_
_
_
_

Eileen Myles, poeta: “La juventud ha entendido hasta qué punto mi generación le ha jodido la vida”

Figura clave de la literatura ‘queer’, reflejó en ‘Chelsea Girls’, que se acaba de editar por primera vez en español, una juventud marcada por la poesía ‘underground’, el sexo lésbico y las adicciones. Myles, que se identifica como trans, habló en esta entrevista de su nuevo estatus de icono, del estado de su país y de su voto en estas elecciones

Eileen Myles, el sábado pasado en el Hotel Balmoral de Barcelona.
Eileen Myles, el sábado pasado en el Hotel Balmoral de Barcelona.massimiliano minocri
Álex Vicente

Eileen Myles (Cambridge, Massachusetts, 1949) es un referente de la literatura queer desde que se convirtió, allá por los setenta, en un icono de la vanguardia neoyorquina, reunida en torno a la mítica St Mark’s Church. En 1992, se lanzó a la carrera presidencial contra Clinton, Bush y Ross Perot, en un acto de activismo poético que también era un testimonio de su compromiso con la transformación social. Dos años más tarde, publicó su obra cumbre, Chelsea Girls, novela autobiográfica sobre su juventud como poeta lesbiana y marginal, marcada por el alcohol, las drogas, la poesía y el sexo, que acaba de recuperar Las Afueras en castellano. Hoy usa el pronombre they y se identifica como persona trans. De viaje por Europa, el fin de semana pasado presentó este libro en Madrid, donde declamó sus poemas en el Museo Reina Sofía, y Barcelona, donde tuvo lugar este encuentro.

Pregunta. En el libro describe su adolescencia agridulce en el seno de una familia católica de clase trabajadora. ¿Cómo le afectaron esos orígenes?

Respuesta. De una manera dramática. Fue una experiencia muy opresiva, pero también muy rica en historias de santos, en tormento, culpa e interioridad. Fue terrible, aunque muy útil cuando quieres convertirte en escritor.

P. “No se puede forzar una historia que no quiere ser contada”, escribe. ¿Qué quiere decir con eso?

R. Las historias se despliegan cuando están listas. Hay que saber esperar. Cuando sucede, escribir se convierte en una especie de celebración.

P. Le costó 13 años escribir Chelsea Girls.

R. Yo era poeta y no tenía costumbre de escribir textos largos. La primera pieza del libro que terminé fue Pan y agua. Dejé una hoja de papel en la máquina de escribir y fui añadiendo párrafos a lo largo de los días. Fue como un registro de la vida que llevaba en ese momento. Un año después, tuve una idea más compleja. Me encantaban las películas de Truffaut, esos relatos sobre el paso a la madurez, y quise hacer algo parecido, pero sobre una mujer. Quise escribir una historia de la humanidad en versión femenina.

“Para mí, el paso a la madurez de las mujeres es la violación. Por eso incluí en el libro mi experiencia”

P. El libro se puede leer como una subversión del coming of age, el clásico relato de iniciación estadounidense, siempre masculino y heterosexual.

R. Sí, todas esas historias en las que un hombre pierde la virginidad con una prostituta gorda, asquerosa y pobre, cuya situación no le importa nada al autor. Para mí, el coming of age de las mujeres es la violación. Por eso incluí en el libro mi experiencia.

P. ¿Cómo logró superarla?

R. Separándome de mi cultura de origen. Viajé por Europa y luego viví en San Francisco, pero no funcionó. En Nueva York todo cambió. La gente vivía de otra manera. Volví a Boston, mi ciudad natal, un tiempo después y me di cuenta de que ya no pertenecía a ese lugar. Me había convertido en otra persona sin darme cuenta. Era una especie de fantasma.

P. Milita por preservar los espacios públicos en Nueva York y contra la tala de los árboles. ¿Le afecta ver los cambios en la ciudad desde los setenta?

R. Es una ciudad que solo ha tomado malas decisiones. Cuando llegué, estaba en bancarrota, pero era maravillosa. Era una ciudad rota, lo que significaba que había muchas grietas que podíamos ocupar. Luego salió a flote a través del sector inmobiliario. Vendieron toda la ciudad, que pasó a ser de propiedad ajena. Empeora cada vez más. Todo está a la venta. Es un lugar que ya ha desaparecido.

P. Describe la pobreza como una experiencia romántica y cool en los setenta. Hoy es todo lo contrario: la riqueza se exhibe todo el rato, incluso por parte de personas que, en realidad, son pobres. ¿Se han invertido los valores?

R. Sí y no. Hay comunidades de jóvenes, e incluso de personas de mi edad, que resisten a esa cultura de la riqueza, aunque se sientan atraídos por ciertos elementos del confort burgués. Creo que mucha gente es consciente de que el capitalismo es una monstruosidad que ha reducido nuestras opciones. Antes poníamos a un pobre en la mesa. Hoy los queremos ver lejos. En los setenta era cool ser poeta. Hoy se ha convertido en una broma.

P. ¿Para qué sirve la poesía hoy?

R. Sigue siendo una manera radical de estar en el mundo. Te permite observar algo y darle un sentido distinto. Nunca diría algo tan cursi como que la poesía es una reveladora de verdades, pero creo que expone, reordena y no acepta a las instituciones tal como se nos presentan. No acepta los contenedores en los que nos hacen vivir. Busca otros significados. La prosa, en cambio, contribuye a la mercantilización.

“De repente, vemos con gran crudeza lo que Estados Unidos siempre ha sido. Observamos su caída y su colapso”

P. ¿Sigue existiendo la contracultura en EE UU?

R. Lo primero en lo que pienso es en la protesta, que también es una forma de creación. Mucha gente es consciente de que lo que EE UU hace y representa hoy es obsceno. La opresión se ha vuelto fortísima por parte del poder político y económico, o en las universidades. La palabra contracultura suena antigua, no sé si alguien la sigue usando. Pero nos seguimos reconociendo y reuniendo en otros espacios.

P. Hay un desorden en todo lo que escribe, y lo digo como un cumplido. ¿Por qué esa cualidad caótica?

R. Cuando estaba en la universidad y asistía a talleres de escritura, el profesor siempre repartía una hoja llena de reglas para una buena escritura, todas esas máximas a cargo de Henry James o de Chéjov: “Si un arma aparece colgada de la pared en el primer acto, en el último debe ser disparada”. Yo opino lo contrario. Siento que debe haber cosas rondando en un escrito que no te lleven a ninguna parte. Así es el mundo. Esa es mi forma de convertir la escritura en un espacio real y de oponerme a la prosa más convencional. Siempre digo que la prosa es el imperio, y el imperio siempre está limpio y ordenado.

P. Pese a esa oposición, ¿se considera estadounidense cuando escribe?

R. Eso dice mi pasaporte. Es el lugar donde nací.

P. Lo digo porque su obra contiene una idea muy estadounidense: la posibilidad de reinventarse.

R. Sí, sigo creyendo en eso, incluso como país. De repente, vemos con una gran crudeza y desnudez lo que este país siempre ha sido. Estamos observando una caída y colapso. Como persona que escribe, soy testigo de eso y reflejo la posibilidad de un cambio.

Eileen Myles, que resumió su juventud como poeta lesbiana en 'Chelsea Girls', el sábado pasado en Barcelona.
Eileen Myles, que resumió su juventud como poeta lesbiana en 'Chelsea Girls', el sábado pasado en Barcelona.massimiliano minocri

P. Desde hace unos años, utiliza el pronombre they. ¿Cambiar de identidad pasados los 70 años es asumir el yo como una entidad en evolución constante?

R. Pocas personas de mi edad lo hacen, salvo las que emprenden una transición literal. El discurso público ha cambiado y te confiere un lenguaje para verte de formas que antes no podías expresar. Cuando me impliqué en la serie Transparent, Jill Soloway [su responsable y expareja de Myles] empezó a utilizar el pronombre they. Al principio, me pareció incómodo y poco intuitivo. Pero me recordó a la Biblia, a ese momento en que los demonios dicen: “Me llamo legión”. Sin comprenderlo del todo, creo que sí entendí, ya al leerlo de niña, esa pluralidad del ser.

P. De joven tuvo problemas de adicciones, robó y traficó con drogas. ¿Se arrepiente de algo?

R. No, de nada. He tenido mucha suerte, porque podría haber muerto. No tomé mucha heroína, pero pudo acabar conmigo. Compartí jeringas con desconocidos que, por fortuna, no tenían el VIH o la hepatitis C. Lo mío ha sido pura suerte.

P. No le gusta calificar sus libros de autoficción. ¿Cuáles son sus críticas al género y dónde traza usted la línea entre ficción y no ficción?

R. No uso las palabras autoficción ni memoir, me parecen afectadas y sentimentales. La autoficción es una manera de ponérselo fácil al lector y una mera estrategia de marketing. Hace unos años, el escritor James Frey firmó unas supuestas memorias sobre sus adicciones y, cuando se descubrió que se lo había inventado todo, fue todo un escándalo. Oprah Winfrey, que lo había seleccionado para su club de lectura, estaba devastada. ¿Qué esperaban? Los escritores somos así: una panda de mentirosos y ladrones.

P. Ser queer en los ochenta era, objetivamente, más difícil que ahora. Sin embargo, el libro captura una gran sensación de libertad, ligada a una sexualidad casi clandestina.

R. Depende del punto de vista que adoptes. Siempre he considerado mi identidad queer, aunque ahora me identifique más como trans, como el centro y no la periferia. He invertido los términos y lo he considerado la norma, aunque no me guste esa palabra. Nunca he aceptado ser “el otro”.

“Sentí alegría cuando Kamala Harris interrumpió la procesión de Biden, pero luego me pareció todo muy Leni Riefenstahl”

P. Desde la reedición de Chelsea Girls y el éxito de Transparent, en la que inspiró uno de los personajes, su nombre es conocido. ¿Qué cambia ser mainstream cuando se ha sido marginal?

R. Sí, ahora tengo una carrera. La pregunta es qué haces con ello. ¿Lo usas solo para tu confort? Yo he intentado usar mi reputación para luchar por causas como salvar un parque en Nueva York o defender a Palestina. Eso dota mi vida de un carácter radical. De acuerdo, ahora tengo una segunda residencia en Texas y un coche híbrido, he adquirido privilegios. Pero quiero usar mi nombre por esas causas. Si me invitas a un acto, voy a hablar de Palestina. Puede que no sea gran cosa, pero tampoco lo hace todo el mundo.

P. Muchos escritores y artistas, de Maggie Nelson de Kim Gordon, consideran que es usted un referente. ¿Siente que ha sido objeto de una canonización?

R. Un poco. Pero nunca he ganado un premio importante en mi país. Me dicen que soy un tesoro nacional, pero... ¿dónde está mi beca MacArthur? Hace poco, The New Yorker me encargó un artículo sobre el famoso viaje de Thoreau a Cape Cod. Me sentí honrada, por fin esas revistas prestigiosas me hacían caso. Al final, rechazaron mi texto y no lo publicaron. Me dijeron que era poético y que estaba muy bien, pero que ellos no publicaban cosas así. Me pagaron más por no publicarlo de lo que me pagan otras revistas por hacerlo, pero pensé que aún queda mucho para mi canonización.

P. ¿Por qué cree que lo rechazaron?

R. Porque hablaba de mi cuerpo y de mis pies. Y tal vez porque dije que Thoreau era gay.

P. En Chelsea Girls escribe sobre la primera mujer que puso su cabeza entre tus piernas y el placer absoluto que sintió. “Estuve dispuesta a sacrificarlo todo por ese momento”, asegura. ¿El deseo ha sido un motor en su vida y en su escritura?

R. Sí, absolutamente. Durante mucho tiempo dije que el sexo era lo más importante para mí. Cuando eres joven, es lo más importante del mundo. Y ya no puedo decir eso ahora, no creo que sea cierto. El sexo ahora es diferente y ya no puedo escribir sobre ese tema de la misma manera que en los ochenta. Es un desafío de escritura, un nuevo rompecabezas que resolver.

P. Sus declaraciones públicas reflejan un fuerte apoyo a Palestina, incluso en tiempos en que no era tan común en su país.

R. En 2017, visité Palestina junto a otros escritores, como Ta-Nehisi Coates. Aunque fuera un viaje de propaganda, lo que vi allí es algo que jamás olvidaré. Creo que las próximas elecciones en EE UU serán un referéndum sobre este tema. Tengo curiosidad por ver cuántas personas votarán por el Partido Verde, que es el único que defiende abiertamente esa causa.

“Pienso que votaré por los Verdes. La derecha me parece horrible, por supuesto, pero los demócratas son de una mediocridad catastrófica”

P. ¿Por quién votará usted?

R. En este momento, pienso que por los Verdes, aunque su candidata, Jill Stein no me caiga demasiado bien, pero sí me gusta lo que representa.

P. Entiendo que no es fan de Kamala Harris.

R. Tuve un breve momento de alegría cuando interrumpió la procesión de Biden, pero luego me pareció todo muy Leni Riefenstahl: ahí estaban, los dos, el patriarca junto a una increíble mujer negra riendo a carcajadas. Me pareció una forma de cubrir todos los flancos. Nada más que un agradable vacío.

P. En el pasado, apoyó a Hillary Clinton frente a Bernie Sanders, que le parecía “un chiste”.

R. Mirando atrás, debí haber apoyado a Sanders, con quien tengo más afinidad. En su momento, lo veía como un congresista ineficaz, mientras que Clinton fue bastante eficaz en asuntos internos, como salud pública y vivienda. Ahora, la derecha me parece horrible, por supuesto, pero los demócratas son de una mediocridad catastrófica y son incapaces de liberarse de la estructura corporativa.

P. ¿Sigue creyendo en la revolución?

R. Depende de qué definamos como revolución. Si hablamos de un cambio masivo en las conciencias, sí confío en ello. Creo que la juventud ha comprendido lo mucho que mi generación les ha jodido la vida. Se desreguló todo, la educación se volvió prohibitiva y sus vidas se volvieron imposibles. ¿Tengo esperanza? Sí, pero el cambio requerirá la invención de nuevas instituciones. La revolución será darnos cuenta de la inmediatez de lo que se nos viene encima y de hasta qué punto depende de uno busco encontrar una solución. Entramos en un tiempo muy difícil.

P. Si volviera a presentarse hoy a la Casa Blanca, como en su famosa performance de 1992, ¿qué defendería?

R. Yo desfinanciaría a la policía, haría la universidad gratuita, haría el transporte gratuito, invertiría la economía y la convertiría en apoyo a la sociedad. Lucharía contra la pobreza. Pondría el dinero en la alimentación y el bienestar. Eso sería lo que haría.

P. ¿Y ganaría con semejante programa?

R. Probablemente no. Pero supongo que estamos siendo utópicos. Así que, sí, ganaría. Y de goleada.

Portada de 'Chelsea girls', de Eileen Myles

Chelsea Girls

Traducción de Flor Braier.
Las Afueras, 2024. 288 páginas. 22,95 euros.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_