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TRIBUNA LIBRE
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Complicidad cultural y violencia sexual

Las recientes denuncias en Francia de abusos permiten desmontar las confabulaciones que subyugan a las mujeres. Algunos intelectuales se muestran confusos, “lo que antes era seducción es ahora agresión”

Judith Godrèche
Judith Godrèche, durante su discurso durante la 49ª edición de los premios César, en París el pasado 23 de febrero.Julien M. Hekimian (GETTY IMAGES

La 49ª ceremonia de entrega de los Premios César del cine francés celebrada el pasado 23 de febrero vino marcada por el impacto que provocó el discurso de Judith Godrèche. Su intervención venía precedida por la demanda de abusos continuados y violación que interpuso la actriz el 6 de febrero contra el realizador Benoît Jacquot, con quien tuvo una relación de seis años. El 8 de febrero, Godrèche interpuso otra denuncia por violación al también realizador Jacques Doillon. ¿Qué hay en el discurso y la actitud de Godrèche que merezca la pena tener en cuenta más allá de las fronteras francesas?

La importancia de la reacción de la actriz, así como de sus denuncias, no radica en su implicación jurídica, dado que las violencias imputadas han prescrito. Godrèche, de 51 años, tenía 14 cuando conoció a Jacquot, 15 cuando afirma haber sido violada por Doillon. Aun así, la actriz creyó necesario “liberar la palabra” para alentar a otras mujeres a hacer lo mismo, a pesar de reconocer el miedo que puede provocar “perder el trabajo, las subvenciones, acabar en la calle vestida de hámster para ganarse la vida”. La revelación de Godrèche ha dejado al descubierto la connivencia de una parte de la intelectualidad francesa, que optó por callar lo que veía en los platós y lo que se sabía de ciertos representantes de la cultura. Este fue el caso de la relación del escritor Gabriel Matzneff, de 50 años, con , de 14, y con tantas otras y otros menores. Springora ha dado testimonio de ellos en su célebre libro El consentimiento, publicado en 2020, donde cuenta que en un momento de desesperación fue a pedir ayuda al escritor y filósofo Emil Cioran, a quien conocía, y este le respondió que se dejara de monsergas, ya que era un honor haber sido elegida por un escritor de tal renombre y concluyó: “A menudo las mujeres no entienden las necesidades de un artista”.

Las feministas pusieron en duda una sexualidad que, aunque “liberada”, no dejaba lugar para la afirmación del deseo femenino

La toma de palabra de Judith Godrèche nos ofrece la posibilidad de construir un mapa de confabulaciones entre la clase culta parisiense en una época en la que gozaba de gran proyección internacional: cine de autor, tendencias filosóficas, literatura, moda. Es decir, la oficialidad cultural francesa logró forjar un modelo de valores en un momento en que el mundo estaba cuestionando de manera radical los de la generación anterior. Esta influencia se inició en Mayo del 68 y continuó hasta entrada la década de los ochenta. Eran los tiempos de las transgresiones sexuales y renunciar o poner pegas a ciertas experiencias era visto por los progres de la época, también los españoles, como un vestigio de las “reminiscencias burguesas” todavía vivas en cada uno. Las feministas, muy en especial las estadounidenses y las italianas, produjeron varios textos de gran calado en los que se ponía en duda una sexualidad que, aunque “liberada”, no dejaba mucho lugar para la afirmación del deseo femenino. Las mujeres continuaban subyugadas. Y tenían razón, como lo demuestran los testimonios de las que fueron adolescentes en los ochenta.

Esta protección propia de clan permite la permanencia de códigos morales que les son beneficiosos. Quienes los cuestionan pagan un precio por ello. Esto es lo que le sucedió a Denise Bombardier, escritora quebequense que osó enfrentarse a Matzneff en el programa Apostrophes, dirigido por Bernard Pivot, en una de las emisiones de marzo de 1990. Unos días después, Philippe Sollers la insultó públicamente tratándola de “mal follada”, a lo que siguió la dificultad que encontró la escritora para distribuir sus libros en Francia. Podríamos continuar con una trama de complicidades que llegan hasta el propio Emmanuel Macron apoyando sin recelos a un Gérard Depardieu hundido en la miseria.

La toma de palabra, no sólo la de Godrèche, sino la de otras mujeres en otros países, implica desvelar tramas que hasta ahora se creían inquebrantables. Sería interesante irlas despejando. Algunos intelectuales se muestran confusos, “lo que antes era seducción es ahora agresión”, dicen. Los más jóvenes, según encuestas recientes, se quejan de que con las denuncias se “ha ido demasiado lejos”. Para el feminismo un grado de confusión no ha sido nunca un signo negativo, más bien el indicio de un cambio. En este caso, el de erradicar las dudas sobre qué es la violencia ejercida contra las mujeres.

Consentir, ciertamente, no está exento de complejidad, como lo afirma de manera admirable Springora: una consiente a lo que ha imaginado, especialmente cuando se carece de experiencia y se está ante alguien mucho mayor y poderoso. La responsabilidad es de quien dirige la escena.

Se podría decir que “el caso francés” nos ofrece un patrón para pensar las tramas de poder —masculino— que conforman todas las culturas en lo que se refiere a los abusos perpetrados a mujeres y a menores. Un patrón para ver y ser conscientes de los silencios generados. En este sentido, algún día tendremos que confrontarnos también a nuestros terribles prejuicios cuando nos permitimos hacer distinciones ante casos de violencia sexual ejercida contra mujeres. No hay excusas para la violencia, ni en casos de guerra, ni de conflictos coloniales, supuestos o confirmados. Apelar a esta distinción es en sí un acto de agresión que merece ser reflexionado en la soledad de un diálogo con nuestras propias conciencias.

Marta Marín-Dòmine es escritora, directora de documentales y exdirectora del Born Centre de Cultura i Memòria de Barcelona.

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