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No has entendido nada, Beyoncé

La cantante ha convertido ‘Jolene’, posiblemente la canción de amor más honesta de todos los tiempos, en un ‘jingle’ publicitario

Dolly Parton
La cantante y actriz Dolly Parton, en un concierto en Londres en 1976.David Redfern (Redferns / GETTY IMAGES)
Marta Peirano

Cuando The Guardian le pidió que editara el Observer Music Monthly, Jarvis Cocker pensó que sería interesante decidir para qué sirve la música. Si se usa con un propósito legítimo y qué significa tener legitimidad. Convocó a una pandilla de amiguetes muy famosos, escribió una lista de propósitos que le parecieron apropiados (humor, marcha, baile, comunicación, atmósfera, revolución, comodidad, banda sonora, publicidad) y empezó el debate con una anécdota. Había oído recientemente a Johnny Cash cantando ‘Hurt’ en la tele y resultó ser un anuncio de Nike. “Me pareció un uso bastante inapropiado de la música”, observó Jarvis. “Yo encuentro personalmente ofensivo que ‘Lust for Life’, de Iggy Pop, se usara para un anuncio de coches”, se quejó Nick Cave, que interpretaba esa canción a gritos cuando tenía 19 años y conducía por la libertad. Todos dijeron que ellos nunca permitirían que pasara eso con una de sus canciones. Era octubre de 2006 y todos éramos más jóvenes. No había tiktokers ni modelos generativos de inteligencia artificial.

A casi todos nos pasa cuando encontramos la obra de un artista asociada a una marca o producto que contradice lo que consideramos su espíritu verdadero. Recuerdo la estupefacción de la pobre Rowena Morrill cuando encontraron no una sino varias de sus obras en la casa de Sadam Husein. Sentimos que la obra ha sido mancillada, que su aura se degrada y que, voluntaria o involuntariamente, el artista ha sufrido una pérdida de integridad. Fuera de su contexto apropiado, la misma canción exacta se transforma en un gemelo oscuro que, como todo doppelgänger, amenaza con destruir el original. Por eso hay artistas que no ceden a la tentación. Pienso en esto mientras me pregunto para qué sirve la nueva versión de ‘Jolene’ que ha publicado Beyoncé en su último álbum, Cowboy Carter, donde cambia la letra, la intención y el espíritu de la obra sin cambiarle la música. Es mitad ‘Jolene’, mitad Queen B.

Esto no es un doppelgänger generado por inteligencia artificial. Las compañías de IA generativa acumulan ya 20 demandas en Estados Unidos por violar derechos de autor. Si lo fuera, la Elvis Act (Ensuring Likeness Voice and Image Security Act) fue aprobada en Tennessee hace pocas semanas para proteger a los músicos de que su voz, su imagen y actuaciones sean replicadas sin autorización previa. La ley tiene ambiciones de servir de modelo para contener el mismo problema en el resto del mundo, aunque sus impulsores no son exactamente los músicos de Tennessee. Detrás están RIAA (Asociación de la Industria de la Grabación de América), NMPA (Asociación Nacional de Editores de Música), Broadcast Music, Inc. (Sociedad de Derechos de Autor Musical), ASCAP (Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores), Recording Academy (organización detrás de los Grammy), A2IM (Asociación Americana de Música Independiente)… Parece más diseñada para proteger la inversión de las discográficas y garantizar nuevas vías de negocio a los herederos y sociedades de gestión. No salvará a Elvis de anunciar sardinas en lata y tampoco a Prince.

¿Por qué nos molesta tanto que Beyoncé use un clásico venerado de los setenta para escribir una nueva canción?

Pero ‘Jolene’ está protegida por derechos de autor y Dolly Parton está viva. De hecho, hace dos años dijo en la tele que quería una versión de Beyoncé, como la que hizo Whitney Houston de ‘I Will Always Love You’. “Alguien que pueda coger mis pequeñas canciones y hacerlas poderosas”. ¿Acaso necesitaba dinero? En 2021, Forbes valoró la fortuna de la cantante en 350 millones de dólares, pero es muy caro ser una vieja gloria. La versión es legal y el uso es legítimo. ¿Por qué nos molesta tanto que Beyoncé use un clásico venerado de los setenta para escribir una nueva canción?

Portada del álbum 'Jolene' (1974), de Dolly Parton.
Portada del álbum 'Jolene' (1974), de Dolly Parton.Donaldson Collection / Getty Images

A diferencia de una campaña publicitaria o de la IA, el artista no roba las auras. Pero algo les hace. Cuando Johnny Cash canta ‘Hurt’, una canción que Trent Reznor escribió a los 20 años acerca de sus adicciones y su travesía hacia la autodestrucción, la convierte en una canción suya, sobre su historia y su vejez. El resultado es una canción más grande, más profunda, más verdadera. Cuando Kurt Cobain canta ‘The Man Who Sold the World’, la canción pierde algo de la extrañeza alienígena de Bowie, pero la llena de humanidad. Cuando Luke Combs, blanca estrella del country más blanco de Carolina del Norte, toca con Tracy Chapman su versión de ‘Fast Car’, el himno de escapar que escribió siendo pobre, lesbiana y negra, la unión de sus opuestos produce los cinco minutos más emocionantes de la historia de los Grammy. No es esto lo que ha ocurrido aquí.

Aretha Franklin no tuvo que alterar la letra de Otis Redding sobre un hombre que llega a casa después del trabajo y le grita a su mujer que le trate con más respeto para transformar ‘Respect’ en el himno feminista que empoderó a todas las mujeres de América. El problema de Beyoncé no es el cambio de punto de vista. Su error ha sido escoger la que posiblemente sea la canción de amor más honesta de todos los tiempos y convertirla en un jingle publicitario para su reino. ‘Jolene’ sigue intacta, pero la reina ya sólo sirve para vender un poder banal.

Marta Peirano es especialista en tecnología y autora de los libros El enemigo conoce el sistema y Contra el futuro (ambos en Debate).

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