‘El encanto de una hora’: Jacinto Benavente y el soplo vital
El director Carlos Tuñón actualiza ‘El encanto de una hora’, pieza inaugural del modernismo en España, e identifica a su autor con su protagonista a través de Jesús Barranco, intérprete con el que el Premio Nobel de Literatura guarda un parecido sobresaliente
Con El encanto de una hora, miniatura rococó para dos figuritas de porcelana, reestrenada en el Teatro Español de Madrid en un sutil montaje de Carlos Tuñón, Jacinto Benavente inauguró en 1892 el modernismo, variante hispana del simbolismo francés. El Teatro fantástico, tetralogía en la cual se integra esta pieza, vino a ser el manifiesto fundacional de un movimiento poético que rechazaba la comedia burguesa entonces imperante. Su autor, de 25 años, la escribió vivamente impresionado por los logros estéticos de la escena independiente parisina agrupada en torno al Théâtre Libre de André Antoine. Aunque perseveró en su empeño regeneracionista, pronto acabó pasando por el aro de los gustos de su público y de los empresarios de paredes, como le sucederá al Mihura de Tres sombreros de copa medio siglo después.
Los intérpretes le quitan el almidón lírico a sus criaturas en una obra que cobra gracia y vuelo
Estrenado en 1905 en el Teatro de la Princesa (el María Guerrero actual), El encanto de una hora es un diálogo poético sobre lo efímero de la existencia, la insustancialidad de las actividades cotidianas y la luz singular que el amor proyecta sobre los amantes. Sus protagonistas son dos muñecos de porcelana de Sèvres que en la ficción cobran vida a la medianoche: un incroyable y una merveilleuse, figurillas inspiradas en los jóvenes que, a finales del siglo XVIII, durante el régimen del Directorio, se empeñaron en distinguirse de las masas parisinas vistiéndose ellos con una elegancia alambicada y ellas como ninfas de los bosques de Viena. En el montaje de Tuñón, ambientado en la España actual, el personaje masculino encarnado por Jesús Barranco es un trasunto feliz del propio Benavente, que fue un actor notable: el extraordinario parecido físico entre ambos es tanto más oportuno cuanto que el autor vierte sus ideas a través de este personaje. Antiel Jiménez lo viste con unos pantalones anchísimos en un guiño a la afición benaventina por el circo, por sus payasos acróbatas y por Geraldine, bella trapecista volante con la que mantuvo una relación turbulenta.
Patricia Ruz, actriz bailarina, le imprime un hondo anhelo a su personaje. En su boca, el texto poético adquiere una carnalidad patente. Su figurilla palpita y siente como una mujer de verdad. Ambos intérpretes le quitan el almidón lírico a sus criaturas respectivas tras unos minutos iniciales mudos en los que el espectáculo transcurre con cierta solemnidad, para cobrar gracia y vuelo enseguida. El encanto de una hora podría leerse hoy como la metáfora de una sociedad ensimismada, de la vieja Europa convertida en almacén de coloniales. La idea del objeto antropomorfo que cobra vida, tomada por Benavente de un relato de ETA Hoffmann, no ha dejado de retoñar hasta hoy: en Ready-Made, juguete coreográfico de Mey-Ling Bisogno estrenado el fin de semana pasado en los Teatros del Canal, la pareja protagonista, vestida con rodilleras, camisa y falda pantalón color blanco porcelana, también vive el hechizo de una hora durante la cual él es marioneta de ella, ambos convierten en títeres una mano o una pierna propias o se rodean de un batallón de muñecos eléctricos.
‘El encanto de una hora’. Texto: Jacinto Benavente. Dirección: Carlos Tuñón. Madrid. Teatro Español, hasta el 13 de noviembre.
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