‘El templo vacío’ no se llena en el Festival de Almagro
Lluís Homar es un actor de un talento enorme al que sacaría un brillo mayor de haber memorizado el ramillete de textos de poetas y filósofos místicos que le ha servido Brenda Escobedo
Cuentan los cuatro evangelistas que Jesús echó a los mercaderes del templo de Jerusalén, con cajas destempladas. Quiso tener el templo vacío, consagrado al uso que le es propio. La imagen del alma humana como un templo a imagen y semejanza de Dios, recurrente en la mística cristiana, es el leitmotiv de El templo vacío, producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico que abrió anoche el Festival de Almagro. Lluís Homar, su intérprete, salió descalzo y vestido de negro al escenario desnudo del Corral de Comedias. Para prender la atención del público, le bastaron la palabras de Teresa de Jesús con las que abre el sobrio espectáculo, sentado en una silla, con el gesto austero, medieval más que barroco.
Por su envergadura artística (y física), verle me trajo el recuerdo del recital shakespeariano que ofreció el británico Ian McKellen en el Teatro Español, hace 40 años, también sentado y quieto por un buen rato. Son dos ejemplos de economía elocuente. Cuando, tras prestar su voz a la santa, Homar anuncia que viene a hablarnos en primera persona y a mostrarse tal cual es, sus palabras nos traen un eco de las que Lluïsa Cunillé escribió para Te diré siempre la verdad, un espléndido unipersonal de 2003 en el que el actor catalán pasaba revista a su ya por aquel entonces dilatada carrera profesional. “Todo viaje es un viaje hacia el interior. No hay más artefactos”, nos dice ahora en Almagro. Luego, calla, y toman la palabra Manon Chauvin, Lluís Frigola, Simón Millán y Clara Serrano, un espléndido cuarteto vocal, que nos advierte, con palabras de Philipp Nicolai musicadas por Juan Sebastián Bach: “Despertad, os llama la voz”.
No se indica en el programa del festival que la obra sea una lectura dramatizada, pero la mayoría de los pasajes son leídos
El templo vacío quiere ser un viaje esencial hacia dentro de uno mismo, para el vaciamiento del ego. Como guías, la mexicana Brenda Escobedo ha escogido a San Juan de la Cruz, al dominico centroeuropeo Eckhart de Hochheim, al quietista aragonés Miguel de Molinos, al musulmán sufi andalusí Ibn Arabí y a otros poetas y filósofos místicos heterodoxos. El comienzo de la función es ejemplar. Pero cuando, finalizada la cantata bachiana, Homar se calza las gafas de cerca, agarra un fajo de hojas con el texto del resto del espectáculo y comienza su lectura dramatizada, el sortilegio que se había creado se desvanece. Al no tener el texto domeñado, no lo cabalga. Aunque su prosodia es la misma de hace apenas unos instantes, el actor tiene ahora que volver a bajar la vista cada vez que intenta soltarse de la letra impresa, de modo que no consigue avanzar con soltura por la senda interpretativa que tan airosamente había recorrido durante el prólogo. Donde hace unos momentos fue intérprete persuasivo y trascendente, de pronto es lector convencido, separado de su auditorio por los papeles que sujeta con su mano diestra.
No hay en el programa del festival indicación alguna al respecto de que El templo vacío sea una lectura dramatizada, pero, salvo el prólogo y una escena de El príncipe constante que la dramaturga Brenda Escobedo ha calzado en medio de una constelación de textos no dramáticos, el resto de los pasajes que lo integran son leídos.
No se llenó el Corral de Comedias. Tampoco bullían anoche las terrazas de la plaza Mayor como en años anteriores, cuando la Compañía Nacional de Teatro Clásico abría el Festival en el Teatro Adolfo Marsillach con el estreno absoluto de alguno de sus montajes: esa tradición tenía su fundamento. Conviene reflexionar al respecto.
‘El templo vacío’. Dramaturgia: Brenda Escobedo. Dirección: Brenda Escobedo y Lluís Homar. Corral de Comedias, Festival de Almagro. Hasta el 2 de julio.
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