Mariluz Escribano, la poeta que fue una isla
La recopilación de los versos de la escritora tardía, cuya familia fue represaliada por el franquismo, saca su obra de los márgenes del canon literario
Dos niñas, Mariluz y Carmencita, posan con vestidos almidonados y sandalias en la Huerta de San Vicente. Tras ellas, dos mujeres de luto riguroso, Luisa Pueo, maestra depurada tras ser fusilado su marido, el intelectual Agustín Escribano, y Carmen López García, prima hermana de Federico García Lorca, que quedó a cargo de la finca cuando la familia abandonó el país tras el asesinato del poeta. La fotografía, en la que se adivina la sombra del fotógrafo, está fechada en 1940. “Los jueves de aquella primavera que se resistía al verano olían a fruta, a manzanas, por los caminos radiales de las huertas, veredas diseminadas en la vega de Granada que conducían a los paraísos abiertos y húmedos de los caseríos…”. Así recordaba, años después, la poeta Mariluz Escribano Pueo el emblemático espacio lorquiano donde pasó tantas tardes de infancia en la posguerra. La escena y el retrato forman parte de su Poesía completa (Cátedra) reunida por la profesora Remedios Sánchez, investigadora y profesora en la Universidad de Granada.
Tras casi 20 años de trato cotidiano y discusiones sobre la vida y obra de Mariluz Escribano (Granada, 1935-2019), Remedios Sánchez decidió reunir toda su obra lírica publicada. Se puso como meta un triple objetivo: rescatar a la autora del olvido, revelar una poesía sumergida durante décadas y sacarla de los márgenes del canon literario. A la desmemoria que han sufrido algunas escritoras de su generación, en el caso de Escribano se une el hecho de lo tardío de su obra literaria puesto que comenzó a publicar poesía pasados los 57 años.
Mariluz Escribano fue una niña de la guerra decidida a contar en su obra poética las vicisitudes que soportó su generación y la de sus padres para trasmitir lo que supone un conflicto armado. Sus progenitores, Agustín Escribano, director de la Escuela Normal de Magisterio, y Luisa Pueo, catedrática de Lengua y Literatura y profesora de la Normal y secretaria de la Residencia de Señoritas Normalistas, se casaron en 1935 y a los nueve meses nació Mariluz. Amigos de Fernando de los Ríos y partidarios de la Institución Libre de Enseñanza, su destino se nubló la noche que se cruzaron con el comandante José Valdés Guzmán, jefe de las milicias de Falange, encargado de dirigir la represión contra huelguistas y tumultos sociales. El militar y un grupo de amigos borrachos intentaron sacar de la residencia a una joven. Luisa Pueo lo impidió y Escribano denunció al día siguiente a Valdés en el juzgado. Meses después, el 17 de julio de 1936, Granada se suma a los sublevados contra la República y Valdés se autodesigna gobernador civil. Con el control de la ciudad en manos de los militares, comienzan las detenciones y asesinatos de políticos republicanos, intelectuales, obreros, docentes y campesinos, entre otros. A Escribano lo fusilaron junto a la tapia del cementerio el 12 de septiembre de 1936, y Luisa fue destituida de sus labores docentes, desposeída de su patrimonio y embargadas sus cuentas.
Gracias al empeño de su madre, Mariluz tuvo una formación cum laude en Magisterio y Filosofía y Letras. Se casa joven con Nicolás Marín y, tras una breve incursión docente, parten para Estados Unidos, donde ambos consiguen plaza en el Antioch College de Ohio. Regresan a los dos años, Mariluz no aguanta la ausencia de su madre y echa de menos Granada como se evidencia en su obra. Catedrática de Lengua y Literatura hasta su jubilación en 2006, explicaba a Lorca, Machado y Miguel Hernández, y recibió más de una llamada a capítulo de la Brigada Político Social. En 1985 fallece su marido en accidente de tráfico y tiene que educar sola a sus cinco hijos. Compagina la docencia y el columnismo (en el periódico Patria primero y luego Ideal, entre ambos casi medio siglo) con la vida de las familias de la alta burguesía en la que se integró por vía matrimonial. Entre tanto, guardaba para ella una obra poética, que dejó dormir en los cajones durante décadas, en parte por respeto al luto de su madre, que vivía aterrada ante posibles represalias franquistas.
En 1991 se edita Sonetos del alba, pero las estructuras literarias granadinas, tan asentadas, cierran sus puertas a una mujer de 57 años que todavía no ha publicado. Queda fuera del canon que construyen las generaciones, la suya era la promoción del sesenta. Tras su primer poemario, desarrolló una sólida carrera con un total de seis poemarios publicados. Tampoco su poesía se ajustaba a los parámetros marcados entonces por los especialistas. Sus poemas, escritos a mano, del tirón y a golpe de sentimiento, se leen como un alegato del tiempo que le tocó vivir. “Después de tantas lluvias / y atardeceres lentos / ahora es tiempo de paz / de paz y de memoria”.
Solía definirse con “un verso libre” y algunos expertos la catalogan como poeta/isla.
La realidad doliente marcó la infancia de la poeta: “Todo el mundo conoce / que heredé de mi padre una bandera”
El motor de sus composiciones no es la imaginación, sino esa realidad doliente que marcó su infancia. “Todo el mundo conoce / que heredé de mi padre una bandera”. Su obra se lee como una autobiografía en verso, sin artificios ni eufemismos. “¿Se puede ser feliz sin saber? No lo sé, pero yo en concreto lo fui, jugando con mis primas en la Huerta de San Vicente. Nosotras jugábamos y, mientras, los mayores hablaban muy bajito de sus muertos. Cada familia tenía uno, y yo, sin darme cuenta, guardé eso en mi inconsciente”.
De sus versos no se desprende una pretensión de venganza, solo memoria. Memoria y aprendizaje. Y reconciliación. Solo al final, en sus dos últimos poemarios —El corazón de la gacela (2015) y Geografía de la memoria (2018)—, deja de escribir desde el pasado, se produce un tránsito de la poesía de la nostalgia a la de la memoria civil: “Mi poesía es un camino de vida que se va haciendo conforme avanzo”.
Poesía completa
Cátedra, 2022
328 páginas. 14,72 euros
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