, sociológico y político. También es el manual perfecto para estudiar la compleja red de influencers que trabaja para legitimar un golpe de Estado el próximo noviembre. El libro perfecto para diseccionar unas elecciones intoxicadas por el asalto al Capitolio y las teorías de la conspiración.

DiResta revisa a los teóricos, practicantes y críticos del siglo XX. A Walter Lippmann, el hombre que acuñó la “manufactura del consentimiento”, que inventó el estereotipo y le vendió a los americanos la Primera Guerra Mundial. A Noam Chomsky, que lo adapta a la era de los medios de masas, equiparando la manufactura con la manipulación. Los revisa con la intención de producir una nueva teoría de la propaganda para la era de los algoritmos y los influencers. “Cómo de arbitrario es que personas corrientes puedan volverse enormemente influyentes, y cómo incluso aquellos bien intencionados entre ellos pueden propagar mentiras peligrosas”. Describe cómo grupos de individuos con intereses económicos o motivaciones políticas seleccionan y ensamblan piezas de evidencia digital para ofrecer relatos capaces de dinamitar la confianza en los resultados electorales. Es la historia sociopolítica clave de nuestro tiempo: cómo convertir mentiras en realidad.

El bulo de los inmigrantes que comen mascotas infecta la imaginación de aquellos que quieren creer. Los demás solo nos enteramos cuando Trump lo comparte con más de 100 millones de personas

La diferencia, para DiResta, está en el protagonismo de personas reales, sacadas de contexto y catapultadas a una inesperada notoriedad. La amplificación oportunista de contenidos emocionales de gente cualquiera, por redes de intoxicación política y algoritmos de plataforma comercial. La historia de los haitianos que comen perros y gatos nace cuando una mujer llamada Marie Owens publica en su grupo privado de Facebook que el amigo de la hija de sus vecinos había perdido a su gato, y alguien había visto a unos haitianos en el porche de su casa deshuesándolo para comer. La publicación es rebotada por otros usuarios. Una vecina la usa para rescatar un post suyo donde decía que los patos estaban desapareciendo del parque. En algún momento, el rumor es recogido por la red de influencers de la derecha estadounidense y propagado por las principales redes sociales, probablemente con ayuda de cuentas falsas de agencias de desinformación o granjas de clics. El post recibe casi un millón de visitas en Twitter/X. Tiene vida propia, infecta la imaginación de aquellos que quieren creer. Los demás solo nos enteramos cuando es compartido con más de 100 millones de personas por el influencer más famoso del mundo: el expresidente Donald Trump durante el primer y último debate presidencial.

Una novedad de estas elecciones es la participación activa y partisana de una plataforma clave. Elon Musk, el usuario más popular de la plataforma antes conocida como Twitter, está haciendo campaña por Trump y propagando todo tipo de información falsa. Ha publicado que FEMA está “bloqueando de forma activa” a los ciudadanos que tratan de ayudar a las víctimas de las inundaciones en Carolina del Norte, y que se ha gastado todos sus fondos “ayudando a [inmigrantes] ilegales a entrar en el país”. Le ha dicho a los seguidores de Trump que “serán las últimas elecciones si no salís a votar”.

El operativo es grande. Trump ha conseguido desmantelar el Observatorio de Stanford y el comité que había creado para garantizar la integridad electoral. Se prevén milicias y grupos paramilitares desplegando campañas de intimidación de los votantes a pie de urna. El Departamento de Seguridad Nacional ha advertido que hay grupos extremistas domésticos planeando sabotear la infraestructura electoral, incluidos los buzones de voto. Cualquier acción que ponga en duda la legitimidad de las papeletas beneficia a los que quieren imponer su relato sobre la realidad.

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