Eva Lootz: una larga conversación con la tierra
La austriaca, nombre fundamental del arte español desde la Transición, protagoniza este verano tres exposiciones en Madrid y San Sebastián que exploran un trabajo reflexivo y conceptual
Un estereotipo habitual en los comentarios artísticos parte de una presunción. “En la obra X —suele decir el comentarista—, el artista Y ha reflexionado acerca de… tal y cual”. En la mitad de ocasiones, eso no es verdad, sencillamente; en la otra mitad, replicaríamos: “No lo suficiente”. Pero este cliché no hubiera llegado a serlo sin el dominio hegemónico de un conceptualismo que da por descontada no ya la superioridad (teórica) de la idea sobre la realización, sino la existencia (práctica) de la idea misma. Lo cierto es que sólo en muy contados casos la obra hace suponer que exista algo digno de ser llamado así: pensamiento. Un caso modélico es el de Eva Lootz, todavía más raro tras las seis décadas de ese sostenido afán reflexivo, desde que se instalara en España, hacia la mitad de los lejanos años sesenta, hasta hoy, cuando el Museo Reina Sofía le dedica, a partir de su generosa donación, esta retrospectiva, titulada Hacer como quien dice: ¿y eso qué es?, y la Sala Alcalá 31, de Madrid, y la Sala Kubo, del Kursaal, de San Sebastián, otras dos exposiciones simultáneas.
Lo más curioso es que la presencia incontestable de Lootz en todas selecciones históricas del arte contemporáneo español arrancó durante los setenta en compañía, justamente, de quienes reafirmaban la pintura y, como se decía entonces, su especificidad, más física y sensorial que intelectual o comunicativa. Junto a ella y a Adolfo Schlosser, otro gran artista austriaco asentado en España, al banquete había muy pocos invitados más no-pintores (quizá Nacho Criado, y ya). Aquilatada, ponderada, atenta a ciertos momentos sobresalientes más que a una obediencia cronológica, la exposición del Reina ayuda a entenderlo. En la primera de las 13 salas contemplamos de nuevo la elocuencia de aquellos materiales (lana, fieltro, piel, parafina…) desnuda de discurso. Aquel concepto, pues, no era, crasamente, un mensaje, como la estética del acertijo ha venido practicando después. Por eso las pinturas y las materias se hacían mutuamente tan buena compañía, ambas orientadas a la percepción física de las obras y a lo que, también por entonces, se llamaban los procesos.
El trabajo de la artista se ha ido inclinando del lado argumental, en detrimento de la libre experiencia sensorial de las formas
A partir de ese momento, Lootz fue cobrando conciencia de la capilaridad o franja de incertidumbre entre la opaca materialidad de la naturaleza y los objetos del lenguaje. Lejos de estar drásticamente demediados, y tras la modificación que el tiempo y las huellas del uso operan en la materia misma, esta adquiere la condición de signo y adquiere condición simbólica. Se convierte, pues, en cultura.
El trabajo de Lootz se afianza en la permanente nostalgia —muchas veces ingenua— que la cultura y el lenguaje sienten por un estado de naturaleza anterior a ellos y por supuesto justo y libre. Pero, paradójicamente, su trabajo se ha ido inclinando del lado argumental, en detrimento de la libre experiencia sensorial de las formas, hasta concluir en lo que no deja de ser un discurso verbal. La conciencia ecológica ante las cuencas fluviales o la denuncia de los intereses cernidos sobre las extracciones mineras dieron lugar a trabajos programáticos. Una instalación clave, como Un adiós a Isaac Newton, presentada en 1994 en la South London Gallery, concretaba el blanco de su ya explícita crítica social. El mal, por decirlo así, estaba en la idea mecanicista de la ciencia y la técnica modernas, responsables en última instancia de la cesura abierta entre cultura y naturaleza, sujeto y objeto, espíritu y extensión. En ese derrotero encontramos el primitivismo de Entre manos (2011), que se expone en San Sebastián, o las imágenes del Pequeño teatro de derivas (2001), muestra del humor de una artista tan seria.
De hecho, con dos series de humoradas termina la retrospectiva y comienza la exposición de su último trabajo en Alcalá 31: Si aún quieres ver algo, todo está desapareciendo. La tensión entre materia y lenguaje se ha aflojado en favor del discurso. Dejemos a un lado la instalación, entre fúnebre y efectista, de la planta baja. Los retablos de dibujos son excelentes. Pero lo son por lo que justamente tienen de impremeditados, de automáticos, como los trazados durante una conversación telefónica, su juego, su libertad, su alegría. Como la luz de la mañana por un balcón, se cuela entre ellos toda la gratuidad y la ironía de las circunvoluciones gordillescas, las geometrías gamberras y un letrismo carnavalesco. El discurso, sin embargo —la liberación latinoamericana; las lenguas autóctonas desaparecen, etc.—, resulta tan legible como un eslogan. Veo asomar por ahí el nombre de José María Arguedas, apóstol del indigenismo literario. Bien. La lectura de La utopía arcaica, que Mario Vargas Llosa dedicó a Arguedas, podría servir de antídoto a la ingenuidad primitivista. Desaparecieron muchas variantes del náhuatl, cierto, pero también los sacrificios humanos (a razón de 20.000 anuales), las cataratas de sangre por las escalinatas de los templos. En efecto, todo se va a perder. Pero esa es, a fin de cuentas, la certeza del Panta rei de Heráclito y también de Deleuze, tan del gusto de Lootz, amiga de lo inestable y lo fluido. Los dibujos siguen siendo excelentes. A condición de no leerlos como un texto. Y de no leer, claro, algunas frases explicativas como: “Suponen [los dibujos] un proceso de transformación intelectiva y sensorial que ultrapasa la ficción dicotómica occidental del cuerpo y la mente”. Ahí queda eso.
‘Eva Lootz. Hacer como quien dice: ¿y esto qué es?’. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 2 de septiembre.
‘Eva Lootz. Si aún quieres ver algo...’. Sala Alcalá 31. Madrid. Hasta el 21 de julio.
‘Eva Lootz. Entrelazar, arrugar y seguir el hilo’. Kursaal. San Sebastián. Hasta el 25 de agosto.
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