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La inesperada sensualidad de un motor

Tim Gautreaux convierte la clásica historia estadounidense del joven que sueña con salir de su pueblo en una extraordinaria narración nutrida de descripciones maestras

Un coche antiguo estacionado en una calle de Wyoming (Ohio).
Un coche antiguo estacionado en una calle de Wyoming (Ohio).SteveDF (GETTY IMAGES)

En la literatura norteamericana, la historia de un joven que sueña con salir de su pequeño pueblo para ampliar sus horizontes es un clásico. Lo es desde el libro fundacional de esta línea: Winesburg, Ohio. Desde entonces, en esta tradición surge de tanto en tanto un libro excepcional. Esta es una novela notable y singular, una obra inolvidable de un escritor sureño de gran talento: Tim Gautreaux, nacido en Morgan City, Luisiana, en 1947.

La novela se apoya en la relación de un joven matrimonio desparejo, Colette y Paul, en un pequeño pueblo del sur: y se divide en tres partes. La primera se ocupa de la descripción del escenario, un suntuoso sur, y la vida de la pareja, su familia y sus pintorescos vecinos. La segunda cuenta la huida de Colette a la gran ciudad y cómo Paul la acaba siguiendo, aunque esperanzado en que ambos regresen. La tercera trata del retorno de los dos, indeseado en ella, anhelado por él, al pueblo; obligados por la realidad, pero con la separación consumada.

La escritura es directa y tradicional, atravesada por un ojo infalible para la épica de la vida sencilla, una mirada que trasciende la normalidad cotidiana para alcanzar esa cualidad de selección de lo expresivo y singular de las cosas y los hechos, como en la admirable escena inicial del cine para automóviles. La sensibilidad de las descripciones y la asombrosa naturalidad vital de los personajes dibujan enseguida el ritmo de ese poblacho sin alicientes, pero lleno de arranques emocionales que enlazan la espléndida sucesión de los momentos y detalles significativos, ninguno gratuito, bien se trate de simples descripciones (“Fuera, el aire era como almíbar”, “un tipo mezquino de piel cenicienta y cara afilada como un hacha”), bien más considerativas (“… pueblos sin otra conexión entre ellos que el tren, que serpenteaba entre ellos como una ocurrencia en el cerebro de un lagarto”, “Colette sacó la lancha del bajío impulsándola con el remo. El ligerísimo bote de aluminio se deslizaba detrás como una idea inesperada”), bien culminantes y decisivas en el carácter de los protagonistas o de la comunidad.

La cualidad del lenguaje es la sensualidad que brota en cada escena no sólo en la descripción, sino en la totalidad del texto. La convicción que, por ejemplo, destila el personaje de Paul está maravillosamente apoyada y justificada por medio de la descripción de los elementos de los motores como pieza de convicción del alma, el oficio y la moral de Paul; es una de esas proezas literarias que justifican el sentido de la vida de un personaje y su amor al oficio, pues la inesperada y fascinante sensualidad de las piezas de motor está descrita con la misma fuerza expresiva que los aparejos de los barcos de Joseph Conrad o Richard Dana.

La tercera parte muestra cómo se va abriendo la sensibilidad en la cabeza de un zoquete. Paul es un ser rudo y simple. Colette es una muchacha mucho más despierta y deseosa de conocer otra vida. Ama a Paul, pero se despega de él por conseguir su sana ambición: salir del pequeño mundo que la asfixia. Paul es un tipo que se adapta a todo, como lo demuestra cuando sigue a Colette a la ciudad y consigue establecerse en ella; y cuando ella pierde su empleo y vuelve al pueblo, la sigue sin vacilar. Ambos chocan de continuo, pero eso es lo que dará lugar a la tensión que sostiene una maravillosa historia de amor que se resuelve con la rudeza emocional de la reconciliación tras una serie de escenas-clímax contadas con un poderío dramático extraordinario (la caza de nutrias, el intento de ahogar a Paul por parte de Bucky, el miserable y cínico pretendiente de Colette, o la búsqueda de los tripulantes del barco hundido de Paul dirigida por la propia Colette).

El asunto del libro recuerda al “menosprecio de corte y alabanza de aldea”, de cierto tufo reaccionario en lo que tiene de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, pero la novela no va por ahí. Muy al contrario: Colette guía una experiencia vital que tanto tiene de búsqueda de nuevos horizontes como de resistencia a la frustración: en ambos casos lo que ella muestra es la capacidad de sobrevivir en cualquiera que sea la circunstancia gracias a la valentía a la hora de luchar para que su vida tenga un sentido, que no es otro que el de la busca de la felicidad. Y eso es lo que además consigue este hermoso libro: la felicidad del lector.

Tim Gautreaux es autor de varios libros de cuentos y de dos novelas más. No le gusta que lo clasifiquen como un escritor sureño, sino como un tipo que “lo que ocurre es que vive en el sur”, pero nació en Luisiana, enseñó 30 años en su Universidad y actualmente reside en Chattanooga, Tennessee, con su esposa. Su editor español ha publicado ya un precioso libro de cuentos, El mismo sitio, las mismas cosas, en 2018. Es un maestro de la narración, un formidable contador de historias, un creador oculto porque está fuera de los focos de la fama, lo que le hace aún más interesante. Sólo quiero añadir que la traducción es excelente y reclamar que no dejen de leerlo en cuanto se abran las librerías. Es literatura en estado de gracia.

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Autor: Tim Gautreaux.


Traducción: José Gabriel Rodríguez Pazos


Editorial: La Huerta Grande, 2020.


Formato: tapa blanca (456 páginas, 22 euros).


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