Escombros zombis en el Cabanyal
Una exposición en Barcelona recuerda el desmantelamiento del barrio pescador de Valencia, y aquel tiempo no tan lejano en que las ciudades eran el campo de batalla preferido de los artistas
Pocas exposiciones son tan satisfactorias como la que firman Patricia Gómez y María Jesús González en Fabra i Coats, el centro de arte contemporáneo instalado en la antigua fábrica barcelonesa de hilaturas. Y no solo porque, con muy poco, le saca los colores a otros centros de arte con mayor robustez económica. También porque es un bosquejo y una continuación de los deseos de aquellos artistas de hace ya medio siglo, que entendían la ciudad como el escenario ideal de sus esperanzas reformadoras; expresión cargada, es verdad, de una aureola bochornosa. Y es por el desatino de ese escultor de retórica falsamente purificadora que exhibe y replica hasta el tedio sus esculturas de caras níveas que han dejado de pestañear, llamando a la resignación y no a la reclamación social del espacio urbano.
El barrio se dividió entre los opuestos a vender sus casas y los dispuestos a hacerlo para acabar con el deterioro
El trabajo de estas artistas valencianas (ambas, de 46 años) se articula a partir de una serie de acciones y materiales de archivo en torno a los procesos de decadencia y gentrificación en el Cabanyal, que fue originariamente, antes de su conversión en barrio residencial, una retícula de casas de pescadores situada a pocos kilómetros del centro de Valencia. Conocido como el Poblenou del Mar hasta su anexión a la ciudad en 1897, nunca llegó a ser como el barrio barcelonés del mismo nombre, convertido en generador de una potente red industrial (se lo llamó el Mánchester catalán), pero ambas comparten el haber sido motivo y escenario de una serie televisiva, Mientras que Poblenou, el primer culebrón catalán, se emitió durante los noventa y se avanzó en el tratamiento de temas como la homosexualidad, los malos tratos o la prostitución, Cabanyal Z (2012) daba título a una serie de terror financiada con micromecenazgo que tenía como protagonista de fondo a la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que en 2010 planea un ambicioso proyecto urbanístico que le permitirá convertir la ciudad en candidata a los Juegos Olímpicos de 2024. A cambio de su apoyo, la CIA le pide que ceda uno de sus barrios como campo de prueba de una letal arma química. El plan no surge como se esperaba y la población mundial se convierte en zombi, salvo… los activistas del Cabanyal. Ya lo dijo Mark Twain: la diferencia entre realidad y ficción es que la ficción tiene que ser coherente y la realidad, no.
Para situarnos frente a Archivo Cabanyal, es preciso que el visitante conozca la realidad de un barrio muy cohesionado socialmente hasta 1998, cuando fue víctima de un programa de prolongación de una avenida que suponía su partición en dos y la destrucción de decenas de edificios que reinterpretaban popularmente los estilos arquitectónicos de todo el siglo XX. De poco le sirvió al asociacionismo del lugar el reconocimiento como Bien de Interés Cultural, otorgado por la Generalitat cinco años antes. El entorno se degradó progresivamente y el vecindario se dividió entre quienes creían que los bulldozers eran una amenaza para la identidad del barrio y los que estaban dispuestos a vender sus propiedades y acabar con un deterioro favorecido por un propio plan urbanístico que dejaba a su paso solares vacíos, casas okupadas, tapiadas o en ruinas. En 2005, el Ayuntamiento y la Generalitat Valenciana crean la Sociedad Cabanyal 2010 para gestionar la compra y demolición de las viviendas. En ese momento, la plataforma Salvem el Cabanyal invitó a Patricia Gómez y María Jesús González a hacer una intervención artística, precisamente la que ahora se muestra en Fabra i Coats, con comisariado de Joana Hurtado.
La práctica de estas dos autoras se basa en detectar entre las ruinas y desechos urbanos las señales de la ciudad entrópica. Investigan el contexto, hacen un registro fotográfico y audiovisual, con todas las dificultades de acercarse a la burocracia y a un vecindario suspicaz. Recuperan restos de las zonas y estructuras deterioradas y los documentan como un trabajo temporal site-specific a base de intervenir directamente sobre las superficies murales de los edificios, utilizando la técnica de estampación por arranque, combinación del grabado y el strappo de la restauración mural. Las características de los diferentes estilos de los edificios se dejan ver en esas “planchas” ocasionales, como carpinterías de puertas y ventanas, molduras de sus frisos y techos, mosaicos y alicatados de los azulejos. El resultado es la estampación de 26 piezas que, puestas una detrás de otra, suman 340 metros de tela, cosida y enrollada en una única bala de más de 300 kilos. Como si fuera el rollo de un metraje fílmico de época, contiene la radiografía del abandono del Cabanyal, revelando la intimidad truncada de las familias desalojadas por la fuerza o la necesidad.
El proyecto destaca por su estética poderosa, similar a las prácticas de Gordon Matta-Clark en los setenta
La pieza es poderosa y tiene un aire totémico, con su franqueza nada inocente. Es pulcra, y hasta se podría decir bella. Ese es el pero. Porque la estetización y el aislamiento en un espacio relativamente neutral no le sienta bien a un tipo de arte que denuncia ese círculo vicioso de destruir la ciudad para urbanizarla de nuevo. Por buscar un referente en los artistas que iniciaron este tipo de prácticas durante los setenta, está el desenfado estético de Gordon Matta-Clark, con sus building cuts y Bronx Floors, cortes y escombros arquitectónicos depositados en un espacio artístico y cuyo aspecto desaliñado cuestionaba incluso el estatus de obra artística sin dejar de señalar directamente —eran índices— a los habitáculos de donde provenían. La presunta trascendencia de la obra de arte se mide por los parámetros internos, pero mucho más por los externos. En este sentido, Archivo Cabanyal superará la convención objetual de la pieza si es capaz de promover una lectura paralela con respecto al marco del espacio artístico, pues la acción está por encima del objeto y el mundo real sobre la obra de arte.
‘Archivo Cabanyal. A la memoria del lugar’. Fabra i Coats. Barcelona. Hasta el 6 de octubre.
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