Anacrónicas y audaces: las cantautoras latinas que renuevan la música de raíz
Pese a sus diferencias, los discos de Natalia Lafourcade, iLe, Lucrecia Dalt y Tulipa Ruiz comparten una misma voluntad: reformular las tradiciones sonoras de Latinoamérica
Démosle la vuelta al verso. El galáctico Jaume Sisa, transmutado en Ricardo Solfa, cantó por Sabina en tiempo de bolero: “Hay mujeres que van al amor como van al trabajo”. Pero hay mujeres que van al trabajo como van al amor, llámese esa actitud pasión, vehemencia o entusiasmo. Y con talento, pues ya lo advirtió el conde y diplomático Hermann Karl von Keyserling, quien habría encargado a Bach las muy célebres Variaciones Goldberg: “El amor requiere talento”. Con inteligencia y garbo reformulan las artistas latinas la tradición musical de sus respectivos países. Como sucede con sus coetáneas africanas, son la punta de lo que, sin abandonar la vieja taxonomía, podríamos tildar de músicas del mundo del siglo XXI.
La mexicana Natalia Lafourcade, sin ir más lejos. A ella, que recreó como pocos el repertorio de Agustín Lara, se puede aplicar sin pudor, poniéndolo en femenino, lo que el polígrafo Carlos Monsiváis escribió sobre el compositor de ‘Solamente una vez’: “Felizmente antigua y anacrónicamente audaz”. Lafourcade acaba de editar De todas las flores (Sony), su primer disco con canciones propias desde que publicó Hasta la raíz (2015). En él despliega un mapa emocional trazado con dolor, ausencias, temores y despedidas, pero también bálsamo y celebración. Adán Jodorowsky, también conocido como Adanowsky, firma una producción brillante repleta de detalles. De todas las flores tiene el sabor de viejos clubes de humo y nostalgia. Los pianos marcan una atractiva decadencia, y las guitarras apuran el sonido hasta zonas fronterizas e incluso hawaianas (Marc Ribot las toca en ‘Canta la arena’). Luego están los coros y los arreglos de gran orquesta. El conjunto muestra una construcción exquisita de las canciones, arrebatadoras en la voz gozosa de Lafourcade.
Una concepción panamericana con acentos de jazz envuelve el álbum, vigorosa y contradictoriamente moderno. En ‘Muerte’ el tratamiento de los instrumentos diseña un cabaret en el que lo vintage, de tan bien armado (esas trompetas rotas) sopla vientos nuevos. Y ahí están, además, esos claros pespuntes Adanowsky, como el inicio de ‘Llévame viento’, que recuerda indefectiblemente a ‘Claro de luna’, de Debussy. En el expansivo universo latino de las músicas populares, Natalia Lafourcade refulge como una supernova.
Por su parte, la puertorriqueña iLe, curtida en Calle 13, el que fue el grupo de sus hermanos, publicó en 2016 un primer disco en solitario (iLevitable) repleto de boleros audaces y bugalús sensuales. Tuvo la fortuna de contar con el gran salsero Cheo Feliciano, quien falleció poco después de la grabación. Más tarde, en Almadura (2019), volvió a bañarse en aguas caribeñas, ahora con la presencia de otro de los gigantes de la escudería Fania: el pianista Eddie Palmieri. Ahora, iLe está de vuelta con Nacarilé (Sony), título que juega con su nombre, pero también con la expresión coloquial de su país “nacarilé del Oriente”, que hay que interpretar como “nada de eso”. Nada de eso al patriarcado, nada de eso al colonialismo (“Nos abrieron el tejido y nos sangraron la aldea / degollaron la palabra para matarnos la idea”). Sí a la reivindicación feminista, a la reafirmación como mujer. Ismael Cancel produce este artefacto sonoro que le da la vuelta al bolero (ahí está el desafiante ‘Un traguito’, al alimón con Mon Laferte y con aires de fado) y al reguetón (con Ivy Queen, estrella del estilo, interpreta ‘Algo bonito’), y que explora contactos entre la experimentación urbana y la raíz. Junto al freestyler argentino Trueno se acerca al hip hop (‘Ningún lugar’), con el español Rodrigo Cuevas abre senda en el folclore contemporáneo (‘Cuando te miro’), y se alía con la misma Natalia Lafourcade en ‘En Cantos’, y con Flor de Toloache, en ‘A la deriva’.
Destellos psicodélicos y pop de lujo intervienen en una singular mezcla de referencias, presente incluso dentro de una misma canción. Las atmósferas y los paisajes sonoros destacan en esta apuesta comprometida, textual y musicalmente. Y las letras se acercan, con un lenguaje más sutil, a los textos de Residente.
Hay más. Si en la película The Man Who Fell To Earth (1976) el extraterrestre Newton llega a nuestro planeta en busca de agua para el suyo y se topa con irresistibles tentaciones, en ¡Ay! (Rung), el décimo álbum de la colombiana residente en Berlín Lucrecia Dalt, la criatura alienígena Preta se instala en Mallorca y reflexiona sobre el amor, en paso del tiempo, la identidad, lo material… Dalt, artista e ingeniera civil, maneja la electrónica con mirada cósmica, gusta de la ciencia ficción y recupera en ¡Ay! retazos de lo que fue su banda sonora de infancia. Pero lo hace con distancia emocional y a través de un proceso de deconstrucción artística. Así, un bolero entra en la órbita de lo galáctico con esquirlas del planeta Tom Waits. El mambo puede ser otra cosa, pues Dalt ralentiza los tempos en un sinuoso viaje espacial. Congas, clarinetes, flautas, trompetas y cables entran también en el reino de la opereta, del circo, con cuidados y efectivos arreglos.
Y un último ejemplo. Cuando la brasileña Tulipa Ruiz y su hermano Gustavo fueron a la embajada de Estados Unidos a solicitar un visado de trabajo, les preguntaron si tenían alguna habilidad extraordinaria. Así nació el título del nuevo disco de Tulipa, Habilidades extraordinárias (Brocal), producido por Gustavo y registrado analógicamente. Tropicalismo, bossa y vanguardia enredados con lo sintético dan cuerpo al trabajo. Desprejuiciada y evocadora, Tulipa busca en la fonética el aliado justo para sus canciones: “Clítoris, glande, plasma / plagio amplio / plumas negras / candomblé / doble doblaje clandestino”. Nego Leo colabora en la canción de la que proceden estos versos, Jonas Sá lo hace en ‘Não Pira’ y João Donato, un histórico del jazz y de la bossa, deja su impronta en ‘O recado da flor’, pieza que contiene un guiño a uno de los álbumes insignia del postropicalismo: Gal canta Caymmi (1976), de Gal Costa. En su revisión del imaginario sonoro brasileño, Tulipa no desecha ni las enseñanzas del rock ni otros revulsivos musicales. “Lirio y rosa en el patio trasero / lencería en mi tendedero / ven a bailar sobre el edredón / Yo también te quiero / colirio, sueño ligero y sonido / Te quiero bien”.
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