Bienal del Whitney: un reflejo tosco del arte sobre el último cambio social
La nueva edición de la Bienal del Whitney, la más antigua de América, pasa revista a las obras de autores emergentes que tratan temas como la fluidez del género, las minorías o la crisis del planeta
No es un accidente que todas las bienales se parezcan felizmente unas a otras, pero cada una sea desgraciada a su manera. A la calamidad de la última gran bienal, la de Venecia, se suma ahora la más antigua de América, la del Whitney, creada en 1932. Es verdad que, al mundo del arte y a la cultura en general, todavía le queda mucho que decir sobre lo que significa vivir con las diferencias, las identidades fluidas, la urgencia de recuperar el entorno natural y hacerlo, además, con radicalismo político. Siempre ha sido así y no es algo aislado ni propio de una sociedad concreta. A mediados del siglo XIX, el escaso público que se acercaba a un museo buscaba con mayor o menor afán un detalle social en un cuadro al tiempo que era capaz de valorar la capacidad del artista de reproducir el reflejo deslumbrante de la luz. Hoy viajamos masivamente a las capitales culturales con el mismo propósito estético. Hemos naturalizado la demanda de visibilización de las mujeres y la mayor diversidad en los despachos de los museos, en las colecciones y grandes eventos artísticos.
En 1993, la Bienal del Whitney fue la primera en exhibir en minoría el trabajo de los artistas blancos occidentales frente a los de las mujeres, afroamericanos e identidades LGTBIQ. El contexto de aquel encuentro del arte contemporáneo estadounidense era el de unos acontecimientos que todavía sobrecogen y dicen mucho sobre los límites de la nostalgia. Bill Clinton acababa de iniciar su mandato en pleno trauma del sida y el primer atentado terrorista al World Trade Center saltaba a la actualidad la semana misma de la inauguración de esa bienal, que reunía a los entonces jóvenes Nan Goldin, Kiki Smith, Janine Antoni, Glenn Ligon, Coco Fusco, Trinh T. Minh-ha, Gary Simmons, Sue Williams, Lorna Simpson o Renée Green.
Sus obras, en formato archivo, videoinstalación, cine, fotografía, pintura o performance, tuvieron un gran impacto en la manera en que interpretábamos la realidad, con un internet masificado en ciernes y una IA solo imaginable en la gran pantalla. Se empezaba a hablar entonces de un “cine de museo”. Ahora el cine cabe en un bolsillo y la rehabilitación de las mujeres y las minorías culturales tiene la categoría de obra maestra, al menos institucionalmente. Pero, como prefigura el lema de la 81ª edición de la Bienal del Whitney, Even Better Than The Real Thing (o “aún mejor que lo real”) seguimos demandando apasionados buscadores que quieran ir más allá de lo que entendemos por “real”.
El título de la bienal, tomado de una canción de U2, es indicador de la promesa bucólica de un mundo nuevo (y quizás una táctica contra la ansiedad contemporánea). Las comisarias, Chrissie Iles (de 74 años) y Meg Onli (de 40), acuerdan que los trabajos de los 72 artistas y colectivos seleccionados son un “coro disonante” y que este encaja inadecuadamente en un flamante museo-megáfono de empresas millonarias (con Tiffany y Bulgari como principales patrocinadores).
La soberanía de los cuerpos, la fluidez del género, la representación de las culturas indígenas y el cuidado del mundo natural son ejes impostergables para la vida, que en esta bienal se exhiben como una tosca formalización visual del arte americano hecho por autores emergentes, aunque hace ya un tiempo que esta institución neoyorquina ha expandido la definición de lo que es arte americano e incorpora autores consolidados de cualquier lugar del mundo.
Distribuidas entre dos plantas del museo, las obras se sustentan principalmente en las conquistas sociales del pasado para vindicar otras formas de existencia y sexualidad auténticas, basadas en el goce íntimo. Romper la jaula que todos tenemos dentro y hacer de ello una ética, un estilo, aunque eso conlleve institucionalizarse. El último suspiro romántico. Los trabajos que exhiben mayor temple formal son también los de mayor impacto transformador a cargo de artistas ya consolidadas, o bien son interpretaciones de aquellas luchas políticas de lo sexual iniciadas con los movimientos contraculturales de hace medio siglo. Un caso es el de un ariete del activismo trans como Marsha P. Johnson (1945-1992), presente en dos trabajos actuales: el vídeo Pollinator, de la activista transgénero Tourmaline, y en la instalación que Kiyan Williams ha llevado a una de las terrazas del museo, donde una escultura con la imagen de Johnson observa las ruinas de la fachada de la Casa Blanca (The Earth Swallows the Master’s House).
Lacunae, de Mary Kelly, es un poético autorretrato de pergamino y cenizas colocado en la pared a modo de almanaque, que habla del envejecimiento y muerte de los seres queridos. En Ricerche: four, Sharon Hayes filma a tres grupos de personas LGTBQIA de la tercera edad que reflexionan sobre sus amores e identidades y lo que significa reunirse en una época pospandémica, en un guiño a la película de Pasolini Encuesta sobre el amor, retrato social de los valores cambiantes de la sexualidad en la Italia de posguerra. Once Again . . . (Statues Never Die), de Isaac Julien, es una videoinstalación compuesta por cinco pantallas, piezas de arte africano y esculturas de Richmond Barthé sobre la figura del filósofo y educador Alain Locke (1885-1954), que instó a los miembros de la diáspora africana a celebrar su arte como reclamo de su herencia cultural.
La recreación onírica que Julien hace de su figura parte de una pregunta recurrente en los museos que han iniciado el proceso de descolonizar sus colecciones. ¿Quién tiene autoridad para hablar? ¿Quién define el modernismo negro, o de cualquier cultura? ¿Cómo negociar el poder y el deseo queer? Algunas respuestas están en otro rincón de la ciudad, en el Metropolitan Museum, que oportunamente dedica una muestra al movimiento Renacimiento de Harlem, que tuvo a Locke como figura seminal. Más allá de cualquier bienal feliz, el arte del siglo pasado sigue teniendo sus usos culturales.
‘Even Better Than The Real Thing’. Bienal del Whitney. Whitney Museum. Nueva York. Hasta el 11 de agosto.
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