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CRÍTICA LITERARIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Desaparecidos’, de Tim Gautreaux: monumental aventura en el Misisipi

El escritor estadounidense eleva a cotas narrativas gloriosas la búsqueda de una niña en un mundo hostil por el que campan el salvajismo y la ignorancia, pero también destellos de humanidad

Desaparecidos de Tim Gautreaux
El barco de vapor 'River Queen', en un muelle de Nueva Orleans (Estados Unidos) en 1950.H. Armstrong Roberts (ClassicStock / GETTY IMAGES)

Siempre he tenido en lo más alto del aprecio literario a los grandes creadores de mundos: al Lev Tolstói de Guerra y paz, al William Faulkner de las historias nacidas en el condado de Yoknapatawpha. Tim Gautreaux es un novelista nacido en Morgan City, Luisiana, que no se considera un autor americano sureño sino un escritor que vive en el sur, es decir, que no quiere necesariamente pertenecer a lo que se ha llamado la novela sureña de Estados Unidos, tan cargada de nombres extraordinariamente prestigiosos. Quizá pertenezca, como el gran escritor francés Julien ­Gracq, a esa clase excepcional de narradores que tienen como norma situarse siempre detrás de su obra. En todo caso, quiero empezar por decir que Tim Gautreaux es un auténtico “creador de mundos”.

A su primera novela, El paso siguiente en el baile, de la que me ocupé con entusiasmo en estas páginas, siguió otra gran novela, la excelente Luisiana, 1923, y a ella esta incontestable obra maestra que es Desaparecidos, The Missing, que quizá debió haberse titulado “Los desaparecidos”, como se verá a lo largo de esta crítica. La novela comienza con el desembarco en Francia, justo el día del armisticio, de una tropa reclutada en Luisiana. No entrará en combate: su trabajo será desbrozar un territorio lleno de minas y armamento abandonado, que acaban por liquidar disparando contra ello, y el soldado Sam Simoneaux, al apuntar con un cañón, desvía sin quererlo el tiro y acaba derribando una casa donde aparece una superviviente, una niña que, asombrosamente, sólo ha perdido el pulgar en la explosión.

En los dos siguientes capítulos vemos a Sam Simoneaux ya en Nueva Orleans encargado de una sección de unos grandes almacenes; y he aquí que, en su sección, desaparece una niña que había venido con sus padres. El almacén le hace responsable del descuido y Sam, que es un hombre de honor, se compromete a encontrar a la niña, solicita una baja temporal y embarca cono tercer oficial en el vapor Ambassador, un barco de palas que recorre el río Misisipi parando en numerosas aldeas y pequeñas poblaciones costeras convertido en bar y salón de baile. Sam está casado con Linda, tuvieron un hijo que murió de causa natural y él nunca conoció a su familia, eliminada por un grupo de forajidos, sin causa conocida, cuando era un bebé de seis meses. El trabajo de Sam es vigilar y detener todos los altercados que se producen, limpiar los resultados de la juerga y evitar incendios a bordo. Sam está convencido de que los raptores de la niña de los almacenes tienen su guarida en las montañas junto a la costa. Con él viajan los padres de la niña, empleados como músicos y de lo que caiga.

Gautreaux crea un mundo poblado de personajes de toda condición a lo largo de la peculiar singladura fluvial del Ambassador, un formidable elenco de seres humanos en un escenario tan salvaje como hermoso y complejo que su talento de escritor eleva a cotas narrativas ciertamente gloriosas, un escenario de naturaleza brutal en el que convive toda clase de gente. Su amigo Charlie se lo explica así: “¿Sabes qué? No es gente mala. Sólo son medio analfabetos, rudos, provincianos, inmorales y poco civilizados. Además de estúpidos”.

Es el viaje del héroe terreno, no el del héroe mítico, sin más armas que su pobreza, su desamparo, su miedo, su rectitud, sus dudas, su tesón, su deseo de entender el porqué de un mundo tan hostil

Y el viaje de Sam será el viaje de un encuentro consigo mismo. Como en los grandes relatos, este será también el viaje del héroe terreno, no el del héroe mítico, sin más armas que su pobreza, su desamparo, su miedo, su rectitud, sus dudas, su tesón, su deseo de entender el porqué de un mundo tan hostil por el que campan el salvajismo, la ignorancia, el egoísmo y también los destellos de humanidad y generosidad y el deseo de conocimiento. El leitmotiv del relato son las desapariciones: de la familia de la niña francesa huérfana, la de la propia familia de Sam cuando era un bebé a manos de unos forajidos, el peso de la muerte de su propio hijo, la niña raptada por los facinerosos para venderla a un matrimonio rico, la muerte de los padres de la niña, a la que sólo le queda un hermano que pasará de niño a hombre con Sam durante el trayecto. Y Sam Simoneaux responderá con la cualidad del héroe: la ejemplaridad.

Gautreaux crea con vigor y eficiencia ese mundo terrible de un territorio que está naciendo y haciéndose a lo largo del Misisipi, un río narrado con extrema belleza (“La noche cayó como un terciopelo húmedo”). Son decenas los personajes que intervienen y todos están admirablemente trazados, al detalle. Es una epopeya lo que el autor levanta y, como los grandes, se permitirá incluso el lujo de cerrar al ralentí hacia un final feliz que queda ahí, a la espera de lo que ese mundo nuevo acabe siendo más allá de la novela. La música de Nueva Orleans tiene un papel trascendental a lo largo del río y de las almas de los protagonistas. Esta es una novela monumental, y si el lector anda a la busca de una lectura de alta ambición y ganas de disfrutar en el relax de las vacaciones, no siga buscando: aquí la tiene. Para playa y montaña.

Portada de 'Desaparecidos', de Tim Gautreaux. EDITORIAL LA HUERTA GRANDE

Desaparecidos

Tim Gautreaux
Traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos
La Huerta Grande. 2024
584 páginas. 25 euros

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