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‘Coronada y el toro’: Francisco Nieva y el género entreverado

Rakel Camacho y un elenco entregado le imprimen a la farsa original un empuje, una vitalidad y un arrojo que compensan la verbosidad del teatro furioso del autor castellanomanchego

Cartel promocional de la obra 'Coronada y el Toro'.
Cartel promocional de la obra 'Coronada y el Toro'.Javier Naval
Javier Vallejo

El Hombre Monja no nació en un cuerpo equivocado. Francisco Nieva, su creador, lo dibujó con el hábito de la Orden Entreverada, pero Ikerne Giménez, figurinista del montaje de Coronada y el toro que dirige Rakel Camacho en el Matadero de Madrid, lo ha rediseñado: la criatura de modales femeninos y luenga barba lleva seis pechos al aire y una minifaldita que evoca las de Joséphine Baker. La directora albaceteña ha agitado el texto espumoso del dramaturgo manchego y lo ha ritualizado para compensar su verbosidad. Su montaje coral tiene una fuerza, una vitalidad y un arrojo de los que carecía el espectáculo primigenio, dirigido por el propio Nieva en 1982. El escenógrafo José Luis Raymond ha convertido la sala Max Aub del Matadero en la abstracción del coso de un pueblo manchego, donde los peñistas celebran alborozados sus fiestas patronales. Es un espacio circular de áspero colorido, en el que el público rodea a los actores. Estamos en la España que Alberto Sánchez retratara desde su exilio en Moscú.

El espectáculo comienza con un impulso arrollador de su elenco, convertido en ráfaga de viento: danzan los actores como botargas, para que todo no se resuelva en palabras. Chani Martín interpreta al alcalde con un compromiso pleno que no le impide mantener una distancia sana con su personaje: consigue darle cuerpo dramático a un texto alambicado. También la aparición y el discurso de la Coronada de Nerea Moreno tienen un vigor tauromáquico. Su desnudo posterior y su ritual masturbatorio, por su llana crudeza y por el primer plano en el que los pone su directora, van más allá que otros desnudos equivalentes de Angélica Liddell y están en las antípodas de la exhibición hiperestetizada y jovial que Juana Dolores hace de su palmito en Demasiado diva para un movimiento asambleario.

Mediante un esfuerzo soberano pero limpio, la dirección y el elenco consiguen mantener lozanos sin pausa ni merma la retórica, la voluta y el arquitrabe con los que Nieva construye su lenguaje barroco. El texto resuena hoy de manera diferente a hace cuatro décadas: la España rural y castiza de ciertas fiestas populares no parece más atávica que Polonia vista de cerca o que la Francia sureña que tiene entre sus costumbres gastronómicas más arraigadas la caza de pajaritos, para ser cebados durante cuatro semanas en la oscuridad más absoluta y ahogados posteriormente en licor de armañac: luego son engullidos enteros, con vísceras y huesos. Al potente montaje de Camacho le vendría de miedo el complemento de una relectura dramatúrgica que pusiera la obra original en un contexto actual, mediante alusiones, para ensanchar su sentido. Jorge Kent hace un trabajo compositivo sutil de su Hombre Monja. Es inmensa la pericia con la que Álvaro Romero convierte en saetas, vitos, jotas, sevillanas corraleras y otros palos del canto de tradición oral las estrofas que Nieva pone en boca del pregonero.

Coronada y el toro

Texto: Francisco Nieva. Dirección: Rakel Camacho
Las Naves del Español Matadero. Madrid. Hasta el 15 de abril

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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