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Ramesh Balsekar: el juego impersonal que no cesa

El gurú indio sostiene que no hay seres iluminados, que la frase “ser iluminado” es un contrasentido. La clave de la supuesta “iluminación” es un cambio radical de actitud ante lo que se hace. No tener la sensación de que es uno el que hace lo que hace

Ramesh S. Balsekar, en una imagen sin fecha.
Ramesh S. Balsekar, en una imagen sin fecha.Dinodia Photos / Alamy / CORDON PRESS
Juan Arnau

Mientras la tradición occidental vive en el mito de la materia, la India vive en el mito de la iluminación. La palabra iluminación no es sánscrita, no está en las upaniṣad o en ninguna de las fuentes antiguas. La iluminación es un asunto colonial. Es la traducción de una palabra inglesa, enlightenment, que curiosamente significa también “ilustración”. Nosotros somos ilustrados, ellos iluminados. La luz sigue siendo el centro.

Ramesh Balsekar (1917-2009) no es un gurú al uso. Estudia en la London School of Economics cuando la India es todavía británica, se hace directivo de banca, practica el golf y de joven ha sido culturista. Casado, padre de tres hijos, llegará a dirigir el Bank of India. Tiene sentido del humor, es elocuente, paciente y brillante. Tras su jubilación en 1978, asiste a las reuniones que Nisargadatta mantiene en su casa de Bombay. Se convierte en discípulo y traduce del marathi al inglés las palabras que el maestro dirige a los occidentales que lo visitan. Estará con Maharaj hasta su muerte en 1981. Todos estos elementos hacen de Balsekar un buen interlocutor en el diálogo entre Oriente y Occidente.

Balsekar sostiene que no hay seres iluminados, que la frase “ser iluminado” es un contrasentido. La clave de la supuesta “iluminación” es un cambio radical de actitud ante lo que se hace. No tener la sensación de que es uno el que hace lo que hace. Es lo divino, a través de uno, el que lo hace. Un estado en el que el individuo ha desaparecido. No hay ego, aunque el cuerpo y la mente sigan funcionando.

El asunto exige altas dosis de humildad. Un objeto emanado (nosotros) no puede comprender a la Fuente de la que ha surgido. Según el vedānta, es esa Fuente o Conciencia la que crea los diversos egos y experimenta el mundo a través de ellos. No es necesario esforzarse ni obsesionarse con arduas meditaciones. La Fuente ha creado el ego y sólo la Fuente podrá destruirlo. La Fuente ha hecho creer al sujeto que es un individuo, que goza de independencia (el ego es precisamente eso, el olvido de la Fuente) y lo hace gracias a la ilusión cósmica, que es una suerte de hipnosis. Como un hechizo, la belleza del mundo nos arrebata y vamos tras ella. Olvidamos de la Fuente. Así nacen los egos. Y gracias a que hay egos, hay relaciones humanas, hay enamoramientos y decepciones, hay codicia, ambición y suicidio, hay generosidad, valentía y amor, hay intuición intelectual.

La experiencia directa y arrebatadora de la Fuente hace que el ego desaparezca, que se retire. De ahí que la contradicción de hablar de seres iluminados. ¿Quién serían estos? ¿Qué ego, sujeto o mente se podría atribuir ese logro? La iluminación (o despertar, que es una palabra más adecuada), sólo es posible si la Fuente, que creó el ego, lo disuelve, pues el ego es incapaz de disolverse a sí mismo. En esto se diferencia Balsekar de Ramana, para quién el ego tiene más capacidades para su propia disolución.

¿Qué ocurrió antes de que naciéramos? No había conciencia individualizada, sólo conciencia. Al nacer, la conciencia se identifica, erige un ego, que cree existir por sí mismo. Al morir, esa conciencia individual regresa a la Fuente de la que surgió y se funde con ella. De ahí que carezca de sentido la reencarnación. Balsekar es aquí muy budista. ¿Reencarnación de quién? Del cuerpo físico está claro que no. Vemos que se descompone y reduce a polvo. De la mente tampoco. Cada nacimiento es el nacimiento de un nuevo ego, de una nueva mente. “Los organismos no se crean con algunas almas viejas que prosiguen, ni se crean para ser recompensados o castigados por sus acciones”. En vidas pasadas había otros egos. Balsekar cita a Buda: “Los hechos ocurren, las acciones se realizan, pero nadie las lleva a cabo”. Simplemente hay la Fuente (o la naturaleza de Buda) que se identifica con un cuerpo-mente individual que se siente hacedor de lo que hace.

Sentido de presencia

¿Qué ocurre entonces con la filosofía? Todo lo que decimos, todo lo que pensamos, son conceptos. Parole. Lo único que no es un concepto, la única verdad, es el sentido de presencia: “Soy”. Pero incluso esa verdad es fenoménica. Y, si hablo de ella, la convierto en un concepto. Pero si concentro mi atención en el hecho mismo de ser, el concepto se va transformando en una experiencia real y verdadera (por eso hay que estudiar y los libros no son irrelevantes). Sobre ella se erige la practica védica, que se aferra a la realidad del ser. “Necesitamos conceptos para entendernos, hasta que la mente alcanza un estado en que intuye que lo que busca trasciende toda comprensión”. Entonces la mente busca el sentido de presencia (que es una de las formas del silencio). Balsekar se acerca aquí al “abandono de la discusión” de Nāgārjuna. Las distintas filosofías y religiones son diferentes conjuntos de conceptos. Habrá quienes los acepten y quienes los rechacen. Dependerá del temperamento y la educación de cada cual. Frente a todas esas “opiniones”, se erige la única verdad, el sentido de presencia, que Balsekar llama “conciencia impersonal”. Cuando por la mañana despertamos, el primer sentido de presencia es impersonal. Luego viene enseguida la asunción de nuestra personalidad, con tal profesión y títulos, familia, propiedades, ambiciones y heridas. Todos esos atributos son la ilusión. La única verdad es “soy”. Cuando Moisés encuentra lo divino en el monte Sinaí, de la zarza ardiente se oyen las palabras hebreas: “Soy el que está siendo”. Pues bien, la Fuente está siendo en nosotros, en todos los seres, desde la tortuga hasta el ángel, desde la lechuga al gusano que la devora.

Se suele decir que lo único seguro es la muerte. Es falso. La muerte es una posibilidad, allá en el futuro. Lo único seguro es que estás vivo ahora, mientras lees. La única verdad, la única seguridad, es el sentido de presencia, aquí y ahora. Un sentido de presencia en el que insistía Nisargadatta. Se trata simplemente de ser, de modo impersonal. Ya se ha dicho. El momento presente es la única verdad, lo único que no es un concepto. Espacio, tiempo y todo lo demás son conceptos, la muerte incluida. No es un concepto cuando estamos absortos en el hecho de ser. Cuando, después, hablamos del “sentido de presencia”, y reproducimos toda la cháchara del “aquí y ahora”, vuelve a ser un concepto, más o menos manido, más o menos inspirador. Todo esto recuerda al taoísmo. Lo Real sólo deja de ser un concepto si no hablas de ello. Lo Real no se puede decir. Lo Real hay que serlo. El olvido del Ser fue la gran intuición de Heidegger. Convertir al lenguaje en la “Casa del Ser”, su gran desvarío.

Universo espontáneo

Las cosas no tienen una explicación para que ocurran. Simplemente porque ocurren, tienen una explicación. El universo es una manifestación espontánea. De nuevo el taoísmo, wu-wei. Un modo natural de hacer las cosas, sin forzarlas con artificios que desvirtúen su armonía u olviden su origen. El sabio no es aquel que conoce todo tipo de informaciones, el sabio es aquel que sabe estar atento, al acecho. Lo Real asoma entre las grietas de lo manifiesto. Meditar es vaciarse de lo conocido. La oración más eficaz: entregarse en cada momento a lo que se hace. Y hacerlo como si no fuera uno el que lo hace. T. S. Eliot lo advirtió: “El fin y el principio estuvieron siempre ahí y todo es siempre ahora”.

¿Qué es aquello que se manifiesta espontáneamente? La tradición védica responde: la conciencia (bráhman, ātman). Parecen dos, pero son uno. La India lleva más de dos mil años dándole vueltas al asunto. Lo real es la Fuente, el Sí mismo (ātman), la Conciencia, no importa cómo lo llamemos. Lo que se manifiesta es conciencia en movimiento. La física cuántica se ha acercado a esa antigua verdad. También Bruno Latour. El electrón no es nada sin la conciencia del observador. El electrón no existe ahí fuera, por sí mismo, independientemente de nosotros. El electrón es un híbrido naturaleza-cultura. El materialista cree que es sólo naturaleza. El idealista que es sólo cultura. Ambos se equivocan. Los primeros idolatran la materia, los segundos idolatran la mente. Pero hay una tercera vía, un “tercer hombre”, la conciencia, que es el sustrato de ambas, de la materia y de la mente, que existen en ella y se manifiestan en ella. Esa es la solución india. El mundo es una ilusión como mundo, pero real como bráhman. No existe como “mundo” (en sí), sino que existe como bráhman. Si todo es bráhman, el mundo no puede ser ilusorio. Aunque la Fuente y su emanación parezcan diferentes y separadas, son dos caras de la misma moneda.[1]

Todo es espontáneo en la conciencia universal. Pero ella sólo puede expresarse objetivamente a través del individuo. Es la Subjetividad expresándose objetivamente. Cualquier expresión de la conciencia como subjetividad ha de ser a través de los objetos. Pero en ella no hay preocupaciones, cuitas, angustias. Se manifiesta de un modo feliz, místico, mágico. Life is a happening. No hay conflictos. Los conflictos surgen cuando la mente trata de comprender cosas que quedan fuera de su alcance. En el universo ocurren cosas que la mente no puede comprender. La naturaleza se ríe de nuestras pretensiones. Los conflictos surgen cuando lo que observamos no encaja con lo que esperamos o deseamos. Los dioses y los espíritus existen debido a esas expectativas. Son una creación del ego. También lo es el individuo.

La intuición intelectual

Yoga significa, en un primer momento, división: separar la conciencia de la mente. En un segundo momento, unión, la entrega de la mente (el ego) a la Fuente, su inmersión en ella. Ese es el supremo desprendimiento. Los budistas llaman vacío (śūnyatā) a lo que los hindúes llaman Sí mismo (ātman). Volver a ser lo que éramos, volver a la Fuente. La perfección del intelecto es la intuición. La inmersión del intelecto en su origen, da nacimiento a la intuición. El intelecto es útil para ver las cosas del mundo exterior, pero es torpe para la mirada interior. De ahí la necesidad de desactivarlo.

La eternidad ha dejado de ser, desde esta perspectiva, un tiempo interminable. La eternidad no tiene nada que ver con el tiempo. El ahora, el momento presente, es la única eternidad. Toda otra eternidad que concibamos es espuria. Precisamente por ser una concepción, una idea. En el ahora genuino no hay experimentador experimentando nada. No hay yo ni trascurso del tiempo. “Cualquier experiencia sólo la «tenemos» cuando hablamos de la misma. Cuando hablamos de ella siempre es en el pasado. Cuando hay experiencia real, no hay experimentador. Toda experiencia verdadera es impersonal. Eso impersonal adopta una personalidad, asume una individualidad, solo cuando el “yo” piensa en ella”.

De ahí que el intelecto, cuya función es concebir, sea un obstáculo. ¿Es esto irracional? A nosotros nos parece muy razonable. La inteligencia mide sus propios límites. Creer que la inteligencia lo puede todo es un delirio. Sobredimensionar la inteligencia lleva a la enajenación. Según este modelo, la conciencia es el humus del que surgen los pensamientos de modo espontáneo. Esos pensamientos, organizados, crean cultura, disciplinas científicas, literatura. Modos de ver el mundo y darle significado. Subimos continuamente por la escalera conceptual. No sabemos cuántos peldaños ni cuantos pasos nos quedan para tocar realidad (esto lo advirtió Popper), pero lo que llamamos conocimiento es siempre conocimiento conceptual. Todos esos amasijos de conceptos cocrean el mundo, hacen que sea lo que cada cultura cree que es. Son híbridos naturaleza-cultura (volviendo a Latour). La teoría cuántica es ilustrativa en este punto. Heisenberg decía que los átomos y los electrones no son “cosas”, son diálogos, réplicas a lo que hacemos en el laboratorio. No existen ahí fuera, en un espacio-tiempo objetivo (como el proyectil o el planeta de la física clásica), existen en cuanto que conversamos con ellos.

Ahora bien, ese conocimiento conceptual facilita nuestras vidas y permite nuestra supervivencia. Desde la perspectiva del vedānta es una distracción, pero se trata de una distracción útil para la vida. No nos aproxima a la Fuente, sino que nos aleja de ella. Nos enreda, nos entretiene.

El hecho impersonal

Balsekar insiste. Lo manifiesto es impersonal. Y lo es porque las cosas dependen unas de otras. El budismo lo llama “surgimiento en dependencia”. Nāgārjuna es muy claro al respecto. Confundir la vacuidad con la nada es el peor de los errores. Es como agarrar la serpiente por la cola. La vacuidad no se puede idolatrar. La vacuidad es a su vez vacía. No se trata de una nada, sino de la mutua dependencia de unas cosas con otras. Esa contingencia se extiende a todo. Nada hay independiente en esa manifestación coral que llamamos universo. El “despertar” no es sino la constatación de esa unidad. Nirvana es samsara. Cuando el sujeto se siente individuo, pierde de vista esa unidad.

Maurice Frydman diferenciaba entre conciencia en reposo y conciencia en movimiento.[2] Una buena respuesta a la pregunta de por qué hay algo en lugar de nada es otra pregunta: ¿por qué no? El universo es, desde la perspectiva india, un juego que la conciencia juega consigo misma. Esa es la vertiginosa idea que esta civilización lleva barajando durante más de dos milenios. Un juego que se parece al juego del escondite. Un juego impersonal que no cesa. La Fuente o Conciencia original se identifica con cada individuo, interpreta todos los papeles del drama cósmico.

Retrato de Ramesh Balsekar.
Retrato de Ramesh Balsekar. Editorial Kairós

El movimiento y el cambio son la esencia de lo vivo. Buscar la seguridad individual es buscar algo imposible. Cada ser vivo participa, con una vibración particular, de la pulsación cósmica. Cada individuo es un tono en un coro más amplio. En términos de Ramana, cada individuo es una burbuja que flota sobre la superficie del océano. Esa burbuja está hecha de la misma sustancia del mar que la sostiene: agua. Mientras sea burbuja se considerará individual. Cuando estalle, volverá al océano del que surgió. Así ocurre con la mente individual y la Fuente. La mente o ego es conciencia impersonal, pero no lo sabe y se siente individuo. En esa ilusión vive.

Balsekar es radical contra el voluntarismo. No hay culpa ni responsabilidad por parte del individuo. Es la conciencia la que vive todas las experiencias, de cero a diez, a través de los innumerables modos de ser. Debido a una falsa identificación, la mente dividida piensa “yo estoy sufriendo”, “yo estoy disfrutando”. No se le puede echar la culpa. La conciencia es la que ha creado todos estos miles de millones de egos, sus peleas, sus deseos, y se ha identificado con ellos. A esto se añade la lucha por la supervivencia. El ego se defiende de su aniquilación, que al fin y a la postre es inevitable. El yo no es más que conciencia, la cual seguirá presente cuando el organismo cuerpo-mente se haya desvanecido. Hay un kōan zen que apunta en esa dirección: “¿cuál era tu verdadera naturaleza antes de que nacieran tus padres?”. La verdadera naturaleza no comienza con el nacimiento, tampoco perece con la muerte. Se entiende ahora que todo esto no sirva de consuelo para la mentalidad occidental, que ha encumbrado al individuo.

Todo lo fenomenológico es ilusión. Ilusión en los dos sentidos de la palabra castellana. Ficticio y atractivo, ilusionante. Pero hay grados de ilusión. Mi cuerpo proyecta una sombra. Es real en el sentido en que puedo verla, pero es una ilusión en el sentido de que no tiene existencia propia, depende de mi cuerpo y del sol. La sombra es una ilusión secundaria. Mi cuerpo, que parece sólido, es también una ilusión, tampoco tiene existencia propia. Depende del alimento, el aire, el encuentro de mis padres. Lo mismo con la célebre analogía de la cuerda y la serpiente. La serpiente (que creo ver en la penumbra cuando lo que estoy viendo es una cuerda) es la ilusión secundaria. La cuerda misma es la ilusión primaria. Todo lo fenomenológico es una ilusión. Todo sucede de un modo impersonal y espontáneo. A nadie le importa si se produce una iluminación en un cuerpo-mente particular. ¿Por qué preocuparse de ello? La liberación es irrelevante. Lo que ha nacido morirá a su debido tiempo. Eso es todo. Se crean y se destruyen millones de cuerpos. La liberación sólo tiene significado en lo fenoménico. Ya se dijo: no existen seres liberados. La liberación es como la lluvia, como un terremoto o un incendio. Un hecho impersonal.

Conciencia inconsciente

Si no hay otra cosa que la conciencia, entonces la conciencia no puede ser consciente de sí misma. La consciencia existe, pero no lo sabe. Esto respecto a la conciencia en reposo. Las upaniṣad dan cuenta de este mito. La conciencia pura fue consciente de sí misma cuando apareció el sentimiento súbito “yo soy”. Entonces la subjetividad se objetivó, se transformó en conciencia en movimiento, llena de objetos, a través de los cuales percibe y experimenta el mundo. Ese es el juego cósmico, el juego de la manifestación, la conciencia identificándose. Yo soy esto o lo otro. Yo deseo esto o lo otro. Yo aspiro. Yo fracaso. Una infinidad de egos, de organismos a través de los cuales la conciencia experimenta el mundo de modo espontáneo. Una totalidad que funciona por sí misma, como la digestión o el latido del corazón, sin necesidad del control de un Dios. Todo es percepción. El oído oye, la vista ve. No existe un perceptor individual. La percepción es algo que nos atraviesa. Tiene lugar a través del organismo cuerpo-mente. La percepción impregna todo, como intuyeron Berkeley y Vasubandhu. De la percepción surge el ego, como la partícula del campo. De esas reacciones viene el sentimiento “yo”. Y se van configurando las preferencias (el ego no es más que un conjunto de preferencias). No es buena idea reprimir la naturaleza de la mente. Se puede lograr durante un tiempo, pero reaparecerá con fuerza multiplicada.

La conciencia en reposo no está separada de la conciencia en movimiento. Ésta surgió de aquella. Los científicos lo llaman big bang. Los místicos despertar súbito de la percatación. Frente a esa polaridad fundamental, hay otra, secundaria: el huevo y la gallina. Ambos están en la manifestación. Forman parte del juego conceptual de la causalidad.

Un testimonio personal

En la mayoría de las lenguas indoeuropeas hay dos números: singular y plural. El sánscrito tiene un tercer número, el dual. Así se asegura gramaticalmente la confidencialidad entre maestro y discípulo. No es lo mismo lo que se dice en confidencia que lo que se dice a muchos. “Lo que surge de mis labios es lo que tú necesitas”, decía Nisargadatta. Y no todos necesitamos lo mismo. Del Buda se decía algo parecido. Hablaba ante multitudes, pero su discurso tenía diferentes niveles de significado. Cada cual entendía el que respondía a sus necesidades.

Manuel Agulla (Madhana, de nombre artístico) es un vigués con complexión de futbolista y voz pausada que ha dedicado su vida al yoga. En 1977 funda la primera escuela de yoga de Galicia. Desde el centro Sananda, lleva medio siglo enseñando estas prácticas ancestrales. Además, ha estado en contacto con grandes maestros como Iyengar, Pattabhi Jois, el Dalai Lama o Madre Teresa. Madhana entrevistó a Balsekar en su casa de Bombay en 1998. Mucho de lo que se dice aquí tiene que ver con esa entrevista, que ha tenido la amabilidad de transcribir para este cronista.

¿Por qué ha creado la conciencia todo este sueño dentro de sí? No podemos saberlo. “¿Por qué preocuparse? Sencillamente observemos lo que sucede. Uno se preocupa porque piensa que es uno el que realiza las acciones. Considerémoslas acciones de la Conciencia, de la Totalidad, De Dios o de lo que sea. Cuando ves la impersonalidad de todo el proceso, el yo individual tiene que retroceder”. No se puede luchar contra el ego. El ego no puede destruir el ego. Pero comprender esto pone al ego en un segundo plano, le resta protagonismo. Se abre así la puerta a lo que en otro lugar he llamado el «deseo irónico». Una comprensión a la que se puede acceder mediante la experiencia psicodélica, pero se trata de una vía demasiado arriesgada.

Balsekar repite ideas del Sutra del diamante y la Bhagavadgītā. No hay nadie que se pueda entregar ni nadie que pueda comprender. Pone como ejemplo la humildad. “Decimos: «soy humilde, no soy orgulloso». Las personas más orgullosas realizan actos de humildad. La verdadera humildad significa la ausencia de eso que puede sentirse humilde u orgulloso. La verdadera compasión es cuando no hay nadie que sienta «soy compasivo». Hay amor cuando no hay nadie que dice «amo». La compasión, el amor, la humildad, son diversos nombres para ese estado de estar aquí y ahora, sin el «yo». Si no se es yo o ego, ¿qué se es? Aquello que siempre ha sido, el Sí mismo, la Conciencia, la Totalidad, el Vacío.” No importa el nombre que le demos pues carece de forma, precisamente para manifestarse en todas las formas. La conciencia ha escrito el guion, ha producido y diseñado los escenarios, está interpretando al mismo tiempo todos los papeles y atendiendo como espectador al drama cósmico. Balsekar insiste en esta idea. No somos más que organismos cuerpo-mente a través de los cuales la conciencia experimenta el mundo. Esa es la vertiginosa enseñanza de la Gītā y el budismo. Sorprende la naturalidad con la que los maestros del vedānta citan a Buda. El individuo es una fantasía, una burbuja en el océano de la existencia. Borges se refería a esto en un relato titulado La nadería de la personalidad. Tras la muerte del cuerpo físico, no sirve tampoco recurrir a su proyección en la esfera astral, al cuerpo etérico o al cuerpo causal.[3] Ya hablemos de cuerpos espirituales, de dioses, fantasmas o ángeles, ellos también son egos. Ellos también son vehículos para la experiencia de la conciencia. Tampoco cabe recurrir a la reencarnación. El ego que supuestamente fuimos es diferente del que somos ahora. Y el conocimiento consiste precisamente en negociar con el ego actual, en el estado de vigilia, que es dónde podemos influir sobre él. En el ensueño estamos a merced de la mente del mundo. En el sueño profundo la mente ha desaparecido. Y, paradójicamente, en el sueño profundo es cuando estamos más cerca y más lejos del despertar. Más cerca porque no hay mente que mantenga la ilusión, más lejos porque no hay instrumento para realizar el acto de ir más allá de la mente y salvar la inexistente distancia con el Sí mismo.

[1] Toda búsqueda es un entretenimiento. Nos mantenemos ocupados mientras esperamos que suceda algo. En ese es fuerzo hay siempre una voluntad, un “yo” que acompaña y eclipsa.

[2] Consciousness y awareness.

[3] El cuerpo causal se considera el cuerpo supremo, es el más interior de todos, el que vela el ātman, y es la semilla del cuerpo sutil y del cuerpo físico. Está caracterizado por el vacío, la ignorancia y la oscuridad. En la búsqueda del “Yo soy”, es un estado en el que ya no hay nada más a lo que aferrarse. Es donde se está más cerca del contacto con el ātman.

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