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Duelo de actores a la americana en ‘True West’

Tristán Ulloa y Kike Guaza sostienen con firmeza la obra de Sam Shepard en un montaje convencional pero correcto

True West
Tristán Ulloa, en 'True West'.
Raquel Vidales

Esta obra comienza como el típico “drama familiar norteamericano”. Ya solo el título está cargado de resonancias que nos sitúan allá: True West, lo que podría traducirse como “el auténtico Oeste”. Dos hermanos desempolvan su conflictiva relación al encontrarse de manera inesperada en la casa de sus padres después de cinco años sin verse. Están solos. La madre está de vacaciones y el padre hace mucho que los abandonó a todos por la bebida. Se reconocen los ecos del teatro realista estadounidense del siglo XX: Tennessee Williams, Eugene O’Neill, Arthur Miller. De hecho, las primeras escenas dan sensación de déjà vu y transcurren lentas. Pero el ritmo y el interés crecen a medida que avanza la acción y emerge con personalidad propia la voz de Sam Shepard. Más exasperante. Quizá también más salvaje. No es ya el drama familiar de posguerra, sino la tragedia del individuo de finales de milenio. Y lo que empieza pareciendo puro realismo se va convirtiendo casi en teatro del absurdo. Es lo más interesante de True West: todo se transforma.

Al principio domina el orden frente al caos. La civilización frente a la naturaleza indómita. Estamos en una aseada casa a las afueras de Los Ángeles. Al otro lado de los muros aúllan los coyotes. El hermano menor es un guionista de Hollywood que trabaja metódicamente en un nuevo proyecto. El mayor vive en el desierto, bebe como un cosaco y desvalija mansiones. Un choque de fuerzas. Anverso y reverso de la misma moneda. Incluso puede interpretarse que es un mismo personaje desdoblado. La lucha del individuo por dominar sus instintos salvajes. Los protagonistas de True West no lo consiguen. Al contrario, el hermano “bueno” acaba robando tostadoras. Lo que era un bonito hogar termina pareciendo una leonera. Todo destrozado.

La puesta en escena de True West que ha aterrizado esta semana en Madrid tras varios meses de gira intermitente por España, dirigida por Montse Tixé y con bella adaptación de Eduardo Mendoza, traslada bien ese tránsito a las tablas. Empieza estática y se hace lenta como el texto, pero también mejora a medida que avanza el caos. Es una propuesta convencional, pero correcta. Sobre todo porque se centra en lo que verdaderamente sostiene la obra: los personajes. De hecho, los dramas de Shepard son muy codiciados por los actores porque dan mucho juego para brillar en escena. En este caso, el duelo lo interpretan Tristán Ulloa y Kike Guaza (en las funciones iniciales fue Pablo Derqui) y ambos se emplean a fondo. Ulloa encarna al hermano mayor con gran presencia física. Quizá comienza demasiado arriba y eso hace que se mantenga en el mismo tono casi toda la función, pero lo sostiene con firmeza. Guaza, en cambio, arranca envarado y eso hace que su salto al lado salvaje resulte un tanto abrupto, pero luego evoluciona con soltura. José Luis Esteban aporta carisma al productor de cine en las pocas escenas que sale. La aparición de Jeannine Mestre hacia el final de la función en el papel de la madre es excesivamente chocante: debe serlo porque a esas alturas estamos ya sumergidos en el absurdo, pero no tanto como propone este montaje. Es un abordaje exagerado y no empasta en el conjunto.

True West

Texto: Sam Shepard. Dirección: Montse Tixé. Naves del Español en Matadero. Madrid. Hasta el 27 de noviembre. 

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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