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arte
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Susana Solano, escultura contra la interpretación

Una exposición en Barcelona recupera cuatro décadas de trabajo de la artista catalana, muy reconocida en los ochenta y noventa, e indaga en su obra de pequeño y gran formato

Susana Solano
Susana Solano posa junto a una de las obras de su exposición 'Anònims', en la Fundación Vila Casas, en enero de 2024.Lorena Sopena (Europa Press / Ge

Empezaré sin atajos: hacía tiempo que no se veía en Barcelona una exposición tan emocionante como esta. Bonita y emocionante, sí. Hay quien tiene muchos dilemas con esos dos términos que son la base para mirar y pensar cualquier cosa, pero más si cabe el arte. Una bonita y emocionante exposición de Susana Solano (Barcelona, 1946), fantásticamente bien comisariada por Enrique Juncosa. Eso es lo que encontramos en los Espais Volart de la Fundació Vila Casas. También hacía tiempo que no se veían tantas obras de la artista reunidas en una única exposición. Hay que remontarse a 1999, cuando el Macba le dedicó la retrospectiva titulada Muecas, que centraba el foco en su trabajo de los ochenta y noventa, cuando la artista empezó a tener reconocimiento internacional.

Su participación en la Documenta de 1987 y en la de 1992 (y luego en la Bienal de Venecia de 1988 y 1993) es un ejemplo y un hito, ya que confirmó los nuevos aires de la época. Es decir, la retirada de la pintura ante el auge de una nueva escultura cercana al objeto considerado escultóricamente o ante lo que Benjamin H. Buchloh, teórico todavía hoy de referencia, llamó la “escultura construida”, aquella que se desviaba de los métodos, materiales y convenciones de la escultura figurativa. Aquella Susana Solano de 40 años encajaba como un guante en aquellas Documenta sin apenas mujeres y sí muchos hombres, que se abría a esa creatividad interrelacionada entre el diseño, la arquitectura, el videoarte y las performances con la pintura y la escultura, congelando por momentos esa aura sagrada que siempre se le presuponía a la obra de arte y que José Luis Brea catapultó en el ensayo Las auras frías.

'Lalibela n. 11', 1996, obra de Susana Solano.
'Lalibela n. 11', 1996, obra de Susana Solano. Borja Ballbé

Tengo la sensación de que queda mucho por decir de la impronta de Solano en el contexto del arte contemporáneo y de que cada exposición intenta superar las lecturas fragmentarias que hasta entonces se han hecho de su obra. También esta muestra. Recoge cuatro décadas de trabajo y parece que vuelves a pasar por el mismo sitio, pero no. Algunas obras son muy conocidas y pertenecen a grandes colecciones, pero otras son recientes y no se han visto hasta ahora. Parte de estas son de pequeño formato y parecen muebles o cajas. Se llaman Anónimos, título también de la exposición. Entiendo la elección porque trasladan celebración y libertad creativa, el mejor de los escenarios para una artista que ha dejado el sufrimiento de todo proceso creativo a un lado.

Pocas artistas hay tan honestas como ella. Siempre le ha gustado ponerse al límite: de los sentidos, de las percepciones, de los espacios. No lo pone especialmente fácil. Sus obras no son descriptivas ni narrativas. No hay historias ni teorías. No hay que buscar en ellas un significado sino una forma de hacer y de pensar. Nunca ha negado que construye sus obras a partir de elementos muy ocultos, siempre contra la interpretación, como reclamaba también Susan Sontag. Ambas comparten estilos radicales similares al pensar el arte como un instrumento capaz de modificar la conciencia y de crear un espacio de encuentro en el que puedan “organizarse nuevos modos de sensibilidad”.

En sus obras no hay historias ni teorías. No hay que buscar en ellas un significado, sino una forma de hacer y de pensar

No seré yo quien rompa el silencio interpretativo, aunque lo que conocemos de la historia de la artista compone un mapa útil que facilita ese lugar de encuentro. Solano es una artista seria y tenaz, comprometida con su tiempo, más allá de las medias tintas. Empezó la carrera de Bellas Artes en 1976, con 30 años, y tuvo su primera individual cuatro años después en el Espai 10 de la Fundació Joan Miró (Barcelona), muestra que llegaba hace unos meses al CA2M (Móstoles): a sus salas y a su colección. Doce piezas textiles que no volvió a mostrar nunca más y que mucho tienen que ver con las labores de su madre modista. Con ella empieza esta exposición. Memòria (1992-1993) es un homenaje a esa madre a partir de una serie de fotos que combina primeros planos de ella con imágenes de cabezas de estatuas de mármol hechas en la plaza de España de Roma.

No es una artista que piense que sus obras son para siempre, una temporalidad abierta que resuena especialmente en esta. De esos años ochenta de revalorización de la escultura encontramos aquí Recipient n. 2, Reclòs, Palau n. 2 o Emplaçar, de 1982, todas de bronce y que reclaman una lectura simbólica y “equívocamente monumental”. Una búsqueda de tensión expresiva entre el interior y el exterior y la creación abstracta de espacios simbólicos que recorre su obra. También cuestiones relativas a la soledad, el silencio, la angustia, el trauma, el descanso o el juego, el equilibrio y la simetría.

'Anònims', 2021-2022, de Susana Solano.
'Anònims', 2021-2022, de Susana Solano. Borja Ballbé

Me detengo en Lo oculto (2009-2010). Está hecha de acero inoxidable y tiene formas algo más suaves a las habituales que me recuerdan a los dibujos sin color, cuando utiliza las tijeras y el plegado. Habitación cuatro cuarenta (1993) no se había expuesto hasta ahora y la instalación Salim’s Paper (2000) es la única escultura de la exposición que combina fotografía con otros materiales y donde podemos ver un taller de papel que la artista fotografió en uno de sus viajes a la India. Al hilo de la belleza, está Maca-ell/Maca-ella (1989), que parecen un altar o un sarcófago, grandes contenedores sin puertas para ver el interior, una metáfora frecuente en la obra de la artista.

Suele decir que le gustan las estaciones termales y los baños públicos. Imposible no acordarse de la anécdota que a veces cuenta del embalse de agua de su casa cuando era pequeña y rozaba con los pies cuando se columpiaba. Siempre he pensado que, para Solano, el punto de vista fundamental de la existencia parte del amor. No, desde luego, en el sentido sentimental. Qué puede ser más fecundo que el amor a la experiencia, por sí misma, en su momento iluminador, lo que auspicia la actividad incontenible de la artista en el terreno de la imaginación. No se me ocurre cosa más inspiradora que esa. Ni a tantos artistas coetáneos que tanto la respetan ni a las generaciones más jóvenes que siguen buscando en ella el sentido de la escultura.

‘Anònims’. Susana Solano. Espais Volart. Barcelona. Hasta el 14 de julio.

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