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Adiós a las fronteras entre arte y arquitectura

Un grupo de creadores españoles quiso abolir en el tardofranquismo toda categoría artística a través de pinturas, esculturas y muebles que ahora reúne la exposición ‘Formas industriales’

Butaca 'Biosca', creada por el arquitecto Javier Carvajal para el pabellón de España en la Feria Mundial  de  Nueva York de 1964. A su derecha, celosía de madera del pintor José María de Labra, ideada para el mismo pabellón.
Butaca 'Biosca', creada por el arquitecto Javier Carvajal para el pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York de 1964. A su derecha, celosía de madera del pintor José María de Labra, ideada para el mismo pabellón.Julian Rojas
Miguel Ezquiaga Fernández

Reventaron las incómodas costuras de la creación. Los autores del Movimiento Moderno internacional, aquel que quiso cambiar el espacio habitado durante la primera mitad del siglo XX, renegaron de unas categorías artísticas que debían diluirse en el oficio total de la arquitectura. A este impulso integrador se sumaron españoles como Miguel Fisac, el también arquitecto Javier Carvajal, el escultor Néstor Basterrechea, el pintor Jesús de la Sota (hermano de Alejandro) o los miembros del Equipo 57, militantes de la geometría y el antifranquismo. Algunos de sus trabajos más paradigmáticos se reunen ahora en la exposición Formas industriales, de la galería José de la Mano, en Madrid. Una enmienda al viejo orden del arte en las postrimerías de la dictadura.

La Caja vacía de Jorge Oteiza, a la que también llamaba Mueble espiritual, creada para financiar el Partido Comunista, irrumpe en la primera sala de la muestra junto a dos banquetas triangulares, mobiliario dibujado en 1961 por el Equipo 57. El escultor dejó en aquel grupo de jóvenes su impronta de revolucionario con txapela que, en palabras del comisario Pedro Reula, “guardaba entre sus ideales el modelo y la doctrina de la Bauhaus”. La escuela alemana que quiso abolir las disciplinas artísticas en pro del diseño y su producción serial influyó a Ángel Duarte, Agustín Ibarrola o Juan Cuenca, la nómina del Equipo 57. Estos encargaron una serie de muebles a la cooperativa industrial Danona que se venderían desmontados y en caja de cartón, una suerte de Ikea español medio siglo antes de que la empresa sueca dominara los hogares del mundo.

Oteiza realizó algunas mesas y sillas para su mecenas, el empresario Juan Huarte, que poseía en el Paseo de la Castellana de Madrid un piso familiar por decorar. Nestor Basterrechea también trabajó para él, tal vez por influjo del vasco universal, que ya había plantado en el recibidor de la Cámara de Comercio de Córdoba un contundente mostrador de hormigón, recubierto por teselas negras, encargo de los arquitectos Rafael de la Hoz y José María García de Paredes. La carrera de Basterrechea atendió numerosos frentes: desde la pintura y la escultura hasta la fotografía o el cine, pero en el diseño encontró un campo de experimentación formal vinculada a la utilidad. En la primera sala de la muestra se miran frente a frente dos de sus mesas de centro, delineadas en 1958 para H Muebles. El desplazamiento de los ejes es producto de una investigación plástica sin parangón en el contexto español, como indica José de la Mano.

Más allá de la selección de piezas, provenientes de siete colecciones privadas, el reto ha consistido en conferir al mobiliario la categoría de arte sin peanas escultóricas u “otros recursos demasiado artificiales”, relata el galerista. Y prosigue: “Queríamos presentar las mesas o las sillas en las mismas proporciones con que se diseñaron”. A tal fin han extendido una tarima blanca que define los tres espacios del recorrido y esconde el parqué, para resaltar así los distintos formatos expuestos. Del pintor José María de Labra cuelga en la segunda sala un óleo, un juego de café ―porcelana Bidasoa— y su maqueta preparatoria para una celosía de madera. Este objeto representó a España en la Feria Mundial de Nueva York de 1964. Como lo hizo la butaca de cuero junto a la que se halla, llamada Silla Biosca por el arquitecto Javier Carvajal.

Carvajal había emprendido con anterioridad relevantes proyectos de interiorismo, como el de aquella flamante tienda Loewe en la calle Serrano de Madrid. Con motivo de la reforma del establecimiento, sustituyó las carpinterías en 1959 y amuebló las estancias con modernos asientos que más tarde se harían hueco en los libros de historia del diseño español. “Este periodo suele estudiarse por separado: por un lado los diseñadores, por otro los artistas y por otro los arquitectos. Sin embargo, compartieron época y los unos bebieron de los otros. En aquellos años grises, la creación era una válbula de escape que además tenía la pretensión de cambiar la sociedad”, concede el galerista frente a una tela de Jesús de la Sota, quien sustituyó los pinceles por el compás y la sierra de madera. En 1970 se lanzó junto a su cuñado a una aventura empresarial que no fue del todo comprendida: Cores y Sota, mobiliario moderno en la madrileña calle de Jorge Juan.

Los tubos de acero continuos, sin ninguna junta, que al doblarse configuraban la estructura misma, se hicieron frecuentes en aquellas mesas auxiliares y sillas que él mismo manufacturaba. Los bienes de uso se consideraban todavía un arte menor, lo que no echó por tierra las primeras pantallas de iluminación que Miguel Fisac diseñó a mediados de los cincuenta. El maestro de la arquitectura moderna dibujaría después una serie de soportes rectangulares para luces fluorescentes que terminaron por instalarse en uno de sus inmuebles, la mastodóntica sede del Centro de Cálculo Electrónico, en la Ciudad Universitaria de Madrid, donde se probaron los primeros equipos IBM. Tras iluminar a toda una generación de informáticos, descansan sobre la pared de esta galería.

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Formas industriales puede verse en la galería José de la Mano de Madrid (calle Zorrilla, 21, bajo derecha) hasta el 30 de octubre. Entrada gratuita y hasta completar aforo.

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