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La viuda de Rafael Alberti se defiende: unas memorias contra el estereotipo machista de la viuda negra

María Asunción Mateo se decide, algo más de 20 años después de la muerte del poeta, a denunciar en ‘Mi vida con Alberti’ los juicios infamantes y las acusaciones que recibió sobre una supuesta malversación en la gestión del patrimonio del autor

Rafael Alberti y María Asunción Mateo
Fotografía de la boda de Rafael Alberti y María Asunción Mateo, en 1990. Imagen incluida en el libro 'Mi vida con Alberti', de María Asunción Mateo.

A pesar del desprestigio que sufre la literatura de lo real, no es fácil renunciar a la religión del hecho verdadero. Y en este marco epistemológico, con más o menos acierto, leemos constantemente libros que requieren de una atención que va más allá de lo literario: exigen de nosotros un criterio moral sobre personas y circunstancias. Este es el caso de María Asunción Mateo —casada con Rafael Alberti en segundas nupcias— y autora de un libro-denuncia, un descarnado ajuste de cuentas titulado Mi vida con Alberti y donde la viuda del poeta se decide, algo más de 20 años después de su muerte, ocurrida en 1999, a los 97 años, a denunciar el trato denigrante que recibió por parte de un grupo de escritores que enjuiciaron severamente su matrimonio con un hombre que le llevaba más de 40 años, acusándola de malversación en su gestión del patrimonio económico y literario del poeta y generando así la desconfianza en torno a ella par tout.

Las acusaciones que exhuma dando detalles hemerográficos de las mismas, leídas hoy, pienso que no serían posibles. El feminismo ha levantado en España un sólido muro contra el machismo y juicios infamantes que se vertían impunemente sobre mujeres que por la razón que fuera se salían del marco establecido, demostrando con su carácter o sus decisiones su derecho a vivir su vida, como digo, ahora nos resultan intolerables.

En la maravillosa correspondencia entre dos filólogos que acabaron casándose, Yakov Malkiel y María Rosa Lida (Acantilado, 2017), cuando esta última, en noviembre de 1947, le hace la observación de que las mujeres constituyen un sexo muy atropellado, Malkiel le contesta de inmediato que no es así, que en Estados Unidos la mujer disfruta de una libertad máxima… excepto en el ámbito de la cultura donde, en efecto, su intervención se penaliza severamente: “No se le perdona la cultura a la mujer (…) En largos años no he podido averiguar por qué la gente odia a la mujer culta: las hay jóvenes, simpáticas, bonitas, incluso ricas. Todo esto no aprovecha nada: el mero hecho de que ella sea PhD la condena a la solitud”. Han pasado muchos años desde la observación hecha por el filólogo askenazi, pero lo cierto es que las esposas (jóvenes) de escritores y artistas vienen a formar una especie de microgrupo social que en sí mismo ofrece a la observación unas características compactas y duraderas: en su mayoría, por no decir la totalidad que siempre es arriesgado, han sufrido el hostigamiento de la tribu. Interesadas, intrusas, caprichosas, con la piel cambiante de una serpiente, ambiciosas, de trato imposible y, desde luego, de cuya supuesta cultura hay que desconfiar. Por ahí vamos.

Pienso en las opiniones vertidas sobre María Kodama, Pilar del Río o la propia María Asunción Mateo, nombres a los que podríamos añadir un largo etcétera de mujeres que llegan tarde a la vida del creador y son juzgadas por ello, por el atrevimiento que supone convertirse en su esposa haciendo saltar por los aires cálculos y previsiones previas que se han hecho en relación a la vejez del artista. No voy a entrar en los aciertos o desaciertos de la gestión de un legado que, en primer lugar, no es el propio y que, por tanto, resulta mucho más delicado de resolver y, en segundo y más importante, porque hay que gestionarlo en medio de las reservas y suspicacias generalizadas: es difícil mantener la serenidad y actuar ecuánimemente cuando te atacan. Pero es a ellas, a las viudas todavía jóvenes de hombres importantes a quienes corresponde hacerlo, aunque su juventud despierte la ira, pues el futuro previsto por discípulos, albaceas y seguidores que se autoproclaman herederos in pectore se derrumba ante las expectativas de vida de una viuda joven. Cuánto más importante es el hombre, más joven y bella puede ser la mujer, en un juego de mutuas seducciones cuyo equilibrio constituye, sin dudarlo, un reto para ambos.

Juicios infamantes que se vertían impunemente sobre mujeres que se salían del marco establecido, demostrando su derecho a vivir su vida, como digo, ahora nos resultan intolerables

María Asunción Mateo, al calor de tantas campañas que denuncian tratos vejatorios, esgrime su caso y exige que se le preste atención porque, a sus casi 80 años, con los hijos mayores y desligada de la Fundación Alberti, no tiene nada que perder.

Un libro fundacional en este reclamo de justicia fue el escrito por Simone de Beauvoir, quien, si lo recordamos, tuvo que luchar por el poder sobre Sartre con otras mujeres (muchas y cada vez más jóvenes) y con el taimado Pierre Victor (Benny Lévy) quien se apoderó del final del filósofo en exclusiva, Pero en su libro La ceremonia del adiós (1981) Beauvoir considera que ha llegado su turno y con su inteligencia habitual se alza y brilla por encima de todos los vetos y las dificultades para defender la hondura de su relación con el autor de El ser y la nada. Después publicó la correspondencia que Sartre le dirigió: “Quien lea estas cartas sabrá lo que yo significaba para él”.

Beauvoir no recurrió al sentimentalismo en su libro auto/biográfico, como sí hace María Asunción Mateo, tal vez contagiada por la verbosidad de la poesía de Alberti o por su propia necesidad de decir, como Beauvoir: quien lea esto sabrá que fui una mujer amada. No obstante, la sentimentalización del texto hace que tanto el autor de La arboleda perdida como la vida de la autora con él (siete años de convivencia conyugal, más otros siete de relación semiclandestina) queden un tanto sepultados por una catarata de emotividad y de versos. Como si la autora no pudiera distinguir bien entre la realidad de la vida y el mito del poeta de la generación del 27. Ya el subtítulo del libro, Para algo llegaste, Altair, o los epígrafes del índice, nos orientan en la dirección del estilo adoptado por Mateo: demasiados astros y constelaciones, para mi gusto. Pero este es uno de los objetivos del libro: insistir en su indeclinable amor y admiración por el poeta al que conoció en Baeza, en 1983, cuando aquel tenía 80 años, y María Asunción Mateo (Valencia, 1944) 39.

Alberti y María Teresa León habían llegado a España desde su último exilio en Roma en 1977 y desde entonces el poeta se convirtió en una referencia política y literaria que congregaba el consenso a su alrededor: “Me fui con el puño en alto y vengo con la mano abierta”, dijo al llegar. No se puede decir más en menos palabras. Pero lo cierto es que la sobreexposición de su figura con el tiempo provocó un cierto cansancio.

Su relación con Mateo puso orden a una vida bastante desnortada desde que María Teresa León había dejado de regirla con mano firme —conflictos con su hija Aitana; con su última relación sentimental, Beatriz Amposta; problemas económicos; demasiadas salidas con jóvenes poetas que se prestaron a formar su guardia de corps mientras María Teresa se hundía en el alzhéimer; demasiados actos de representación…—. Mateo puso orden en aquel desconcierto con la aquiescencia del poeta, que vio en ella la luz de su vejez. A cambio, Mateo accedió a la historia viva de la literatura e intervino en ella libremente y es probable que también celosamente, pues debía hacerse con un espacio propio e imprevisto junto a él. Son pulsos que no suelen salir bien, la cuestión es cómo se gestionan.

Mateo denuncia los efectos colaterales de su matrimonio y este constituye el segundo de los objetivos, aunque primordial, del libro que nos ocupa. No hay más que leer las declaraciones de Luis García Montero publicadas en este periódico 10 días después de la muerte del poeta (el 17 de noviembre de1999): “María Asunción Mateo apareció en la vida de Rafael hacia 1983, como una más de las esporádicas acompañantes que lo ayudaban a mantener el sueño herido de su eterna juventud”, para caer entonces sobre el poeta, “con un totalitarismo avaricioso, desquiciado y compulsivo”; o bien el artículo de Benjamín Prado Rafael Alberti: a la caza del poeta rojo donde sostiene: “En lo que debería de ser la casa de su obra, la Fundación Rafael Alberti, montada en El Puerto de Santa María con la bisutería de la que iba a abrirse originalmente en Cádiz, y por lo tanto sin ninguno de los tesoros artísticos que fueron trasladados a España con dinero público, todo son sospechas y acusaciones de inmoralidad”. Podemos hacernos una idea de la guerra no solo por la verdad, sino por el relato que se ha querido imponer sobre los últimos años del poeta gaditano y quiénes son sus legítimos herederos morales.

María Asunción Mateo, una más. Difícilmente podemos pensar en un calificativo más doloroso para una mujer enamorada, aunque los hay. Sobre todo si tenemos en cuenta que Mateo se había casado con el poeta y vivido siete años a su lado, mostrándole su dedicación y respeto. El otro grave reproche que se le hizo —al margen de los económicos o de ser la responsable de la manipulación de algunos de sus textos— fue el relacionado con el tipo de hombre al que se enfrentaba la esposa joven: un pelele, alguien que a los 80 o 90 años carecía de la voluntad suficiente para imponerse, un ser pusilánime y objeto fácilmente manipulable. Mateo recupera aquellas acusaciones y sangra por la herida.

¿Eran acusaciones fundadas? Imposible quedar indiferente ante esta pregunta radical y que de algún modo se nos dirige a todos. Leo: “Rafael, me has dejado demasiado sola con demasiados recuerdos, con demasiados días y noches compartidos, con demasiado amor todavía en mi interior para ofrecer”, y pienso que no es justo tener que justificar una relación amorosa (y también de cuidados). Pienso en lo fácil que ha sido desprestigiar a una mujer, arruinarle la vida porque no se limitó a estudiar una obra y se enamoró del hombre que la escribió. En sí mismo este hecho ya ha significado tener que adentrarse en un medio hostil cuando no debería serlo nunca. “Qué mundo tan pequeño me dejaste, Rafael”.

Portada de ‘Mi vida con Alberti’, de María Asunción Mateo.

Mi vida con Alberti

María Asunción Mateo
Almuzara, 2023
353 páginas. 23,95 euros

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