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Val del Omar, el camino que recorre una estrella

Una muestra en Córdoba aporta otra mirada al cineasta: no fue un creador aislado, sino parte de una constelación que trazó una modernidad alternativa durante los días del franquismo

Una sala de la exposición 'Val del Omar. Una Técnica con T mayúscula', en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A), en Córdoba.
Una sala de la exposición 'Val del Omar. Una Técnica con T mayúscula', en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A), en Córdoba.RAFAEL CARMONA (CCCA)

Recorro la exposición de José Val del Omar (1904-1982) en el C3A de Córdoba como quien busca ver en el cielo nocturno el mapa de constelaciones. Hay algunos trabajos que identifico con facilidad y otros que son cúmulos de nebulosas estelares y oscuras galaxias. No hay patrones fijos en esta visión casi táctil de la noche palpable del artista y su libertad cinematográfica también vuela a la velocidad de la luz. Le ocurre lo mismo, solía escribir él, al que arde, y el que arde es el que ama. Amores que cruzan hay en esta composición interestelar. Su comisario, Lluís Alexandre Casanovas, de la mano amiga de Piluca Val del Omar, ha hilado muy fino en los detalles de esta presentación, la mayor desde la retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía en 2011. En su mirada sobre el artista hay una completa tesis y años de investigación sobre el cineasta. También un interés por profundizar en este personaje inclasificable, resbaladizo hasta en los apodos, que durante años ha sido el raro, el extraterritorial, el robinsónico, el outsider. O el cinemista, como él prefería llamarse, además de inventor, teórico, poeta y experimentador técnico. El que consiguió conciliar como nadie las contradicciones e iluminar a toda una genealogía de artistas, creadores y mentes pensantes.

Aporta bastante material inédito. Uno de ellos nos lleva a 1963, al encargo que le hizo el Ministerio de Información y Turismo, con Manuel Fraga Iribarne al frente, sobre la campaña Festivales de España, una programación cultural que combinaba un folclore lleno de estereotipos con eventos literarios, artísticos, danza y teatro. El objetivo era incentivar el turismo interior y exterior —también blanquear el régimen internacionalmente— con la idea de proyectarlo como reclamo turístico en el Pabellón de España de la Exposición Universal de Nueva York en 1964. Tras varios años con ello entre manos —”me maté trabajando”, aparece escrito de su puño y letra en uno de los documentos—, Val del Omar hizo 10 piezas que funcionan como una radiografía de esa España todavía en desarrollo, pero que poco debía ajustarse a las directrices del ministerio porque nunca se terminó. Hay fiesta flamenca, sí. Pero también transeúntes, turistas o gatos deambulando sin rumbo. La idea de lo local se construye a caballo entre quienes lo habitan y quienes están de paso. Un material propagandístico, pero también transgresor y vanguardista que, tras décadas oculto, vemos aquí por primera vez.

Da la sensación de que Val del Omar hacía lo que quería cuando quería, al margen de encargos y misiones. A las Misiones Pedagógicas se incorporó en 1932, y en ellas se detiene también esta muestra. En esta iniciativa cultural de la Segunda República, Val del Omar desempeñó múltiples roles, incluyendo el de proyeccionista de cine, fotógrafo documentalista o responsable del Museo del Pueblo. Su vocación didáctica lo llevará a reivindicar una “pedagogía kinestésica” destinada a revitalizar el valor de lo vivo y lo táctil, que multiplicará años después, tanto durante el franquismo como en los años de la transición democrática, intentando sensibilizar a las autoridades políticas de lo que estaba en juego en los inicios de la constitución de ese universo que terminaría llamándose audiovisual. O “cine expandido”, más recientemente.

Ejemplo de ello es su legado más relevante, Tríptico elemental de España, que también se incluye aquí y en­globa tres obras. Aguaespejo granadino (1953-1955) retrata a la comunidad romaní como los auténticos moradores de la Alhambra, cuyas fuentes replican hasta su forma de bailar. Fuego en Castilla (1957-1960) explora la escultura barroca castellana a través de la activación audiovisual de piezas del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Y la inconclusa Acariño galaico (1961) se acerca a la cultura gallega desde el barro que aparece en la película desde diferentes estratos. El diálogo de estos cortometrajes de 20 minutos es intenso y revela cómo la obra de Val del Omar no se entiende sin tener en cuenta algunas líneas de fuerza que han atravesado históricamente el arte español. Ahí están los pasos de Semana Santa, el teatro religioso español, los toros, la escultura barroca, el Don Juan Tenorio de Zorrilla o la seguiriya. ¿Su objetivo? “Excitar la profundidad española”, decía él. Eso es: estimular la sorpresa, el asombro, el entusiasmo.

'Sesión de cine. Misiones Pedagógicas' (entre 1932 y 1936).
'Sesión de cine. Misiones Pedagógicas' (entre 1932 y 1936). JOSÉ VAL DEL OMAR (Biblioteca Nacional de España)

Desde ese meridiano español desde el que habla, la exposición deviene un documento de época para entender qué es el cine como “espectáculo total”. Esa linterna mágica que tiembla, se enciende y deslumbra. Para Val del Omar, una misión con un fin social, educativo, experimental, poético y místico. Su cine no hace más que especular sobre aquello que hace singular a un contexto que escapa continuamente a la continuidad. Esa es su mayor virtud: ser un verso libre y narrar el mundo desde esa “libertad de lo alto”, en boca de García Lorca, que llevó a la quintaesencia con el Laboratorio PLAT ya en los setenta. Una libertad con la que también inventó una nueva gramática. El blanquinegro como color abstracto. Aprojimar en vez de aproximar. La iluminación pulsatoria, el tacto acústico y el envolvimiento esférico.

Más que emocionar, le interesaba conmocionar, es decir, alterar los afectos. Esa utopía suya de “tocar con los ojos” para atrapar “el pálpito de la acción”. A Val del Omar no le interesaba tanto lo que vemos como aquello que no vemos. Y, sobre todo, la manera en la que lo que vemos nos da información sobre lo que no vemos. Los gritos de fondo, los ruidos monótonos del agua, los movimientos inconscientes de figurados espectadores. La nocturnidad más que la noche. En el texto del cineasta que da título a la exposición, Una Técnica con T mayúscula, encuentro una frase que lo define casi todo: “El camino más corto entre los hombres pasa por las estrellas”.

‘Val del Omar. Una Técnica con T mayúscula’. C3A. Córdoba. Hasta el 1 de septiembre.

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